RESUMEN DE LA OBRA
Este trabajo mío trata de abordar la influencia que tuvo en la política exterior borbónica la figura de la reina Isabel de Farnesio. Mi objetivo es tratar la influencia en la política exterior de la monarquía española desde su llegada hasta la definitiva obtención de los principados italianos que tanto deseaba para sus hijos. Después trataré brevemente la muerte de su marido el rey Felipe V, su destierro en La Granja durante el reinado de Fernando VI y su posterior vuelta a la vida política con la llegada al trono de su hijo Carlos III.
Índice
1.Introducción.
2.Desarrollo.
2.1. Felipe V, esclavo de las mujeres.
2.2. El incipiente papel de la reina sobre los destinos de España.
2.3 La Triple Alianza. 1717.
2.4. La guerra de sucesión polaca.
2.5. El final del reinado de Felipe V.
2.6. La guerra de la oreja de Jenkins y la guerra de sucesión austríaca.
2.7. Muerte de Felipe V y destierro de la reina.
3.Conclusiones.
4.Bibliografía.
1.Introducción
En esta presentación quiero explicar la razón por la que la figura de Isabel de Farnesio siempre me cautivó y porqué quise centrarme en su figura e influencia en la historia en este trabajo de fin de grado.
Mi interés por la reina se remonta a hace unos catorce años, cuando estaba en segundo de bachillerato; en la asignatura de historia del arte estudié una obra que atrajo mi interés, esta obra se trata de “La familia de Felipe V” de Louis Michel van Loo, que data de 1743. Años más tarde, profundicé en la historia del cuadro estando en segundo de carrera en la asignatura de Historia del Arte en la Edad Moderna, cuyo trabajo recibió elogios por parte de la profesora y que me animó a colgarlo en la red para compartirlo con el público, de este mi trabajo sacaré un fragmento que incluyo en la introducción.
Este cuadro representa a la familia del soberano de España por aquel entonces, Felipe V de Borbón (1683-1746), primer soberano de la dinastía de los Borbones venida desde Francia al desaparecer la dinastía de los Austrias al fallecer su último representante, Carlos II (1661-1700). Van Loo realizó este cuadro tres años del fallecimiento del monarca.
El cuadro fue realizado a partir de varios retratos de la familia real, ya que en el momento de su ejecución, la mayoría no estaba presente en la corte, sino más bien en Italia y Portugal.
Además de este cuadro, Van Loo pintó otros cuadros similares con los miembros de la familia real por separado, en la que se repite la misma simbología (sobre todo con Isabel de Farnesio que siempre aparecerá con la corona al lado).
La disposición del cuadro era totalmente intencionada, por petición expresa de la reina, Isabel de Farnesio. A la izquierda del rey se ve al príncipe Fernando con su esposa, tanto el príncipe, como su esposa, no expresan la belleza y la jovialidad que tiene el resto de los miembros de la familia real, esto se debe a que el príncipe Fernando no era hijo de la reina, era su hijastro, el príncipe Fernando era hijo de María Luisa Gabriela de Saboya (1688-1714), la primera esposa del rey. Era de sobra conocida la indiferencia que sentía Isabel de Farnesio con sus hijastros.
Luego, la reina quería dejar claro al espectador la fecundidad de la pareja regia, mientras del primer matrimonio del rey sólo se observa al príncipe Fernando con su esposa (que nunca llegaron a tener descendencia), del segundo matrimonio se ve a 6 hijos e hijas casados (menos el infante Luis), e incluso con descendencia (las dos niñas que están jugando con un perro), todo el peso del cuadro está dirigido a la parte derecha del cuadro que es donde están la mayoría de los hijos de la reina.
El mensaje más importante que quería transmitir este cuadro es quién lleva las riendas del estado. No es Felipe V quien sostiene la corona, es la reina quien la tiene al lado de su brazo, colocado sobre un cojín (una postura verdaderamente insólita), amén de que quien da la perspectiva es la figura de la reina y no el rey. Y frente a la expresión distraída de Felipe V, a la reina se la observa llena de vitalidad y frescura, y una mirada que transmite seguridad en sí misma. Esto se debe a dos motivos:
-Uno era el estado tanto físico como mental del rey. Desde joven, mostró el rey tendencias a la melancolía y a la depresión, esto sumado a una apatía de la que nos han llegado numerosos testimonios. El fallecimiento de su primera esposa, la lejanía de su añorada Versalles y el tiempo agravaron estos síntomas. Aunque se enamorara profundamente de su nueva esposa, eso no mejoró su estado. Se quedaba encerrado en sus aposentos todo el día, hasta el punto de recibir a sus ministros en ella.
Transformó el día en noche y la noche en día, desayunando durante la noche y cenando durante el día. Fueron constantes sus crisis nerviosas, en 1724 dejó el gobierno y abdicó en su hijo Luis (1707-1724), príncipe de Asturias, siendo coronado como Luis I, aunque su temprano fallecimiento obligó a su padre a reinar de nuevo. En 1727 padeció una crisis severa que lo dejó sumido en un mutismo absoluto y le alejó casi definitivamente de toda cuestión de gobierno. La reina probó varios métodos para mitigar tan lamentable estado. Uno de ellos fue trasladar la corte a Andalucía, aunque no sirvió de nada. La solución la encontró de la música, en 1737 contrató al célebre castrati Farinelli (Carlo Broschi, 1705-1782), que abandonó su fulgurante carrera internacional para venir a Madrid a cantar sólo para la corte española. Durante los siguientes años, hasta el fallecimiento del rey, le cantaba las mismas cinco arias. Y aunque el rey no se recuperara del todo, sí se observó una mejoría, al empezar a afeitarse, lavarse, acudir con cierta frecuencia a las reuniones de los ministros, y demás actividades. Esto supuso una de las bases para el posterior desarrollo de la musicoterapia.
-El segundo era la personalidad de la propia reina, de fuerte carácter, ambiciosa y autoritaria. Debido al progresivo empeoramiento de su marido el rey, la figura de la reina se fue convirtiendo más y más es una pieza clave para la política española. Al ser una mujer sumamente ambiciosa, quiso recuperar los territorios italianos que la corona española perdió tras la guerra de Sucesión, colocando en diversos estados italianos a sus hijos, cosa que conseguiría de manera exitosa.[1]
Con esta presentación espero que comprenda el lector porqué la enorme vivacidad de la reina me cautivó (y sigue cautivando) desde el primer momento y la razón por la que no dudé ni un instante en elegir este tema a desarrollar para mi trabajo de fin de carrera.
2.Desarrollo
2.1. Felipe V, esclavo de las mujeres.
“Versalles, el 15 de diciembre de 1700.
Considero necesario advertiros de las buenas intenciones del rey de España. Es amante del bien, y lo hará si lo conoce, pero ese conocimiento le falta en muchas cosas. Es poco instruido, incluso menos de lo conveniente a su edad. Será fácil gobernarlo si, al principio, no ponéis mucha intención en prevenir las impresiones que podrán darle. Actualmente, podéis hacerme mayor favor que vigilarle. Se fiará de vos y seguirá vuestros consejos. No dudo del acierto de éstos. Pensad finalmente que confío enteramente en vos.
Firmado; Luis”[2]
Esta misiva que Luis XIV envió al duque d’Harcourt contiene una frase que define la principal característica de Felipe V a lo largo de su vida “será fácil gobernarlo”. Felipe V estuvo dominado toda su vida por tres mujeres claves: la princesa de los Ursinos, María Luisa Gabriela de Saboya e Isabel de Farnesio.
El primer año de reinado de Felipe V, la princesa de los Ursinos actuó como un agente de la corte de Luis XIV. La llegada de la primera esposa de Felipe V en 1701 tampoco cambió la situación. Felipe V siguió dominado por ambas mujeres. Estas dos mujeres tendrían un papel importante en la guerra de Sucesión. Por parte de la princesa de los Ursinos, se animó al joven monarca a no ceder ante nada en la contienda, mientras que María Luisa Gabriela se mostró como una esposa leal, amante y con los pies en la tierra al saber dirigir el reino en ausencia de su marido cuando partió hacia Italia.
2.2. El incipiente papel de la reina sobre los destinos de España
La Paz de Utrecht había reconciliado todas las potencias contendientes en la Guerra de Sucesión española, a excepción de los dos soberanos principalmente interesados en la disputa. Felipe V no renunció nunca las posesiones italianas de España, del mismo modo que el emperador Carlos VI se consideró siempre rey de España, título que no renunció nunca. Fueron necesarios diez incesantes años de luchas entre los dos soberanos para llegar a un compromiso.[3] Las cuestiones en litigio entre Felipe V y Carlos VI aún quedaban por resolver. En las operaciones militares y diplomáticas que siguieron, la corona española estaría dirigida por la voluntad de una reina joven y ambiciosa, y los consejos de un ministro emprendedor.
