Política exterior de la monarquía borbónica en el siglo XVIII: La figura de Isabel de Farnesio

Isabel de Farnesio

 

 

RESUMEN DE LA OBRA

Este trabajo mío trata de abordar la influencia que tuvo en la política exterior borbónica la figura de la reina Isabel de Farnesio. Mi objetivo es tratar la influencia en la política exterior de la monarquía española desde su llegada hasta la definitiva obtención de los principados italianos que tanto deseaba para sus hijos. Después trataré brevemente la muerte de su marido el rey Felipe V, su destierro en La Granja durante el reinado de Fernando VI y su posterior vuelta a la vida política con la llegada al trono de su hijo Carlos III.

Índice

1.Introducción.

2.Desarrollo.

2.1. Felipe V, esclavo de las mujeres.

2.2. El incipiente papel de la reina sobre los destinos de España.

2.3 La Triple Alianza. 1717.

2.4. La guerra de sucesión polaca.

2.5. El final del reinado de Felipe V.

2.6. La guerra de la oreja de Jenkins y la guerra de sucesión austríaca.

2.7. Muerte de Felipe V y destierro de la reina.

3.Conclusiones.

4.Bibliografía.

 

1.Introducción

En esta presentación quiero explicar la razón por la que la figura de Isabel de Farnesio siempre me cautivó y porqué quise centrarme en su figura e influencia en la historia en este trabajo de fin de grado.

Mi interés por la reina se remonta a hace unos catorce años, cuando estaba en segundo de bachillerato; en la asignatura de historia del arte estudié una obra que atrajo mi interés, esta obra se trata de “La familia de Felipe V” de Louis Michel van Loo, que data de 1743. Años más tarde, profundicé en la historia del cuadro estando en segundo de carrera en la asignatura de Historia del Arte en la Edad Moderna, cuyo trabajo recibió elogios por parte de la profesora y que me animó a colgarlo en la red para compartirlo con el público, de este mi trabajo sacaré un fragmento que incluyo en la introducción.

Este cuadro representa a la familia del soberano de España por aquel entonces, Felipe V de Borbón (1683-1746), primer soberano de la dinastía de los Borbones venida desde Francia al desaparecer la dinastía de los Austrias al fallecer su último representante, Carlos II (1661-1700). Van Loo realizó este cuadro tres años del fallecimiento del monarca.

El cuadro fue realizado a partir de varios retratos de la familia real, ya que en el momento de su ejecución, la mayoría no estaba presente en la corte, sino más bien en Italia y Portugal.

Además de este cuadro, Van Loo pintó otros cuadros similares con los miembros de la familia real por separado, en la que se repite la misma simbología (sobre todo con Isabel de Farnesio que siempre aparecerá con la corona al lado).

La disposición del cuadro era totalmente intencionada, por petición expresa de la reina, Isabel de Farnesio.  A la izquierda del rey se ve al príncipe Fernando con su esposa, tanto el príncipe, como su esposa, no expresan la belleza y la jovialidad que tiene el resto de los miembros de la familia real, esto se debe a que el príncipe Fernando no era hijo de la reina, era su hijastro, el príncipe Fernando era hijo de María Luisa Gabriela de Saboya (1688-1714), la primera esposa del rey. Era de sobra conocida la indiferencia que sentía Isabel de Farnesio con sus hijastros.

Luego, la reina quería dejar claro al espectador la fecundidad de la pareja regia, mientras del primer matrimonio del rey sólo se observa al príncipe Fernando con su esposa (que nunca llegaron a tener descendencia), del segundo matrimonio se ve a 6 hijos e hijas casados (menos el infante Luis), e incluso con descendencia (las dos niñas que están jugando con un perro), todo el peso del cuadro está dirigido a la parte derecha del cuadro que es donde están la mayoría de los hijos de la reina.

El mensaje más importante que quería transmitir este cuadro es quién lleva las riendas del estado. No es Felipe V quien sostiene la corona, es la reina quien la tiene al lado de su brazo, colocado sobre un cojín (una postura verdaderamente insólita), amén de que quien da la perspectiva es la figura de la reina y no el rey. Y frente a la expresión distraída de Felipe V, a la reina se la observa llena de vitalidad y frescura, y una mirada que transmite seguridad en sí misma. Esto se debe a dos motivos:

-Uno era el estado tanto físico como mental del rey. Desde joven, mostró el rey tendencias a la melancolía y a la depresión, esto sumado a una apatía de la que nos han llegado numerosos testimonios. El fallecimiento de su primera esposa, la lejanía de su añorada Versalles y el tiempo agravaron estos síntomas. Aunque se enamorara profundamente de su nueva esposa, eso no mejoró su estado. Se quedaba encerrado en sus aposentos todo el día, hasta el punto de recibir a sus ministros en ella.