Después de la muerte de la primera esposa de Felipe V, Luisa de Saboya (febrero de 1714), una mujer de coraje y de inteligencia, la princesa de Ursinos, había asumido durante un tiempo el gobierno del rey y del reino. Pero el melancólico y devoto Felipe V exigía otra consorte, y la princesa decidió adquirir para él una reina de una disposición dócil, que no quisiera disputar con ella el imperio que ella ejercía sobre el rey. Con este fin se consultó a Alberoni, que ahora gozaba de considerable confianza y el favor real. Este hombre extraordinario, el hijo de un jardinero, nativo de Piacenza, había sido por momentos un campanero, un abate, el mayordomo de un obispo, el favorito y confidente del duque de Vendome, y, por último, el agente del duque de Parma en Madrid. Alberoni recomendada a Isabel de Farnesio, la sobrina de su soberano, el duque reinante de Parma, como la futura reina de España. Era, dijo, una buena chica lombarda, criada en la mantequilla y el queso del país, poco habladora, poco inmersa en la corte dedicándose al bordado y la costura. El consentimiento dado por Luis XIV se obtuvo y el 16 de septiembre de 1714, poco más de medio año después de la muerte de la primera esposa de Felipe, sus nupcias se celebraron por poderes en Parma.
La princesa de los Ursinos aprendió, cuando ya era demasiado tarde, el verdadero carácter de Isabel de Farnesio. Descubrió que, en vez de ser una chica dócil y sencilla, a la que se puede controlar fácilmente, la nueva reina poseía una mente penetrante y un espíritu firme. Alarmados por esta inteligencia, se había enviado un mensajero a Parma para impedir la celebración del matrimonio, pero llegó la misma mañana de la ceremonia, y no fue admitido en la audiencia hasta que se hubiera celebrado. La primera entrevista con la nueva reina mostró a la princesa de los Ursinos cómo fatalmente había sido engañada. La princesa, tras reprochar a Isabel su retraso, le declara que puede “contar con encontrársela siempre entre ella y el rey para mantener las cosas donde debes estar”. Esto basta para que prenda el fuego. Fuera lo que fuere, la puerta se abre bruscamente e Isabel aparece gritando -¡que desaparezca está loca!-, Pronto le informan a la princesa que la reina le insta a que salga de España de inmediato.[4]. Alberoni había conseguido la orden de arresto de Felipe V, a instancias del Duque de Parma, y con el consentimiento de Luis XIV.
«Una mujer y un cojín», decía Alberoni «, es todo lo que el rey de España necesita». Desde el punto de vista temperamental, era una necesidad para Felipe ser gobernado, y la función estaba ahora sobre todo compartida por la reina y su confesor, el jesuita Daubenton. La reina, en su dilatada existencia, intervino de manerca muy activa en la gestión de la potestas regia en la organización del sistema de patronazgo cortesano durante el reinado de Felipe V[5]. El mismo Alberoni pronto se ganó la confianza de la reina por sus audaces y ambiciosas ideas. El objetivo era la restauración de España a una categoría acorde a su magnitud, sus recursos y el carácter de sus habitantes. Siguió los trabajos iniciados por su antecesor, Orri, para la restauración de las finanzas, en esta tarea contó con la ayuda de las pérdidas saludables de territorio que España había experimentado y que reducían los gastos así como por la supresión de la privilegios de Aragón y Cataluña. Varios planes ocuparon la imaginación de Alberoni y su soberano, cuando las finanzas se hubieran restablecido, y las fuerzas navales y militares del reino hubieran restaurado a su antiguo vigor. A medida que el trono de España iba a recaer al hijo de Felipe V de su primera esposa, Isabel deseaba asegurar a sus propios hijos los ducados de Parma y Toscana, así como la posibilidad de acceder al trono de Francia, en el caso de la muerte de Luis XV, un niño enfermizo de quince años. Para llevar a cabo este último objetivo sería necesario privar al duque de Orleans de la regencia francesa y cambiar el orden de sucesión en el Reino Unido en favor del Pretendiente, en una palabra, derrocar el Tratado de Utrecht. Pero antes de entrar en una política tan aventurera, Alberoni demandó cinco años de paz, y, por lo tanto, después de la muerte de Luis XIV, en oposición a los consejos del cardenal del Giudice, el Ministro de Relaciones Exteriores, hizo anticipos a Gran Bretaña y Holanda. El 15 de diciembre de 1715, un tratado comercial concluyó con Inglaterra en condiciones muy favorables a este reino.
El estado de agotamiento de Francia y de la enorme deuda contraída por las últimas guerras también otorgaron una paz necesaria a este país, donde la Regencia había sido tomada por el sobrino de Luis XIV, Felipe duque de Orleans. Luis XIV nombró en su testamento un Consejo de Regencia, de los cuales, el duque de Orleans iba a ser el jefe nominal, cuya autoridad sólo se hacía valer en casos de opiniones divididas. Al duque de Maine, hijo bastardo pero legitimado de Luis XIV, le fue confiada la tutela del joven rey. Pero el duque de Maine no tenía las cualidades necesarias para tal empresa. El duque de Orleans decidió adueñarse de la regencia por medio del Parlamento de París.
Acompañado por los príncipes de la sangre, los duques y pares, se dirigió, en la mañana después de la muerte de Luis XIV, al palacio, donde el Parlamento se reunió, siendo recibido respetuosamente. En su discurso insistió en su derecho a la Regencia, tanto por su nacimiento como por los deseos del difunto rey, expresados verbalmente a él. Él se quejó de que tenía la intención de aliviar al pueblo de sus cargas, de restablecer las finanzas, de preservar la paz, de restablecer la unidad y la paz en la Iglesia halagando en todo momento al Parlamento al demandar de antemano «las advertencias sabias de esa augusta asamblea”. Cuando tuvo el apoyo del Parlamento a su favor, el testamento de Luis XIV se leyó en medio de un silencio de desaprobación. Felipe silenció los intentos de protestas del duque de Maine, y el Parlamento lo proclamó regente por aclamación. También fue investido con la tutela del joven rey, y con el mando de las fuerzas, en una palabra, se le confió un poder casi absoluto.
A Francia pues, le interesaba mantener la paz, es decir, defender el Tratado de Utrecht, y restaurar las finanzas. Con respecto a este último tema, bastará señalar el establecimiento de un banco nacional para la emisión de papel moneda, y la construcción del gigantesco monopolio comercial de la Compañía del Mississippi. La prosperidad repentina de este esquema y el frenesí de los juegos de azar crea en la nación el estallido de la burbuja y la ruina total de los accionistas (lo mismo ocurrió en Inglaterra con la Burbuja de los Mares del Sur).
La política exterior del regente tomó un giro de 180 grados respecto a la de Luis XIV durante sus últimos años. La conexión entre Francia y España, establecido a costa de tanta sangre y tesoro de Luis XIV, fue de inmediato cortada a su muerte. La relación entre las familias gobernantes, en lugar de un vínculo de unión, resultó ser una fuente de discordia, y sólo sirvió para amargar las disputas políticas entre los dos países.
Al principio, sin embargo, el duque de Orleans parecía indeciso. Como España se había acercado a George I, así el Regente parecía inclinado a adoptar la causa del Pretendiente. Permitió al Pretendiente, que había estado residiendo en Lorena desde la paz, atravesar Francia para embarcar en Dunkerque para su descenso en Escocia en diciembre de 1715. El resultado de esa empresa es bien conocido. Después de su fracaso el Pretendiente se retiró a Aviñón. Tanto Felipe V y el Regente, sin embargo, pronto comenzaron a apreciar mejor sus verdaderos intereses y posiciones. Parte de su política, puede, tal vez, atribuirse por razones. Felipe V había concebido un odio perfecto para su primo, y creía firmemente en todos los delitos que se le imputaban.
De la misma manera que Felipe V era guiado por Alberoni, así el Regente era guiado por el abad Dubois, quien había sido su preceptor. El auge de Dubois era casi tan extraordinario como la del ministro español. Él era el hijo de un boticario en Brives-la-Graillarde, un pequeño pueblo en la región de Lemosín, y nació 6 de septiembre 1656. Enviado a París por sus padres a la temprana edad de doce años para estudiar en el Colegio San Miguel, o Pompadour. Después de completar sus estudios y que sirviera como tutor en varias familias, al fin obtuvo un puesto en la del Marqués de Pluvant, ayudante de Monsieur, el duque de Orleans, hermano de Luis XIV. Aquí formó al duque de Chartres, después, el Regente. Bajo el cuidado de Dubois las capacidades naturales del joven duque de Chartres se desarrollan con una rapidez que deleitó a la Corte. Dubois se ganó el favor de Luis XIV por el logro de encontrar una esposa para el duque de Chartres, la señorita de Blois, hija bastarda pero legitimada del rey (a pesar de la negativa de la duquesa de Orleans). En recompensa por este servicio, Luis XIV le dio la Abadía de St. Justin en Picardía, y posteriormente se le permitió unirse a la embajada de Mariscal Tallard en Londres.
A la muerte de Monsieur, en 1701, Dubois, con el modesto título de secretario, se convirtió, de hecho, en el consejero íntimo de su antiguo alumno, el nuevo duque de Orleans. Había acompañado al duque en su primera campaña al mando del mariscal de Luxemburgo, y estuvo presente en la batalla de Steinkerque (1692), donde se muestra todo el coraje y sangre fría de un soldado profesional. Pero cuando en 1707 el duque procedió a España para tomar el mando del ejército, la princesa de los Ursinos, que temía el espíritu intrigante Dubois , le llevó a ser excluido de la suite del príncipe . La elevación del duque de Orleans a la Regencia inspiró a Dubois con la esperanza de hacer realidad sus sueños más ambiciosos. Una cosa, sin embargo, entorpecía su camino. Su carácter era tan notorio como su libertinaje y absoluta falta de principios, que incluso el propio regente, que conocía sus habilidades dudó en hacer de él un ministro. Sin embargo, una apelación a su larga amistad tocó el corazón del regente, y le nombró Consejero de Estado. Tal era el hombre que iba a dirigir durante algún tiempo la política de Francia, y desempeñar un papel de liderazgo en los asuntos de Europa.
Dubois adoptó una visión rápida y correcta de la situación de Europa. Este interés era doble: asegurar la posesión de la Regencia, y asegurar el trono francés en la línea de Orleans, en lugar de la de Felipe V, en el caso de la muerte de Luis XV. Para lograr esto había que aliarse con Inglaterra, cuyo interés en la exclusión del rey de España de la sucesión francesa era idéntico a la del regente. Jorge I tenía necesidad de esta alianza. Francia era la única potencia que podía prestar cualquier ayuda material al Pretendiente, llamado James III, mientras que, por otro lado, sin la ayuda de Inglaterra, Felipe V no tenía ninguna posibilidad de prevalecer contra el duque de Orleans.
2.3 La Triple Alianza. 1717.
El regreso de a los whigs al poder había acercado las relaciones entre Inglaterra y Holanda. Holanda se había convertido casi en un satélite de Gran Bretaña. La antigua alianza entre los dos países se renovó en 17 de febrero de 1716, por el que se confirmaron los antiguos tratados. Jorge I, con la vista puesta en sus ducados recién adquiridos de Bremen y Verden, también había llegado a la conclusión de una alianza defensiva con el Emperador Carlos VI, llamado el Tratado de Westminster (25 de mayo). Por otro lado, a los whigs, así como Jorge I a sí mismo, siempre habían expresado en voz alta su insatisfacción por el Tratado de Utrecht, que habían denunciado a los conservadores como los autores de la misma. Los clamores, también, contra Francia habían aumentado recientemente debido a la ayuda concedida al Pretendiente.
Por lo tanto muchas dificultades estaban en el camino del proyecto de Dubois; pero fueron superados por su habilidad y perseverancia. Enterándose de que Lord Stanhope iba a pasar a través de Holanda en julio de 1716, con Jorge I, en su camino a Hanover, Dubois se dirigió a La Haya con el pretexto de recoger libros, donde, como por casualidad, se las arregló para tener una entrevista con su viejo conocido, el ministr Inglés. Él aprovechó la oportunidad para exponer sus planes. Al poco de firmó un tratado y en el mes de agosto siguiente, Dubois fue a Hanover, donde finalmente se arregló la alianza. El emperador austríaco, superando sus recelos, se adhirió al tratado, firmándose la Triple Alianza en La Haya el 4 de Enero de 1717. Por este tratado se renovaron las disposiciones contenidas en el Tratado de Utrecht, Luis XV prometió nunca ayudar al Pretendiente.
Mediante esta alianza, el Regente impedía la posibilidad de una guerra por la sucesión de Francia, y le dio a su país la paz que era tan necesaria. Pero el precio de esta seguridad era muy grande. Durante algunos años estuvo subordinado a Inglaterra, y en lugar de unirse con España para oponerse a la expansión de Inglaterra perdió su única oportunidad de conseguir un gran imperio colonial. Los estadistas franceses no aprovecharon este periodo de paz y durante los siguientes años el comercio decreció, la flota se redujo y las finanzas decayeron. Nadie, sin embargo, estaba tan enfadado y sorprendido como el Rey de España. Alberoni, sin embargo, aún no estaba preparado para actuar, y desea aplazar una guerra hasta que se hubieran acumulado los recursos necesarios para llevarla a cabo con vigor.
Para ello había obtenido el permiso del Papa para imponer un impuesto sobre el clero español, con el pretexto de ayudar a los venecianos en la guerra que estaban librando con los turcos, y, de hecho, en realidad envió una fuerza de 8.000 hombres para ayudar a en la defensa de Corfú. Pero antes de que sus preparativos estuvieran completos, se apresuró a entrar en una guerra con el emperador por un incidente relativamente trivial. En mayo de 1717, el Gran Inquisidor de España, al volver de Roma, se aventuró a recorrer el Milanesado sin un pasaporte Imperial, y fue arrestado como sujeto rebelde de Carlos III de España. Exasperado por este insulto, Felipe V declaró que defendería inmediatamente el honor de su corona. En vano Alberoni intentó calmar a Felipe V y quitarle la idea de iniciar una guerra, pero Felipe era inflexible, y todo lo que el ministro pudo obtener fue que las hostilidades se dirigieran primeramente contra la isla de Cerdeña, en lugar de Nápoles y Sicilia.
Un ejército fue enviado para la conquista de Cerdeña. Nueve mil españoles desembarcaron allí a finales de agosto de 1717, y, con la ayuda de los habitantes descontentos, se apoderaron de toda la isla en menos de tres meses.
Uno de los primeros efectos de este ataque a las posesiones occidentales del Emperador era obstaculizar las negociaciones con la Sublime Puerta.
El emperador hizo un llamamiento a la Triple Alianza. Alberoni, por su parte, trató de propiciar un acuerdo con a Inglaterra con algunas ventajas comerciales, y usó todos sus recursos para levantar hombres y dinero. Bajo estas circunstancias, Francia e Inglaterra firmaron un convenio en julio de 1718, para llevar a cabo el proyecto de Stanhope para lograr la paz entre España y Austria. El emperador estaba obligado a renunciar a todas las pretensiones a España y de las Indias, y Felipe V de las antiguas provincias españolas de que el emperador estaba en posesión. Sicilia iba a ser asignado al emperador, el duque de Saboya obtenía Cerdeña a cambio. El emperador era prometía una eventual investidura de los ducados de Parma, Piacenza y Toscana a Don Carlos, u otro hijo de la Reina de España, pero con una disposición que nunca deben estar unidos con la Corona de España.
Tres meses se otorgaron a Felipe V y el duque de Saboya a adherirse al tratado después de su ratificación por el emperador. El emperador accedió de inmediato a estos términos, y el 20 de agosto se firmó en Londres el tratado conocido como la Cuádruple Alianza, llamada así porque los holandeses también fueron invitados a adherirse a ella. Pero la República, ofendida por no haber sido consultado previamente, y alarmado por su comercio con España, se negó en un primer momento para hacerlo, y su adhesión no se obtuvo hasta seis meses después.
Estas últimas negociaciones fueron obra de Stanhope, apoyado por Dubois, y se deben a la acción de España. Alberoni trató de conciliar el zar y el rey de Suecia, y unirlos en un descenso en Escocia a favor del Pretendiente. Él ya había desembarcado a 30.000 españoles en Palermo, el 1 de julio de 1718. Una gran parte de las tropas piamontesas ya se había retirado, y el resto ya se retiró a la ciudadela de Messina. En junio, una flota británica fue enviada al Mediterráneo, y Stanhope se apresuró a Madrid para hacer un último esfuerzo para obtener la aceptación de Felipe. Mientras estaba en Madrid, llegó la noticia del desembarco de los españoles en Palermo, y Stanhope ofreció devolver Gibraltar si Felipe accedería inmediatamente a la Cuádruple Alianza, pero sin efecto. El Almirante Byng casi aniquiló a la flota española de veintidós velas en un enfrentamiento en el cabo Passaro, el 11 de agosto. Sin embargo, las potencias aliadas aún dudaban en hacer una declaración formal de guerra. Inglaterra no estaba dispuesta a hacerlo y el Regente era reacio a dar un paso de tal, contra el nieto de Luis XIV. Por fin Dubois, que ahora era ministro de Relaciones Exteriores, encontró un pretexto con la Conspiración de Cellamare.