Transformó el día en noche y la noche en día, desayunando durante la noche y cenando durante el día. Fueron constantes sus crisis nerviosas, en 1724 dejó el gobierno y abdicó en su hijo Luis (1707-1724), príncipe de Asturias, siendo coronado como Luis I, aunque su temprano fallecimiento obligó a su padre a reinar de nuevo. En 1727 padeció una crisis severa que lo dejó sumido en un mutismo absoluto y le alejó casi definitivamente de toda cuestión de gobierno. La reina probó varios métodos para mitigar tan lamentable estado. Uno de ellos fue trasladar la corte a Andalucía, aunque no sirvió de nada. La solución la encontró de la música, en 1737 contrató al célebre castrati Farinelli (Carlo Broschi, 1705-1782), que abandonó su fulgurante carrera internacional para venir a Madrid a cantar sólo para la corte española. Durante los siguientes años, hasta el fallecimiento del rey, le cantaba las mismas cinco arias. Y aunque el rey no se recuperara del todo, sí se observó una mejoría, al empezar a afeitarse, lavarse, acudir con cierta frecuencia a las reuniones de los ministros, y demás actividades. Esto supuso una de las bases para el posterior desarrollo de la musicoterapia.

-El segundo era la personalidad de la propia reina, de fuerte carácter, ambiciosa y autoritaria. Debido al progresivo empeoramiento de su marido el rey, la figura de la reina se fue convirtiendo más y más es una pieza clave para la política española. Al ser una mujer sumamente ambiciosa, quiso recuperar los territorios italianos que la corona española perdió tras la guerra de Sucesión, colocando en diversos estados italianos a sus hijos, cosa que conseguiría de manera exitosa.[1]

Con esta presentación espero que comprenda el lector porqué la enorme vivacidad de la reina me cautivó (y sigue cautivando) desde el primer momento y la razón por la que no dudé ni un instante en elegir este tema a desarrollar para mi trabajo de fin de carrera.

2.Desarrollo

2.1. Felipe V, esclavo de las mujeres.

“Versalles, el 15 de diciembre de 1700.

Considero necesario advertiros de las buenas intenciones del rey de España. Es amante del bien, y lo hará si lo conoce, pero ese conocimiento le falta en muchas cosas. Es poco instruido, incluso menos de lo conveniente a su edad. Será fácil gobernarlo si, al principio, no ponéis mucha intención en prevenir las impresiones que podrán darle. Actualmente, podéis hacerme mayor favor que vigilarle. Se fiará de vos y seguirá vuestros consejos. No dudo del acierto de éstos. Pensad finalmente que confío enteramente en vos.

Firmado; Luis”[2]

Esta misiva que Luis XIV envió al duque d’Harcourt contiene una frase que define la principal característica de Felipe V a lo largo de su vida “será fácil gobernarlo”. Felipe V estuvo dominado toda su vida por tres mujeres claves: la princesa de los Ursinos, María Luisa Gabriela de Saboya e Isabel de Farnesio.

El primer año de reinado de Felipe V, la princesa de los Ursinos actuó como un agente de la corte de Luis XIV. La llegada de la primera esposa de Felipe V en 1701 tampoco cambió la situación. Felipe V siguió dominado por ambas mujeres. Estas dos mujeres tendrían un papel importante en la guerra de Sucesión. Por parte de la princesa de los Ursinos, se animó al joven monarca a no ceder ante nada en la contienda, mientras que María Luisa Gabriela se mostró como una esposa leal, amante y con los pies en la tierra al saber dirigir el reino en ausencia de su marido cuando partió hacia Italia.

2.2. El incipiente papel de la reina sobre los destinos de España

La Paz de Utrecht había reconciliado todas las potencias contendientes en la Guerra de Sucesión española, a excepción de los dos soberanos principalmente interesados ​​en la disputa. Felipe V no renunció nunca las posesiones italianas de España, del mismo modo que el emperador Carlos VI se consideró siempre rey de España, título que no renunció nunca. Fueron necesarios diez incesantes años de luchas entre los dos soberanos para llegar a un compromiso.[3] Las cuestiones en litigio entre Felipe V y Carlos VI aún quedaban por resolver. En las operaciones militares y diplomáticas que siguieron, la corona española estaría dirigida por la voluntad de una reina joven y ambiciosa, y los consejos de un ministro emprendedor.

Después de la muerte de la primera esposa de Felipe V, Luisa de Saboya (febrero de 1714), una mujer de coraje y de inteligencia, la princesa de Ursinos, había asumido durante un tiempo el gobierno del rey y del reino. Pero el melancólico y devoto Felipe V exigía otra consorte, y la princesa decidió adquirir para él una reina de una disposición dócil, que no quisiera disputar con ella el imperio que ella ejercía sobre el rey. Con este fin se consultó a Alberoni, que ahora gozaba de considerable confianza y el favor real. Este hombre extraordinario, el hijo de un jardinero, nativo de Piacenza, había sido por momentos un campanero, un abate, el mayordomo de un obispo, el favorito y confidente del duque de Vendome, y, por último, el agente del duque de Parma en Madrid. Alberoni recomendada a Isabel de Farnesio, la sobrina de su soberano, el duque reinante de Parma, como la futura reina de España. Era, dijo, una buena chica lombarda, criada en la mantequilla y el queso del país, poco habladora, poco inmersa en la corte dedicándose al bordado y la costura. El consentimiento dado por Luis XIV se obtuvo y el 16 de septiembre de 1714, poco más de medio año después de la muerte de la primera esposa de Felipe, sus nupcias se celebraron por poderes en Parma.

La princesa de los Ursinos aprendió, cuando ya era demasiado tarde, el verdadero carácter de Isabel de Farnesio. Descubrió que, en vez de ser una chica dócil y sencilla, a la que se puede controlar fácilmente, la nueva reina poseía una mente penetrante y un espíritu firme. Alarmados por esta inteligencia, se había enviado un mensajero a Parma para impedir la celebración del matrimonio, pero llegó la misma mañana de la ceremonia, y no fue admitido en la audiencia hasta que se hubiera celebrado. La primera entrevista con la nueva reina mostró a la princesa de los Ursinos cómo fatalmente había sido engañada. La princesa, tras reprochar a Isabel su retraso, le declara que puede “contar con encontrársela siempre entre ella y el rey para mantener las cosas donde debes estar”. Esto basta para que prenda el fuego. Fuera lo que fuere, la puerta se abre bruscamente e Isabel aparece gritando -¡que desaparezca está loca!-, Pronto le informan a la princesa que la reina le insta a que salga de España de inmediato.[4]. Alberoni había conseguido la orden de arresto de Felipe V, a instancias del Duque de Parma, y con el consentimiento de Luis XIV.

«Una mujer y un cojín», decía Alberoni «, es todo lo que el rey de España necesita». Desde el punto de vista temperamental, era una necesidad para Felipe ser gobernado, y la función estaba ahora sobre todo compartida por la reina y su confesor, el jesuita Daubenton. La reina, en su dilatada existencia, intervino de manerca muy activa en la gestión de la potestas regia en la organización del sistema de patronazgo cortesano durante el reinado de Felipe V[5]. El mismo Alberoni pronto se ganó la confianza de la reina por sus audaces y ambiciosas ideas. El objetivo era la restauración de España a una categoría acorde a su magnitud, sus recursos y el carácter de sus habitantes. Siguió los trabajos iniciados por su antecesor, Orri, para la restauración de las finanzas, en esta tarea contó con la ayuda de las pérdidas saludables de territorio que España había experimentado y que reducían los gastos así como por la supresión de la privilegios de Aragón y Cataluña. Varios planes ocuparon la imaginación de Alberoni y su soberano, cuando las finanzas se hubieran restablecido, y las fuerzas navales y militares del reino hubieran restaurado a su antiguo vigor. A medida que el trono de España iba a recaer al hijo de Felipe V de su primera esposa, Isabel deseaba asegurar a sus propios hijos los ducados de Parma y Toscana, así como la posibilidad de acceder al trono de Francia, en el caso de la muerte de Luis XV, un niño enfermizo de quince años. Para llevar a cabo este último objetivo sería necesario privar al duque de Orleans de la regencia francesa y cambiar el orden de sucesión en el Reino Unido en favor del Pretendiente, en una palabra, derrocar el Tratado de Utrecht. Pero antes de entrar en una política tan aventurera, Alberoni demandó cinco años de paz, y, por lo tanto, después de la muerte de Luis XIV, en oposición a los consejos del cardenal del Giudice, el Ministro de Relaciones Exteriores, hizo anticipos a Gran Bretaña y Holanda. El 15 de diciembre de 1715, un tratado comercial concluyó con Inglaterra en condiciones muy favorables a este reino.

El estado de agotamiento de Francia y de la enorme deuda contraída por las últimas guerras también otorgaron una paz necesaria a este país, donde la Regencia había sido tomada por el sobrino de Luis XIV, Felipe duque de Orleans. Luis XIV nombró en su testamento un Consejo de Regencia, de los cuales, el duque de Orleans iba a ser el jefe nominal, cuya autoridad sólo se hacía valer en casos de opiniones divididas. Al duque de Maine, hijo bastardo pero legitimado de Luis XIV, le fue confiada la tutela del joven rey. Pero el duque de Maine no tenía las cualidades necesarias para tal empresa. El duque de Orleans decidió adueñarse de la regencia por medio del Parlamento de París.

Acompañado por los príncipes de la sangre, los duques y pares, se dirigió, en la mañana después de la muerte de Luis XIV, al palacio, donde el Parlamento se reunió, siendo recibido respetuosamente. En su discurso insistió en su derecho a la Regencia, tanto por su nacimiento como por los deseos del difunto rey, expresados verbalmente a él. Él se quejó de que tenía la intención de aliviar al pueblo de sus cargas, de restablecer las finanzas, de preservar la paz, de restablecer la unidad y la paz en la Iglesia halagando en todo momento al Parlamento al demandar de antemano «las advertencias sabias de esa augusta asamblea”. Cuando tuvo el apoyo del Parlamento a su favor, el testamento de Luis XIV se leyó en medio de un silencio de desaprobación. Felipe silenció los intentos de protestas del duque de Maine, y el Parlamento lo proclamó regente por aclamación. También fue investido con la tutela del joven rey, y con el mando de las fuerzas, en una palabra, se le confió un poder casi absoluto.