Alberoni, en colaboración con la duquesa de Maine, y por medio de Cellamare, el embajador español en París, había urdido una trama derrocar al Regente, puesto que reclamaba Felipe V. Este plan fue entregado a Dubois por un secretario empleado para copiar los despachos y un abad español, el portador de ellas, fue detenido en Poitiers en su camino a España. Este descubrimiento fue seguido por la detención de la duquesa de Maine y su marido, así como de Cellamare, como violador del derecho internacional, y Dubois aprovechó la indignación popular para declarar la guerra a España el 10 de enero de 1719. Los ingleses se sumaron a la declaración de guerra poco después.
Las operaciones dieron comienzo en la primavera. En abril, una división francesa cruzó el Bidasoa destruyendo el astillero. El Mariscal Berwick, sitió Fuenterabia, que capituló 18 de junio. Felipe V era incapaz de detener esta invasión, sin embargo, en marzo había enviado seis barcos de guerra, con 6.000 hombres, y armas para 30.000 más, para hacer un descenso en Escocia bajo el mando del exiliado duque de Ormond. El Pretendiente fue invitado a Roma para tomar ventaja de cualquier evento que pueda ocurrir. Sin embargo, la escuadra española fue dispersada por una tormenta, sólo dos fragatas lograron alcanzar Kintail, y la rebelión de los Highlanders fue sofocado rápidamente. En España, San Sebastián se rindió al 19 de agosto a los franceses. Berwick luego volvió a entrar en Francia, eludió con su ejército el lado norte de los Pirineos, y entró en la Cerdaña, donde, sin embargo, logró poca cosa. En el otoño de una flota Inglés apareció en las costas de Galicia, capturando Vigo el 21 de octubre.
Era claramente imposible para España resistir, sin ayuda, la combinación formidable organizada en su contra. Las tropas austríacas, después de la Paz de Passarowitz, ya habían tenido tiempo de pasar a la acción, y la flota Inglesa desembarcó numerosas tropas en Sicilia. La invasión francesa de España se reanudó el próximo año, e Inglaterra se preparaba para atacar las colonias hispanoamericanas. Los gabinetes franceses e ingleses habían resuelto que la caída de Alberoni debe ser una condición indispensable para la paz.
Felipe V fue influenciado para despedir a su ministro por su confesor Daubenton, , mientras que la reina española fue amenazada con la retirada de la garantía de los ducados italianos a sus hijos. En diciembre de 1719, Alberoni recibió órdenes de dejar Madrid en ocho días y en España en tres semanas. Este fue el final de su carrera política, a pesar de que vivió hasta 1752. Se retiró a través de Francia y Génova, de donde, sin embargo, fue expulsado por el Papa Clemente XI, quien le amenazó con ser procesado como un enemigo de la fe católica. Hasta la muerte de aquel Pontífice encontró un refugio en Suiza.
Después de la destitución de Alberoni, el embajador español en La Haya se adhirió a la Cuádruple Alianza (febrero de 1720). El emperador se puso en posesión de Sicilia, el ex rey de Sicilia (Víctor Amadeo II de Saboya) se convirtió en el rey de Cerdeña, una posesión que desde entonces ha permanecido en su casa, y Parma y Toscana era garantiza a los hijos de la reina española. La política de Dubois era así coronada por el éxito, y tras la muerte de Clemente XI el capelo cardenalicio de Inocencio XIII.
La adhesión de Felipe V a la Cuádruple Alianza fue seguida por varios tratados. A medida que el Emperador había mostrado una aversión a las estipulaciones relativas a los ducados italianos, Felipe concluyó un tratado secreto con Francia en marzo de 1721, por el que ese país dedica a apoyar los intereses de España en un congreso que iba a celebrarse en Cambrai. El Consejo de Ministros Inglés manifestó su descontento por este tratado, que se había hecho sin su consentimiento, y Dubois, para apaciguarlos, se apresuró a llevar a cabo el Tratado de Madrid en junio de 1721, entre Gran Bretaña y España, a la que Francia se adhirió, que contiene términos muy ventajosos para el comercio Inglés. Por otro lado, Gran Bretaña se comprometía a reemplazar los barcos españoles destruidos por Byng.
La conexión entre Francia y España en esta época se acercó por los contratos de matrimonio entre las familias reinantes. Luis XV debía casarse con una Infanta, mientras que el Príncipe de Asturias, el heredero de la monarquía española, y Don Carlos, el heredero de Parma y Toscana, debían estar unidos a dos hijas del Regente Orleans. Los jóvenes princesas se intercambiaron sobre el Bidasoa el 09 de enero 1722. Daubenton procuró que el jesuíta Limières reemplazara al venerable abad Fleury como confesor de Luis XV.
El fin de la regencia Orleans se estaba acercando. Louis XV alcanzaría la mayoría de edad legal 16 de febrero 1723. Cuando el rey llegó a la mayoría de edad, el duque de Orleans renunció el título de regente, pero siguió como presidente del Consejo de Estado, mientras Dubois ejercía como primer ministro. El cardenal, sin embargo, no disfrutó mucho de sus honores recientemente adquiridos. Murió el 10 de agosto de 1723 y el duque de Orleans sobrevivió mucho más, muriendo el 2 de diciembre de 1723 a la edad prematura de los cuarenta y nueve años. El duque de Borbón ahora se convirtió en Primer Ministro. Su administración fue más bien una continuación del régimen anterior, aunque mucho menos talento.
Poco después de estos acontecimientos Europa se mostró sorprendida por la abdicación de Felipe V, un evento causado por motivos religiosos. Aunque la idea de abdicar no era reciente, Felipe V llevaba madurando la idea hacía varios años. De hecho, Felipe V inició en 1720 la construcción de un nuevo palacio, al que pensaba retirarse después de abandonar el poder. La Granja de San Ildefonso, cerca de Segovia, fue la primera gran contribución del rey a la arquitectura barroca en España.[6] La corona de España se trasladó a Don Luis, Príncipe de Asturias, de dieciséis años de edad, hijo mayor de Felipe y Luisa de Saboya (10 de enero 1724). Don Luis, sin embargo, murió en agosto de viruela, y Felipe se encontró en una situación difícil. Su renuncia a la Corona había sido realizada en un acto religioso solemne, y su reanudación podría ocasionar comentarios desfavorables. Sin embargo el Nuncio Papal, le liberó de cualquier posible traba y después de mucha resistencia aparente, Felipe subió de nuevo al trono, y reinó Isabel de Farnesio, una vez más, en detrimento de la paz de Europa.
Mientras tanto, un congreso se había abierto en Cambrai para decidir las cuestiones entre Austria y España. Los procedimientos formales, sin embargo, no comenzaron hasta enero de 1724, fueron muy prolongadas, y no tuvieron resultados. El duque de Borbón estaba dispuesto a apoyar a España, y para formar una alianza con ese país y al mismo tiempo estaba ansioso por arreglar lo más pronto posible el matrimonio de Luis XV, con el doble objetivo de mantenerse en el poder y , en caso de que ningún heredero de naciera, de impedir la sucesión de la rama Orleans. En esta política fue apoyada no sólo por su amante, Madame de Prie, sino también por la opinión pública francesa. En abril de 1725, la infanta española fue enviada de vuelta a España sin ni siquiera una palabra de disculpa. El Tribunal francés se esforzó por conseguir para el joven rey Luis una princesa inglesa, pero después de considerar la conveniencia de casarse con Luis a Isabel, hija de la zarina Catalina I, y la princesas de Modena y Lorena, María Lesczynska, hija de Estanislao, ex-rey de Polonia, fue seleccionada para ser la reina de Francia. La familia de Estanislao en ese momento residía en Weissembourg, en Alsacia, en una pequeña pensión otorgado por el Gobierno francés, provocando un giro inesperado en sus fortunas. María, que era casi siete años mayor que Luis se casó con él el día 4 de septiembre de 1725.