A Francia pues, le interesaba mantener la paz, es decir, defender el Tratado de Utrecht, y restaurar las finanzas. Con respecto a este último tema, bastará señalar el establecimiento de un banco nacional para la emisión de papel moneda, y la construcción del gigantesco monopolio comercial de la Compañía del Mississippi. La prosperidad repentina de este esquema y el frenesí de los juegos de azar crea en la nación el estallido de la burbuja y la ruina total de los accionistas (lo mismo ocurrió en Inglaterra con la Burbuja de los Mares del Sur).

La política exterior del regente tomó un giro de 180 grados respecto a la de Luis XIV durante sus últimos años. La conexión entre Francia y España, establecido a costa de tanta sangre y tesoro de Luis XIV, fue de inmediato cortada a su muerte. La relación entre las familias gobernantes, en lugar de un vínculo de unión, resultó ser una fuente de discordia, y sólo sirvió para amargar las disputas políticas entre los dos países.

Al principio, sin embargo, el duque de Orleans parecía indeciso. Como España se había acercado a George I, así el Regente parecía inclinado a adoptar la causa del Pretendiente. Permitió al Pretendiente, que había estado residiendo en Lorena desde la paz, atravesar Francia para embarcar en Dunkerque para su descenso en Escocia en diciembre de 1715. El resultado de esa empresa es bien conocido. Después de su fracaso el Pretendiente se retiró a Aviñón. Tanto Felipe V y el Regente, sin embargo, pronto comenzaron a apreciar mejor sus verdaderos intereses y posiciones. Parte de su política, puede, tal vez, atribuirse por razones. Felipe V había concebido un odio perfecto para su primo, y creía firmemente en todos los delitos que se le imputaban.

De la misma manera que Felipe V era guiado por Alberoni, así el Regente era guiado por el abad Dubois, quien había sido su preceptor. El auge de Dubois era casi tan extraordinario como la del ministro español. Él era el hijo de un boticario en Brives-la-Graillarde, un pequeño pueblo en la región de Lemosín, y nació 6 de septiembre 1656. Enviado a París por sus padres a la temprana edad de doce años para estudiar en el Colegio San Miguel, o Pompadour. Después de completar sus estudios y que sirviera como tutor en varias familias, al fin obtuvo un puesto en la del Marqués de Pluvant, ayudante de Monsieur, el duque de Orleans, hermano de Luis XIV. Aquí formó al duque de Chartres, después, el Regente. Bajo el cuidado de Dubois las capacidades naturales del joven duque de Chartres se desarrollan con una rapidez que deleitó a la Corte. Dubois se ganó el favor de Luis XIV por el logro de encontrar una esposa para el duque de Chartres, la señorita de Blois, hija bastarda pero legitimada del rey (a pesar de la negativa de la duquesa de Orleans). En recompensa por este servicio, Luis XIV le dio la Abadía de St. Justin en Picardía, y posteriormente se le permitió unirse a la embajada de Mariscal Tallard en Londres.

A la muerte de Monsieur, en 1701, Dubois, con el modesto título de secretario, se convirtió, de hecho, en el consejero íntimo de su antiguo alumno, el nuevo duque de Orleans. Había acompañado al duque en su primera campaña al mando del mariscal de Luxemburgo, y estuvo presente en la batalla de Steinkerque (1692), donde se muestra todo el coraje y sangre fría de un soldado profesional. Pero cuando en 1707 el duque procedió a España para tomar el mando del ejército, la princesa de los Ursinos, que temía el espíritu intrigante Dubois , le llevó a ser excluido de la suite del príncipe . La elevación del duque de Orleans a la Regencia inspiró a Dubois con la esperanza de hacer realidad sus sueños más ambiciosos. Una cosa, sin embargo, entorpecía su camino. Su carácter era tan notorio como su libertinaje y absoluta falta de principios, que incluso el propio regente, que conocía sus habilidades dudó en hacer de él un ministro. Sin embargo, una apelación a su larga amistad tocó el corazón del regente, y le nombró Consejero de Estado. Tal era el hombre que iba a dirigir durante algún tiempo la política de Francia, y desempeñar un papel de liderazgo en los asuntos de Europa.

Dubois adoptó una visión rápida y correcta de la situación de Europa. Este interés era doble: asegurar la posesión de la Regencia, y asegurar el trono francés en la línea de Orleans, en lugar de la de Felipe V, en el caso de la muerte de Luis XV. Para lograr esto había que aliarse con Inglaterra, cuyo interés en la exclusión del rey de España de la sucesión francesa era idéntico a la del regente. Jorge I tenía necesidad de esta alianza. Francia era la única potencia que podía prestar cualquier ayuda material al Pretendiente, llamado James III, mientras que, por otro lado, sin la ayuda de Inglaterra, Felipe V no tenía ninguna posibilidad de prevalecer contra el duque de Orleans.

2.3 La Triple Alianza. 1717.

El regreso de a los whigs al poder había acercado las relaciones entre Inglaterra y Holanda. Holanda se había convertido casi en un satélite de Gran Bretaña. La antigua alianza entre los dos países se renovó en 17 de febrero de 1716, por el que se confirmaron los antiguos tratados. Jorge I, con la vista puesta en sus ducados recién adquiridos de Bremen y Verden, también había llegado a la conclusión de una alianza defensiva con el Emperador Carlos VI, llamado el Tratado de Westminster (25 de mayo). Por otro lado, a los whigs, así como Jorge I a sí mismo, siempre habían expresado en voz alta su insatisfacción por el Tratado de Utrecht, que habían denunciado a los conservadores como los autores de la misma. Los clamores, también, contra Francia habían aumentado recientemente debido a la ayuda concedida al Pretendiente.

Por lo tanto muchas dificultades estaban en el camino del proyecto de Dubois; pero fueron superados por su habilidad y perseverancia. Enterándose de que Lord Stanhope iba a pasar a través de Holanda en julio de 1716, con Jorge I, en su camino a Hanover, Dubois se dirigió a La Haya con el pretexto de recoger libros, donde, como por casualidad, se las arregló para tener una entrevista con su viejo conocido, el ministr Inglés. Él aprovechó la oportunidad para exponer sus planes. Al poco de firmó un tratado y en el mes de agosto siguiente, Dubois fue a Hanover, donde finalmente se arregló la alianza. El emperador austríaco, superando sus recelos, se adhirió al tratado, firmándose la Triple Alianza en La Haya el 4 de Enero de 1717. Por este tratado se renovaron las disposiciones contenidas en el Tratado de Utrecht, Luis XV prometió nunca ayudar al Pretendiente.

Mediante esta alianza, el Regente impedía la posibilidad de una guerra por la sucesión de Francia, y le dio a su país la paz que era tan necesaria. Pero el precio de esta seguridad era muy grande. Durante algunos años estuvo subordinado a Inglaterra, y en lugar de unirse con España para oponerse a la expansión de Inglaterra perdió su única oportunidad de conseguir un gran imperio colonial. Los estadistas franceses no aprovecharon este periodo de paz y durante los siguientes años el comercio decreció, la flota se redujo y las finanzas decayeron. Nadie, sin embargo, estaba tan enfadado y sorprendido como el Rey de España. Alberoni, sin embargo, aún no estaba preparado para actuar, y desea aplazar una guerra hasta que se hubieran acumulado los recursos necesarios para llevarla a cabo con vigor.

Para ello había obtenido el permiso del Papa para imponer un impuesto sobre el clero español, con el pretexto de ayudar a los venecianos en la guerra que estaban librando con los turcos, y, de hecho, en realidad envió una fuerza de 8.000 hombres para ayudar a en la defensa de Corfú. Pero antes de que sus preparativos estuvieran completos, se apresuró a entrar en una guerra con el emperador por un incidente relativamente trivial. En mayo de 1717, el Gran Inquisidor de España, al volver de Roma, se aventuró a recorrer el Milanesado sin un pasaporte Imperial, y fue arrestado como sujeto rebelde de Carlos III de España. Exasperado por este insulto, Felipe V declaró que defendería inmediatamente el honor de su corona. En vano Alberoni intentó calmar a Felipe V y quitarle la idea de iniciar una guerra, pero Felipe era inflexible, y todo lo que el ministro pudo obtener fue que las hostilidades se dirigieran primeramente contra la isla de Cerdeña, en lugar de Nápoles y Sicilia.

Un ejército fue enviado para la conquista de Cerdeña. Nueve mil españoles desembarcaron allí a finales de agosto de 1717, y, con la ayuda de los habitantes descontentos, se apoderaron de toda la isla en menos de tres meses.

Uno de los primeros efectos de este ataque a las posesiones occidentales del Emperador era obstaculizar las negociaciones con la Sublime Puerta.

El emperador hizo un llamamiento a la Triple Alianza. Alberoni, por su parte, trató de propiciar un acuerdo con a Inglaterra con algunas ventajas comerciales, y usó todos sus recursos para levantar hombres y dinero. Bajo estas circunstancias, Francia e Inglaterra firmaron un convenio en julio de 1718, para llevar a cabo el proyecto de Stanhope para lograr la paz entre España y Austria. El emperador estaba obligado a renunciar a todas las pretensiones a España y de las Indias, y Felipe V de las antiguas provincias españolas de que el emperador estaba en posesión. Sicilia iba a ser asignado al emperador, el duque de Saboya obtenía Cerdeña a cambio. El emperador era prometía una eventual investidura de los ducados de Parma, Piacenza y Toscana a Don Carlos, u otro hijo de la Reina de España, pero con una disposición que nunca deben estar unidos con la Corona de España.

Tres meses se otorgaron a Felipe V y el duque de Saboya a adherirse al tratado después de su ratificación por el emperador. El emperador accedió de inmediato a estos términos, y el 20 de agosto se firmó en Londres el tratado conocido como la Cuádruple Alianza, llamada así porque los holandeses también fueron invitados a adherirse a ella. Pero la República, ofendida por no haber sido consultado previamente, y alarmado por su comercio con España, se negó en un primer momento para hacerlo, y su adhesión no se obtuvo hasta seis meses después.