La desestimación de la Infanta ofendió profundamente a la Corte española. Felipe llamó de inmediato a su embajador en París, y a sus ministros del Congreso de Cambrai, que en consecuencia fue disuelta. Sin embargo, se preparó secretamente preparando para infligir el mismo insulto del que tan gravemente había sido infligido. Felipe, cuando le fue imposible llegar a ningún acuerdo con la corte francesa, y al ver que nada podía conseguir del Congreso de Cambrai, se había reconcilió con el emperador Carlos VI. El Barón Ripperda, un holandés, que se había vuelto a la fe católica y había logrado ganar la confianza de la reina Isabel, se fue enviado, en el otoño de 1724, a Viena, con instrucciones secretas para negociar un matrimonio entre su hijo, Don Carlos (ya prometido, como hemos visto, a la señorita Beaujolais) y la archiduquesa mayor, María Teresa. Casi el único objetivo de la política del emperador en ese momento, sestando él sin herederos varones, era asegurar la sucesión de sus hijas, de acuerdo con la Pragmática Sanción que se había promulgado en 1713.
Mediante este instrumento, la sucesión austríaca estaba regulada en el orden de primogenitura, primer lugar en favor de sus descendientes varones, y, en su defecto, de las mujeres. En caso de que éstas también fallaran, Carlos VI nombraría archiduquesas a las hijas del emperador José y otras hijas del emperador Leopoldo, y sus descendientes a perpetuidad. A medida que avanzaba en años, el Emperador, desesperando por no tener descendencia masculina, promulgó la Pragmática Sanción confirmado por los Estados de Austria, de Silesia, Bohemia y Hungría. El punto débil era que las hijas de Carlos VI fueron elegidas para la sucesión antes que las de su hermano mayor José I violando las leyes dispuestas por su padre Leopoldo I en 1703.
Al cancelar este acuerdo Carlos VI quiso a toda costa que tanto las potencias extranjeras como sus súbditos aceptaran la Pragmática Sanción de las potencias extranjeras, así como de sus propios súbditos. El tratado fue firmado en Viena en consecuencia el gracias a la labor de Riperdá el 30 de abril. En esta, los dos soberanos renunciaron mutuamente sus pretensiones de dominios de cada uno; Felipe garantiza la Pragmática Sanción y abrió los puertos españoles con el comercio alemán, mientras que Carlos prometió utilizar sus recursos para conseguir la restauración de Gibraltar y Menorca a la Corona española, y reconocía a Don Carlos como heredero de Parma y Toscana.
El tratado secreto entre ambas monarquías se firmó en noviembre, pero debido a una excesiva e imprudente verborrea de Riperdá Inglaterra y Francia se enteraron de todo lo acordado. El Tratado Secreto concluido en noviembre.
Riperdá, cuya vanidad y la presunción había traído sobre él el odio de los grandes de España, se vio privado de la confianza de la Reina. En pocos meses fue expulsado de su cargo, y se refugió en la embajada inglesa, con Stanhope, a quien le reveló la totalidad de las negociaciones entre España y el emperador. Felipe lo arrastró por la fuerza de este asilo, y le llevó a ser confinado en Segovia. La guerra parecía inevitable. Jorge I formó una alianza con Francia el 3 de septiembre. Los holandeses se adhirieron a esta alianza, conocida como la Alianza de Hannover, por un tratado firmado en La Haya, 09 de agosto 1726. Suecia y Dinamarca,, también se adhirieron en marzo y abril de 1727. Por otro lado, la emperatriz de Rusia, indignada por la conducta de Jorge I por su protección a Dinamarca y Suecia en contra de sus planes, y alienada de Francia con motivo del matrimonio de Luis XV, se unió a la Alianza de Viena, 06 de agosto 1726, y en el año siguiente Federico Guillermo de Prusia, que nunca había aprobado con entusiasmo la Liga de Hannover, en secreto hizo lo mismo.
Así, toda Europa se dividió entre las alianzas de Viena y Hanover, y aunque ambas partes defendían que dichos tratados sólo eran defensivos, cada país hacía preparativos para la guerra. Jorge I firmó un tratado con el Landgrave de Hesse Cassel para el suministro de 12.000 hombres. Se publicaron manifiestos, se retiraron embajadores, los ejércitos estaban preparados, el mar estaba cubierto de flotas inglesas, una escuadra al mando del almirante Inglés Hosier hostigaba al comercio de España y en febrero de 1727, los españoles sitiaron Gibraltar, y se apoderaron en Veracruz de un buque mercante ricamente cargado perteneciente a la Compañía de los Mares del Sur inglesa. Pero estos vastos preparativos no condujeron a ningún resultado de importancia. La mediación del Papa Benedicto XIII, la muerte de Catalina I Emperatriz de Rusia (17 de mayo 1727), el principal aliado del Emperador, y sobre todo el carácter pacífico del cardenal Fleury, el ministro francés, impidió el estallido de una guerra. En junio de 1726, Louis XV había desestimado el duque de Borbón y pidió Fleury a sus consejos, que entonces tenía setenta y tres años de edad.
Fleury adoptó la política pacífica de los dos gobiernos anteriores, y mantuvo la entente cordial con Gran Bretaña. Los preliminares de una pacificación general, se firmaron en París el 31 de mayo 1727, por los ministros del emperador, Francia, Gran Bretaña y Holanda, y un Congreso fue designado para reunirse en Aix-la-Chapelle para concertar una paz definitiva. Pero España aún tenía margen e intentó contemporizar. Las esperanzas de Felipe se despertaron de nuevo por la muerte de Jorge I en julio de 1727, renovó sus intrigas con los jacobitas, instigó al pretendiente de dirigirse a un puerto de los Países Bajos, y aprovechar la oportunidad de pasar por encima a Inglaterra. Pero las expectativas de Felipe fueron rápidamente disipadas por la adhesión tranquila de Jorge II y su aceptación de la política de su padre. La reina española, sin embargo, instó a que se aceptara la paz con Inglaterra debido al empeoramiento de la salud mental de su marido, cosa que podría desbaratar sus planes de obtener los principados italianos para sus hijos. El Tratado del Pardo se firmaría finalmente el 6 de marzo de 1728.
Un congreso ahora se abrió en Soissons, el lugar había sido trasladado por la conveniencia de Fleury, quien fue su obispo. Pero aunque poco quedaba por arreglar, excepto la cuestión de los ducados italianos, las negociaciones fueron largas. España, por sus grandes preparativos militares, parecía aún contemplar una guerra, y por la conclusión de un doble matrimonio entre el Príncipe de Asturias y la Infanta de Portugal, y el príncipe de Brasil y de Infanta de España (enero de 1729), fue evidentemente para retirar a Portugal de la alianza con el inglés. La reina española tuvo un resentimiento implacable contra Francia e Inglaterra, y no escatimó esfuerzo para traer al emperador a sus puntos de vista. Pero la conducta de Carlos VI la desengañó. A fin de obtener la garantía de todas las potencias de la Pragmática Sanción, el objeto de toda su política, levantó todos los obstáculos a las negociaciones. Se frustró los intereses españoles en relación con los ducados italianos, al oponerse a la introducción de guarniciones españolas, y al revivir pretensiones obsoletas del Imperio sobre Parma y Toscana.
Así, las negociaciones en Soissons se convirtieron en una mera farsa, y los diversos plenipotenciarios se retiraron progresivamente del Congreso. Mientras tanto, el nacimiento de un delfín (4 de septiembre de 1729) había disipado las esperanzas de Felipe V y la reina en cuanto a la sucesión francesa, Isabel se dedicó aún más calurosamente a la persecución de los planes italianos, y conseguir la separación de Francia e Inglaterra. Ella había probado previamente la sinceridad del emperador, exigiendo que las fortalezas italianas debieran ser ocupadas por españoles, en lugar de tropas neutrales, y exigiendo una respuesta categórica en cuanto al matrimonio proyectado entre la archiduquesa y Don Carlos. El Emperador respondió con evasivas, ella persuadió a Felipe a aceptar las propuestas de Fleury y Walpole y hacer tratados con Francia e Inglaterra, que concluyeron en Sevilla el 9 de noviembre de 1729. Inglaterra y España trataron sus diferencias comerciales. La sucesión de Don Carlos a los ducados italianos estaba en el aire, y se acordó que el Livorno, Porto Ferrajo, Parma y Piacenza debían tener una guarnición de 6.000 españoles, que, sin embargo, no debían interferir con el gobierno civil. Nada se dijo sobre Gibraltar.
Felipe V, de hecho, parecía haber abandonado toda esperanza de recuperar esa fortaleza, porque al poco tiempo hizo que se construyera a través del istmo las líneas fuertes de San Roque, y dejando por lo tanto completamente aislado Gibraltar desde sus dominios españoles.