Estas últimas negociaciones fueron obra de Stanhope, apoyado por Dubois, y se deben a la acción de España. Alberoni trató de conciliar el zar y el rey de Suecia, y unirlos en un descenso en Escocia a favor del Pretendiente. Él ya había desembarcado a 30.000 españoles en Palermo, el 1 de julio de 1718. Una gran parte de las tropas piamontesas ya se había retirado, y el resto ya se retiró a la ciudadela de Messina. En junio, una flota británica fue enviada al Mediterráneo, y Stanhope se apresuró a Madrid para hacer un último esfuerzo para obtener la aceptación de Felipe. Mientras estaba en Madrid, llegó la noticia del desembarco de los españoles en Palermo, y Stanhope ofreció devolver Gibraltar si Felipe accedería inmediatamente a la Cuádruple Alianza, pero sin efecto. El Almirante Byng casi aniquiló a la flota española de veintidós velas en un enfrentamiento en el cabo Passaro, el 11 de agosto. Sin embargo, las potencias aliadas aún dudaban en hacer una declaración formal de guerra. Inglaterra no estaba dispuesta a hacerlo y el Regente era reacio a dar un paso de tal, contra el nieto de Luis XIV. Por fin Dubois, que ahora era ministro de Relaciones Exteriores, encontró un pretexto con la Conspiración de Cellamare.

Alberoni, en colaboración con la duquesa de Maine, y por medio de Cellamare, el embajador español en París, había urdido una trama derrocar al Regente, puesto que reclamaba Felipe V. Este plan fue entregado a Dubois por un secretario empleado para copiar los despachos y un abad español, el portador de ellas, fue detenido en Poitiers en su camino a España. Este descubrimiento fue seguido por la detención de la duquesa de Maine y su marido, así como de Cellamare, como violador del derecho internacional, y Dubois aprovechó la indignación popular para declarar la guerra a España el 10 de enero de 1719. Los ingleses se sumaron a la declaración de guerra poco después.

Las operaciones dieron comienzo en la primavera. En abril, una división francesa cruzó el Bidasoa destruyendo el astillero. El Mariscal Berwick, sitió Fuenterabia, que capituló 18 de junio. Felipe V era incapaz de detener esta invasión, sin embargo, en marzo había enviado seis barcos de guerra, con 6.000 hombres, y armas para 30.000 más, para hacer un descenso en Escocia bajo el mando del exiliado duque de Ormond. El Pretendiente fue invitado a Roma para tomar ventaja de cualquier evento que pueda ocurrir. Sin embargo, la escuadra española fue dispersada por una tormenta, sólo dos fragatas lograron alcanzar Kintail, y la rebelión de los Highlanders fue sofocado rápidamente. En España, San Sebastián se rindió al 19 de agosto a los franceses. Berwick luego volvió a entrar en Francia, eludió con su ejército el lado norte de los Pirineos, y entró en la Cerdaña, donde, sin embargo, logró poca cosa. En el otoño de una flota Inglés apareció en las costas de Galicia, capturando Vigo el 21 de octubre.

Era claramente imposible para España resistir, sin ayuda, la combinación formidable organizada en su contra. Las tropas austríacas, después de la Paz de Passarowitz, ya habían tenido tiempo de pasar a la acción, y la flota Inglesa desembarcó numerosas tropas en Sicilia. La invasión francesa de España se reanudó el próximo año, e Inglaterra se preparaba para atacar las colonias hispanoamericanas. Los gabinetes franceses e ingleses habían resuelto que la caída de Alberoni debe ser una condición indispensable para la paz.

Felipe V fue influenciado para despedir a su ministro por su confesor Daubenton, , mientras que la reina española fue amenazada con la retirada de la garantía de los ducados italianos a sus hijos. En diciembre de 1719, Alberoni recibió órdenes de dejar Madrid en ocho días y en España en tres semanas. Este fue el final de su carrera política, a pesar de que vivió hasta 1752. Se retiró a través de Francia y Génova, de donde, sin embargo, fue expulsado por el Papa Clemente XI, quien le amenazó con ser procesado como un enemigo de la fe católica. Hasta la muerte de aquel Pontífice encontró un refugio en Suiza.

Después de la destitución de Alberoni, el embajador español en La Haya se adhirió a la Cuádruple Alianza (febrero de 1720). El emperador se puso en posesión de Sicilia, el ex rey de Sicilia (Víctor Amadeo II de Saboya) se convirtió en el rey de Cerdeña, una posesión que desde entonces ha permanecido en su casa, y Parma y Toscana era garantiza a los hijos de la reina española. La política de Dubois era así coronada por el éxito, y tras la muerte de Clemente XI el capelo cardenalicio de Inocencio XIII.