Carlos VI estaba indignado por haber sido tratado de esta manera por parte de España, en violación de todos los compromisos que los soberanos españoles habían contratado hace tan poco con él, y sobre todo se decepcionó al ver frustradas sus esperanzas de obtener una garantía de la Pragmática Sanción. Llamó a su embajador en Madrid, y envió una fuerza considerable a la Milanesado para oponerse a la entrada de las tropas españolas en Italia. A la muerte de Antonio Farnesio, duque de Parma, 10 de enero de 1731, tomó posesión militar de ese Estado y sus agentes persuadieron a la viuda del Duque de declarar que estaba embarazada, con el fin de prolongar el período de ocupación. La reina de España, cansada por la lentitud del cardenal Fleury en el cumplimiento de las disposiciones del Tratado de Sevilla, declaró repentinamente, en un arrebato de pasión, que España ya no estaba sujeta al tratado. La guerra parecía inevitable, pero se evitó por la destreza de Walpole.
Gran Bretaña y Holanda, en conjunto con la corte española, sin el concurso de Francia, entraron en negociaciones con el emperador, que se llevaron a cabo con habilidad por Lord Waldegrave, para animarle a que se adhiera al Tratado de Sevilla, y, por 16 de marzo 1731, se concluyó, lo que se ha llamado el segundo Tratado de Viena. Gran Bretaña y los demás países garantizan la Pragmática Sanción, y el emperador, por su parte, se adhirió a las disposiciones de Sevilla, respetando los ducados italianos y acordaron abolir la Compañía de Ostende. También acepto a no otorgar a su hija en un príncipe Borbón, de forma que pueda no poner en peligro el equilibrio de poder.
El Imperio dio su aprobación al tratado en julio, y Felipe V accedió a ella antes del final de ese mes. Juan Gastón de Medici, Gran Duque de Toscana, encontrándose por tanto abandonado por el emperador, concluyó con la Corte de España lo que se llamó la Convención Familiar, y llamó a Don Carlos su heredero. Carlos VI en un primer momento manifestó algún descontento .En noviembre, un escuadrón Inglés desembarcó en Leghorn 6.000 españoles, que tomaron posesión del lugar, así como Porto Ferrajo, Parma y Piacenza, en el nombre de Don Carlos, como duque de Parma y presunto heredero de la Toscana.
Después de haber conseguido para su hijo Carlos, Isabel de Farnesio y su ministro Patiño pusieron los ojos en el norte de África. En 1732 una flota con unos 30.000 soldados se dirigía hacía Orán. Viendo que semejante ejército se dirigía a la ciudad, las autoridades evacuaron la ciudad, por lo que ésta fue tomada con suma facilidad. El reino envió de vuelta al ejército perdiendo una valiosa oportunidad de expandir el imperio colonias al norte de África.
2.4. La guerra de sucesión polaca.
Después de esta empresa, en ese mismo año comenzaría la Guerra de Sucesión polaca en la que España participaría. En febrero de 1733 el rey de Polonia, Augusto II, falleció. Polonia era una de las pocas monarquías de Europa que no era hereditaria, sino elegida por su parlamento, el Sejm[7]. Tanto Austria como Francia se enzarzaron en una guerra para poder poner en el trono polaco a sus respectivos candidatos. Luis XV, como era de esperar, apoyaba al padre de su esposa, Estanislao Leszczynski (que ya fue, brevemente, rey de Polonia), mientras que Austria apoyaba a Augusto III de Sajonia.
Isabel de Farnesio vio esta ocasión como una buena oportunidad para poder seguir consiguiendo territorios para sus hijos. España y Francia firmaban así, una alianza, creando de esta manera lo que se conoce como el Primer Pacto de Familia que se firmaría en el Escorial.
España ayudaría invadiendo los territorios austríacos en Italia. Una imponente escuadra arribaba en Nápoles el Mayo de 1734. Con un poderoso ejército de unos 40.000 soldados conquistaban Nápoles con el apoyo de gran parte de la población mientras que el ejército español hacía lo mismo en Sicilia, siendo Carlos nombrado como Carlos VII de las Dos Sicilias.
Posteriormente las tropas españolas se dirigieron al norte a la zona de Lombardía para apoyar a las tropas francesas. Después de estos sucesos, las negociaciones comenzaron en 1735. España obtenía nuevos territorios, pero no para la corona española sino Carlos, de Austria conseguía Nápoles y Sicilia, cosa que sería aceptada a regañadientes. Esto se debe a que Isabel de Farnesio aspiraba a obtener más territorios en Italia como Parma, Plasencia y Mantura. Francia obtenía Lorena.
2.5. El final del reinado de Felipe V
En los últimos 10 años de vida del monarca estuvieron llenos de momentos tristes, sus depresiones y desórdenes mentales de agravaron, la reina llora constantemente por su marido, que incluso ha llegado a agredirla en alguno de sus ataques de demencia. Esto suponía un problema para el reino, ya que este estado le impedía firmar todos los documentos que requerían de su firma. Fueron varios los que intentaron mejorar el estado del rey, su hijo Fernando conversó en medio de lágrimas con su padre para que empezara a cuidarse y dirigir el reino sin mucho éxito. Al pobre Patiño le expulsó violentamente de sus aposentos por insistir en ayudarle.
Paradójicamente, causaba más trastorno en la cámara regia un altibajo casero que las incidencias de la salud de Felipe V, que se daban por descontadas. Había una peluquera llamada la Peregrina, que le llevaba recados de Patiño. La moza era guapa; se casó, se marchó, y la monarquía se tambaleó.[8]
Debido a que la reina era cada vez más consciente de urgía encontrar sino un remedio, al menos un paliativo para el estado mental de su marido ya que la edad empezaba a hacer mella en ella, abrió uno de los episodios más interesantes de la música barroca. Observó que el mito de Orfeo amansando a las bestias con su música no era tan descabellado como se podría pensar, la música en efecto le proporcionaba tranquilidad y reposo. Después de presenciar los buenos resultados que producían las representaciones musicales y los bailes de corte que organizó en el monarca, decidió hacer llamar a una de las figuras más importantes de la música del siglo XVIII, al célebre castrato Carlo Broschi alias “Farinelli” cuya prodigiosa voz hizo que media Europa se rindiera a sus pies.
El efecto fue inmediato, el rey empezó a afeitarse, a limpiarse, a participar en las reuniones de sus ministros, la musicoterapia acababa de nacer. Durante el resto del reinado de Felipe V y durante el reinado de Fernando VI Farinelli residiría en la corte española añadiendo bellos e importantes capítulos a la música barroca española.
2.6. La guerra de la oreja de Jenkins y la guerra de sucesión austríaca.
Después del fin de la guerra de sucesión polaca, Europa observó cómo la tensión entre España y Gran Bretaña aumentaban, el motivo siempre era el mismo, América. En Londres se había puesto en marcha la imponente campaña antiespañola de los comerciantes, exigiendo la libre navegación en los mares de América, incluso con las armas en la mano. [9]En 1738 las tensiones coloniales entre España y Gran Bretaña dieron un paso más, en Marzo la Cámara de los Comunes escuchaba perpleja el relato del capitán Jenkins que perdió una oreja en una refriega naval con los españoles. El escándalo generado por este suceso daría comienzo al año siguiente la conocida “guerra de la oreja de Jenkins”. El año pasado las coronas de Francia y España se regocijaron con el casamiento del infante Felipe con la princesa Luisa Isabel, España demandaba más acercamientos entre ambos reinos, pero el ya anciano Fleury se resistía. De esta guerra sería célebre la defensa de Cartagena de Indias a manos de Blas de Lezo.
Un evento importante ocurrido en 1740 trastocaría definitivamente la guerra que mantenían ambas potencias. El emperador Carlos VI fallecía el 20 de octubre de ese mismo año. Si bien la heredera era María Teresa gracias a la Pragmática Sanción, eran bastantes los países que no lo reconocían, incluso aquellos que en un primer momento sí lo hicieron como España. Prusia y España comenzaron por aquel entonces sus relaciones diplomáticas, al estar juntas en esta guerra, ya que Federico II de Prusia defendía a su propio candidato a la corona austriaca, Carlos Alberto de Baviera.
Es aquí cuando entra en escena José del Campillo y Cossío, hombre que seguía pasos de Patiño. Los monarcas le eligieron para poder conseguir las metas propuestas en Italia. Felipe V comenzó a negociar con Baviera y Cerdeña. El embajador Montijo firmó un tratado con Baviera el 18 de Mayo de 1741, el pretendiente bávaro aceptaría la concesión de territorios en Italia al infante Felipe a cambio de apoyo a su causa. Mientras que las negociaciones con Cerdeña se atascaron.
Mientras en Europa se sucedían varios eventos, Francia se aliaba con Prusia mientras Austria lo hacía con Inglaterra. Francia invadió Hanover bloqueándola mientras que otro ejército con ayuda bávara entraba en tierras austríacas llegando hasta la toma de Praga. Al año siguiente Prusia se retiraba de la guerra, pues María Teresa accedió a concederles Silesia y Glatz a cambio de la paz. En el 29 de enero de 1743 fallecía, con casi noventa años, Fleury, uno de los ministros más competentes que tuvo Luis XV, mientras que pocos meses después, en Abril, fallecía Campillo en Madrid siendo sustituido por el marqué de la Ensenada.
El verano de ese mismo año, después de que las negociaciones fracasaran con España, Cerdeña se alió con Austria reconociendo la Pragmática Sanción a cambio de territorios en el Milanesado y el ducado de Plasencia. Francia consideró esto una traición y buscó una alianza con España. De este acercamiento saldría el segundo pacto de familia o llamado también el tratado de Fontainebleau, cuyas cláusulas eran muy beneficiosas para España: Francia ayudaría a tomar el Milanesado, Parma y Plasencia para el infante Felipe y Nápoles para Carlos, también le ayudaría en su guerra contra Inglaterra (recuperación de Menorca y Gibraltar).
Finalmente el febrero del año siguiente, Francia entraba oficialmente en guerra contra Inglaterra y contra Austria, contra los primeros iniciaría una serie de ofensivas marítimas con escaso éxito, mientras contra la segunda empezaría la invasión de los Países Bajos austríacos. Al sur mientras, un ejército franco-español se dirigía a Italia, después de importantes acciones en el norte de Italia surgieron debates dentro del ejército. La reina exigía al marqués de la Mina que avanzara posiciones para tomar las posesiones que estaban destinadas al infante Felipe, mientras que Francia abogaba por otras opciones, pero con la llegada del invierno las operaciones pararon provocando el enfado de la reina que destituyó al marqués.
En Francia, a finales de año el marqués de Argenson ocupó el puesto de Secretario de Estado, personaje poco favorable a las pretensiones españolas y a cumplir el pacto de familia (aunque no hubo traba alguna a seguir con los preparativos de la boda entre el delfín y la infanta María Teresa).
Con la llegada de la primavera en 1745 se reanudaron las operaciones militares, consiguiendo que a finales de año ocupar Piamonte, Parma, Plasencia y el Milanesado, sólo faltaba la conquista de Mantua para expulsar a los austríacos de Italia y vencer a Cerdeña. Argenson quería evitar la desaparición de Cerdeña por lo que inició una serie de encuentros secretos a espaldas de España con delegados de Cerdeña. Esto supuso un pequeño quebradero de cabeza para Francia, anunciar a España este cambio de rumbo. El monarca francés envió pues una carta al embajador francés en Madrid (Vauréal, obispo de Rennes) para que le explicara de la manera más sueva a su tío los recientes cambios. A pesar de las precauciones tomadas, fue imposible contener la ira tanto de la reina como del rey.
Vauréal nos relata que la reina soltó “¿Y qué pasa con el tratado de Fontainebleau? ¿Es que no queda ya nada sagrado en este mundo? ¿Qué os dije?”, gritó, dirigiéndose al rey. Y continúa Vauréal “Contemplé entonces un espectáculo contrario a lo habitual. La reina en general toma por su cuenta los sentimientos del rey, mientras éste habla poco y con incoherencia. Ayer, la reina, alterada por la pena, no pronunció ni una palabra, mientras que el rey, como si se hubiera transformado en un momento en otro hombre, y como si la noticia hubiera reavivado en él todos los sentimientos de que era capaz, me habló en la forma más vivaz y enérgica. No me atrevo a repetir sus expresiones. “El rey, mi sobrino -había dicho-, me quita el Milanesado sin una palabra de aviso y si no me presto, me amenaza. Jamás le ha ocurrido semejante cosa a un rey de España. Esta demanda va contra mi honor y no puedo consentir en ella”[10]
La reina en envió al duque de Huéscar a Versalles para que le comunicara la negativa de los reyes de España, aunque al poco tiempo envió otro mensaje al embajador comunicando que tras hablarlo durante varias noches que con el rey accedían. A finales de año se firmó un tratado entre Francia y Cerdeña el 25 de diciembre, y justo un día después en Dresde Austria firmaba la paz con Prusia cediendo definitivamente el territorio de Silesia, dejando a sus tropas por fin libres de moverse a Italia.
El sentimiento general en España era que habían sido traicionados por los franceses. Para aliviar la tensión el duque de Noailles se dirigió a Madrid en calidad de embajador extraordinario. Fue recibido con cordialidad, supo ganarse la confianza de los reyes criticando constantemente la torpeza y desvergüenza de Argenson. Y fue justamente las maniobras de Argenson que dieron al traste los intentos de Noailles de ganarse el afecto de los reyes de España, al intentar firmar un tratado (inviable) con los holandeses, cosa que Noailles no sabía nada, pero esto no bastó para que la ira de la pareja regia cayera sobre él.
Poco tiempo después Felipe V falleció sin haber concluido la guerra. Con la llegada al trono de su hijo Fernando VI tanto la corte como la política exterior sufrirían enormes cambios, al iniciarse ipso facto la política de paz y neutralidad que fue signo característico de su reinado. Con la ayuda del Marqués de la Ensenada se iniciarían conversaciones con las demás potencias para poner fin tanto a la guerra de sucesión austríaca como la guerra de la oreja de Jenkins. En 1748 de firmaba el Tratado de Aquisgrán, que ponía punto y final a las aspiraciones de Isabel de Farnesio que coparon gran parte de la política exterior de la monarquía desde su llegada al trono, ya que se otorgaban al infante Felipe los ducados de Parma y Piacenza, mientras que al infante Carlos se le confirmaba definitivamente monarca de Nápoles y Sicilia.
2.7. Muerte de Felipe V y destierro de la reina.
Antes de hablar brevemente de los cambios que supuso para Isabel de Farnesio la muerte de su marido quiero centrarme un poco en los últimos momentos del monarca. Cuantos más años pasaban, la reina era consciente de la enorme influencia que podían tener las emociones en la salud de su marido, tanto en lo bueno como en lo malo. Ya me referí páginas antes los efectos que tuvieron sobre el monarca la música y sobre todo la portentosa voz de Farinelli, pero también las malas nuevas que venían de las constantes traiciones francesas, de los ataques de los ingleses al comercio hispanoamericano o de la guerra en Italia le afectaban muy negativamente, generando enorme preocupación en la reina. A esto que había que añadir la vida sedentaria que llevaba el rey, son numerosos los testimonios de embajadores en los que describen su obesidad y la torpeza de sus movimientos. Y a pesar de todos estos problemas, nada anunciaba la cercana muerte del rey, ya que si bien su estado no era muy bueno que digamos, no empeoraba a puntos que hicieran pensar a la corte en una temprana muerte.
Un escrito de la época relataba así la muerte del rey:
No había novedad alguna en el día de San Cirilo que se cuenta a 9 del mismo mes de julio y por tanto según costumbre el Monarca don Felipe cenó muy bien a las 5 horas de la mañana. Estando los Reyes en la cama cuando ya era cena de las dos de la tarde con poca diferencia estaba el Rey en su cuarto y la Reina registrando unos abanicos, pero a este tiempo dijo el Rey “no sé qué me da”, a lo que la Reina respondió, “escupa”. Respondió el Rey: “Yo me muero, llamen a mi confesor”. Esta expresión sobresaltó a la Reina y con el mismo sobresalto saliendo a la puerta del cuarto en alta voz dijo: “El rey se muere”. Al oír esto el ayuda de cámara don Nicolás Arnou entró dentro, y acudiendo con la Reina, en los brazos de ambos se tendió. Después el Rey se puso las manos a la garganta con lo que dio muestras de tener allí alguna pena, y realmente debió de ser aquella acción por alguna opresión en la garganta que le afligía. De lo cual se puede creer que algún flato le sofocaba y le sofocó, porque no pudo hablar palabra. Estando en este conflicto entró el Príncipe de Asturias, el cual acudía al socorro de su amado padre, y este entonces dio un esperezo, que fue la última acción o movimiento vital. Aconteció que este accidente duró cosa de 7 minutos, y entrando el Confesor de la Reina, Don Antonio Miloni, le apretó la mano y le absolvió condicionalmente. También entraron luego el Conde de Montijo, mayordomo mayor de la Reina y su caballerizo mayor Duque de Sesa, los cuales viendo que el Rey había expirado, el uno retiró a la Reina y el otro al Príncipe, cada cual a su respectivo cuarto. Después de esto entró el Padre Jaime Antonio Febre, jesuita francés, que era el confesor del Rey, y entraron los médicos y se resolvió hacer alguna sangría y aplicar otros remedios, así se efectuó sangrando y aplicando medicamentos que ya no aprovecharon.[11]
De manera tan súbita, la reina se encontró sola y viuda en un reino cuyo próximo monarca iba a ser su hijastro Fernando VI, cuyas relaciones eran frías a más no poder, sobre todo por parte de la reina, mientras su hijastro mostraba cordialidad en todo momento.