La adhesión de Felipe V a la Cuádruple Alianza fue seguida por varios tratados. A medida que el Emperador había mostrado una aversión a las estipulaciones relativas a los ducados italianos, Felipe concluyó un tratado secreto con Francia en marzo de 1721, por el que ese país dedica a apoyar los intereses de España en un congreso que iba a celebrarse en Cambrai. El Consejo de Ministros Inglés manifestó su descontento por este tratado, que se había hecho sin su consentimiento, y Dubois, para apaciguarlos, se apresuró a llevar a cabo el Tratado de Madrid en junio de 1721, entre Gran Bretaña y España, a la que Francia se adhirió, que contiene términos muy ventajosos para el comercio Inglés. Por otro lado, Gran Bretaña se comprometía a reemplazar los barcos españoles destruidos por Byng.

La conexión entre Francia y España en esta época se acercó por los contratos de matrimonio entre las familias reinantes. Luis XV debía casarse con una Infanta, mientras que el Príncipe de Asturias, el heredero de la monarquía española, y Don Carlos, el heredero de Parma y Toscana, debían estar unidos a dos hijas del Regente Orleans. Los jóvenes princesas se intercambiaron sobre el Bidasoa el 09 de enero 1722. Daubenton procuró que el jesuíta Limières reemplazara al venerable abad Fleury como confesor de Luis XV.

El fin de la regencia Orleans se estaba acercando. Louis XV alcanzaría la mayoría de edad legal 16 de febrero 1723. Cuando el rey llegó a la mayoría de edad, el duque de Orleans renunció el título de regente, pero siguió como presidente del Consejo de Estado, mientras Dubois ejercía como primer ministro. El cardenal, sin embargo, no disfrutó mucho de sus honores recientemente adquiridos. Murió el 10 de agosto de 1723 y el duque de Orleans sobrevivió mucho más, muriendo el 2 de diciembre de 1723 a la edad prematura de los cuarenta y nueve años. El duque de Borbón ahora se convirtió en Primer Ministro. Su administración fue más bien una continuación del régimen anterior, aunque mucho menos talento.

Poco después de estos acontecimientos Europa se mostró sorprendida por la abdicación de Felipe V, un evento causado por motivos religiosos. Aunque la idea de abdicar no era reciente, Felipe V llevaba madurando la idea hacía varios años. De hecho, Felipe V inició en 1720 la construcción de un nuevo palacio, al que pensaba retirarse después de abandonar el poder. La Granja de San Ildefonso, cerca de Segovia, fue la primera gran contribución del rey a la arquitectura barroca en España.[6] La corona de España se trasladó a Don Luis, Príncipe de Asturias, de dieciséis años de edad, hijo mayor de Felipe y Luisa de Saboya (10 de enero 1724). Don Luis, sin embargo, murió en agosto de viruela, y Felipe se encontró en una situación difícil. Su renuncia a la Corona había sido realizada en un acto religioso solemne, y su reanudación podría ocasionar comentarios desfavorables. Sin embargo el Nuncio Papal, le liberó de cualquier posible traba y después de mucha resistencia aparente, Felipe subió de nuevo al trono, y reinó Isabel de Farnesio, una vez más, en detrimento de la paz de Europa.

Mientras tanto, un congreso se había abierto en Cambrai para decidir las cuestiones entre Austria y España. Los procedimientos formales, sin embargo, no comenzaron hasta enero de 1724, fueron muy prolongadas, y no tuvieron resultados. El duque de Borbón estaba dispuesto a apoyar a España, y para formar una alianza con ese país y al mismo tiempo estaba ansioso por arreglar lo más pronto posible el matrimonio de Luis XV, con el doble objetivo de mantenerse en el poder y , en caso de que ningún heredero de naciera, de impedir la sucesión de la rama Orleans. En esta política fue apoyada no sólo por su amante, Madame de Prie, sino también por la opinión pública francesa. En abril de 1725, la infanta española fue enviada de vuelta a España sin ni siquiera una palabra de disculpa. El Tribunal francés se esforzó por conseguir para el joven rey Luis una princesa inglesa, pero después de considerar la conveniencia de casarse con Luis a Isabel, hija de la zarina Catalina I, y la princesas de Modena y Lorena, María Lesczynska, hija de Estanislao, ex-rey de Polonia, fue seleccionada para ser la reina de Francia. La familia de Estanislao en ese momento residía en Weissembourg, en Alsacia, en una pequeña pensión otorgado por el Gobierno francés, provocando un giro inesperado en sus fortunas. María, que era casi siete años mayor que Luis se casó con él el día 4 de septiembre de 1725.

La desestimación de la Infanta ofendió profundamente a la Corte española. Felipe llamó de inmediato a su embajador en París, y a sus ministros del Congreso de Cambrai, que en consecuencia fue disuelta. Sin embargo, se preparó secretamente preparando para infligir el mismo insulto del que tan gravemente había sido infligido. Felipe, cuando le fue imposible llegar a ningún acuerdo con la corte francesa, y al ver que nada podía conseguir del Congreso de Cambrai, se había reconcilió con el emperador Carlos VI. El Barón Ripperda, un holandés, que se había vuelto a la fe católica y había logrado ganar la confianza de la reina Isabel, se fue enviado, en el otoño de 1724, a Viena, con instrucciones secretas para negociar un matrimonio entre su hijo, Don Carlos (ya prometido, como hemos visto, a la señorita Beaujolais) y la archiduquesa mayor, María Teresa. Casi el único objetivo de la política del emperador en ese momento, sestando él sin herederos varones, era asegurar la sucesión de sus hijas, de acuerdo con la Pragmática Sanción que se había promulgado en 1713.