Esta nueva situación le producía bastante inquietud a la reina, sabía que su condición pasaba al de reina viuda, si se hubiera convertido en reina madre la situación podría haber incluso mejorado, pero dado que el nuevo monarca no era hijo suyo y las relaciones no eran muy buenas, el futuro no pintaba muy bien para Isabel de Farnesio. Ella ya observó lo que ocurrió con la esposa de Carlos II o con la de Luis I, enorme iba a ser el choque para una mujer acostumbrada a dirigir el reino. Al menos en el aspecto económico no tendría muchos problemas, su marido le dio en herencia una buena suma de dinero, el palacio de San Ildefonso, una generosa renta y demás bienes de alto valor.
Incapaz de seguir residiendo en palacio (no aguantaba tener que rendir pleitesía a los nuevos monarcas), se marchó a la residencia del duque de Osuna. Estando allí, su tristeza aumentaría al recibir la noticia que su amada hija María Teresa, delfina de Francia, había fallecido al poco de dar a luz. Su papel político desapareció al instante tener prohibido asistir a las reuniones de Consejo, entrevistar a los secretarios de Estado y recibir en audiencia a los embajadores.
A pesar de que las relaciones entre la nueva pareja regia y la reina viuda eran muy frías, Fernando VI aseguró las rentas de su madrasta amén de continuar la política italiana de su padre para obtener territorios a sus dos hermanastros. Aun así, la reina viuda no supo agradecer estos gestos, y no dudó en criticar con insolencia y públicamente a la pareja real. Hartos ya de tanta crítica e ingratitud, Fernando VI y su esposa enviaron a Isabel, un año después del fallecimiento del rey, una carta en que le instaban a abandonar Madrid y partir a San Ildefonso, nueva bofetada para una mujer acostumbrada a manar y no a obedecer.
Durante todo el reinado el reinado de Fernando VI vivió retirada en el palacio de la Granja en contra de su voluntad. Aunque se hallaba físicamente ausente, en al corte se mantenía el protocolo y seguían celebrándose de manera oficial, con gala y besamanos, su santo y su cumpleaños, pero a eso se reducía su presencia simbólica en la Monarquía española.[12]
Un último resplandor le quedaba a la reina sin embargo. En 1758 moría la reina Bárbara de Braganza, sumiendo a su enamorado esposo en una locura y depresión mayor incluso que las que padeció Felipe V. Intuía la reina que era cuestión de tiempo que su hijastro, sin descendencia, falleciera y otorgara la corona a su hijo predilecto, Carlos. Si bien hubo tentativas de volver a casar al rey viudo, su estado tanto físico como mental, impidieron la búsqueda de una nueva esposa. Un año después moría Fernando VI. Isabel de Farnesio pasó de ser reina viuda a ser reina madre y reina gobernadora, ya que su hijo Carlos pidió expresamente a su madre que se ocupara del reino hasta su llegada. Fue recibida en Madrid con gran jolgorio, la mujer estaba exultante, volvía al poder después de tantos años desterrada en La Granja. Dos días se tomó de descanso para comenzar inmediatamente las reuniones con los secretarios y a gobernar el reino.
Al poco de llegar la nueva pareja real, surgieron tensiones entre la reina y la reina madre, aunque al menos se guardaron de exponerlo delante del rey que no habría tolerado tal enfrentamiento en la corte. Poco a poco Isabel sería apartada del poder político, amén de que sus energías se debilitaban cada vez más. Acabaría retirándose al palacio de Aranjuez donde moriría el 10 de Julio de 1766, 20 años y un día después del fallecimiento de su marido.
3.Conclusiones.
En la introducción de este trabajo, expuse un fragmento de una carta de Luis XIV de 1700 en el que relataba la docilidad de su nieto. El destino quiso que el carácter sumiso de Felipe V estuviera rodeado de personas con fuerte carácter, primero fue la princesa de los Ursinos, después su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya y finalmente su segunda esposa Isabel de Farnesio. Indudablemente el reino estuvo dirigido por el fuerte carácter de la reina. Expongo a continuación una serie de cartas que relataron su personalidad.
Noailles relataría: “En cuanto a la reina, se muestra inteligente y vivaz, sus contestaciones son a trópos y su cortesía tiene una aire de distinción. Es una mujer ambiciosa y recela de ser engañada, y como lo ha sido, esto le da un aire de desconfianza que ella acaso exagera”.[13]
El embajador inglés Keene escribía en 1737: [Felipe V] permite a la reina gestionarlo casi todo a gusto y modo de ella, incluso los tratos con el Emperador, por el cual no puede tener él ninguna especie de simpatía. […] La vida y los cuidados de la reina, por tanto, están divididos entre guardar al rey de que se entregue a una pasividad absoluta, cosa que ha logrado mediante las diversiones que ha montado, y también de mantenerle informado del estado de los asuntos según los criterios de ella, lo cual ha conseguido vedando que se aproximen al rey personas que aporten materiales contrarios a la idea de ella”[14]
Finalmente, tras la muerte de Felipe V, D’Arguenson nos cuenta: “No ha habido hombre que haya hecho uso tan erróneo del matrimonio, permitiéndose ser gobernado por su esposa, que mandaba rigurosamente sobre él. Algunas veces gruñía contra el yugo, pero su conciencia y su temperamento le sometían a él por fuerza”[15]
La poderosa personalidad de la reina rigió los destinos del reino durante 32 años. La política exterior estuvo básicamente destinada a recuperar los territorios italianos que se perdieron en el Tratado de Utrech para sus hijos, era lo que más ambicionaba la reina. Era comprensible su actitud, sus hijastros copaban la línea de sucesión, sus hijos iban a ser unos segundones, urgía cuanto antes colocar en buenos puestos a su descendencia. Estas acciones que tanto marcaron la política exterior en ese período, acabaron teniendo enormes consecuencias para el futuro, no sólo en el siglo XVIII sino también en el siglo XIX. De la nueva rama borbónica en Parma saldría la figura de María Luisa de Parma, quien ejercería una poderosa influencia en su esposo Carlos IV y cuyo primer ministro Godoy tuvo que hacer frente a la cada vez más poderosa figura de Napoleón. Las dos nuevas ramas borbónicas italianas y sus respectivos estados también tendrían un importante papel en la Europa napoleónica, en la Europa posterior al Congreso de Viena y especialmente en la formación del estado de Italia.
4.Bibliografía
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-VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991.
Páginas web:
–https://stefancampillo.wordpress.com/
[1] https://stefancampillo.wordpress.com/
[2] Archivos del duque d’Harcourt.
[3] FERNÁNDEZ ALBADALEJO, Pablo (ed.), Los Borbones: Dinastía y memoria de nación en la España del siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2001, p. 68.
[4] ERLANGER, Philippe, Felipe V, esclavo de sus mujeres, Barcelona, Ariel, 2003, p. 243.
[5] VÁZQUEZ GESTAL, Pablo, Una nueva majestad: Felipe V, Isabel de Farnesio y la identidad de la monarquía (1700-1729), Madrid, Marcial Pons, 2008, p. 170.
[6] KAMEN, Henry, Felipe V: el rey que reinó dos veces, Madrid, Temas de Hoy, 2000, p. 188.
[7] KAMEN, Henry, Felipe V: el rey que reinó dos veces, Madrid, Temas de Hoy, 2000, p. 231.
[8] VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 382.
[9] BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio de, Relaciones de España bajo Felipe V, Universidad de Valladolid, 1998, p. 463.
[10] VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 393
[11] Epítome de la vida y constumbres, muerte y entierro de el Cathólico Monarca don Phelipe Quinto, Biblioteca Nacional, Madrid, Ms. 10.818/30.
[12] PÉREZ SAMPER, María Ángeles, Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza Janés, 2003, p.417.
[13] VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 394.
[14] VOLTES BOU, Pedro, op. cit., p. 414.
[15] VOLTES BOU, Pedro, op. cit., p. 417