Mediante este instrumento, la sucesión austríaca estaba regulada en el orden de primogenitura, primer lugar en favor de sus descendientes varones, y, en su defecto, de las mujeres. En caso de que éstas también fallaran, Carlos VI nombraría archiduquesas a las hijas del emperador José y otras hijas del emperador Leopoldo, y sus descendientes a perpetuidad. A medida que avanzaba en años, el Emperador, desesperando por no tener descendencia masculina, promulgó la Pragmática Sanción confirmado por los Estados de Austria, de Silesia, Bohemia y Hungría. El punto débil era que las hijas de Carlos VI fueron elegidas para la sucesión antes que las de su hermano mayor José I violando las leyes dispuestas por su padre Leopoldo I en 1703.

Al cancelar este acuerdo Carlos VI quiso a toda costa que tanto las potencias extranjeras como sus súbditos aceptaran la Pragmática Sanción de las potencias extranjeras, así como de sus propios súbditos. El tratado fue firmado en Viena en consecuencia el gracias a la labor de Riperdá el 30 de abril. En esta, los dos soberanos renunciaron mutuamente sus pretensiones de dominios de cada uno; Felipe garantiza la Pragmática Sanción y abrió los puertos españoles con el comercio alemán, mientras que Carlos prometió utilizar sus recursos para conseguir la restauración de Gibraltar y Menorca a la Corona española, y reconocía a Don Carlos como heredero de Parma y Toscana.

El tratado secreto entre ambas monarquías se firmó en noviembre, pero debido a una excesiva e imprudente verborrea de Riperdá Inglaterra y Francia se enteraron de todo lo acordado. El Tratado Secreto concluido en noviembre.

Riperdá, cuya vanidad y la presunción había traído sobre él el odio de los grandes de España, se vio privado de la confianza de la Reina. En pocos meses fue expulsado de su cargo, y se refugió en la embajada inglesa, con Stanhope, a quien le reveló la totalidad de las negociaciones entre España y el emperador. Felipe lo arrastró por la fuerza de este asilo, y le llevó a ser confinado en Segovia. La guerra parecía inevitable. Jorge I formó una alianza con Francia el 3 de septiembre. Los holandeses se adhirieron a esta alianza, conocida como la Alianza de Hannover, por un tratado firmado en La Haya, 09 de agosto 1726. Suecia y Dinamarca,, también se adhirieron en marzo y abril de 1727. Por otro lado, la emperatriz de Rusia, indignada por la conducta de Jorge I por su protección a Dinamarca y Suecia en contra de sus planes, y alienada de Francia con motivo del matrimonio de Luis XV, se unió a la Alianza de Viena, 06 de agosto 1726, y en el año siguiente Federico Guillermo de Prusia, que nunca había aprobado con entusiasmo la Liga de Hannover, en secreto hizo lo mismo.

Así, toda Europa se dividió entre las alianzas de Viena y Hanover, y aunque ambas partes defendían que dichos tratados sólo eran defensivos, cada país hacía preparativos para la guerra. Jorge I firmó un tratado con el Landgrave de Hesse Cassel para el suministro de 12.000 hombres. Se publicaron manifiestos, se retiraron embajadores, los ejércitos estaban preparados, el mar estaba cubierto de flotas inglesas, una escuadra al mando del almirante Inglés Hosier hostigaba al comercio de España y en febrero de 1727, los españoles sitiaron Gibraltar, y se apoderaron en Veracruz de un buque mercante ricamente cargado perteneciente a la Compañía de los Mares del Sur inglesa. Pero estos vastos preparativos no condujeron a ningún resultado de importancia. La mediación del Papa Benedicto XIII, la muerte de Catalina I Emperatriz de Rusia (17 de mayo 1727), el principal aliado del Emperador, y sobre todo el carácter pacífico del cardenal Fleury, el ministro francés, impidió el estallido de una guerra. En junio de 1726, Louis XV había desestimado el duque de Borbón y pidió Fleury a sus consejos, que entonces tenía setenta y tres años de edad.

Fleury adoptó la política pacífica de los dos gobiernos anteriores, y mantuvo la entente cordial con Gran Bretaña. Los preliminares de una pacificación general, se firmaron en París el 31 de mayo 1727, por los ministros del emperador, Francia, Gran Bretaña y Holanda, y un Congreso fue designado para reunirse en Aix-la-Chapelle para concertar una paz definitiva. Pero España aún tenía margen e intentó contemporizar. Las esperanzas de Felipe se despertaron de nuevo por la muerte de Jorge I en julio de 1727, renovó sus intrigas con los jacobitas, instigó al pretendiente de dirigirse a un puerto de los Países Bajos, y aprovechar la oportunidad de pasar por encima a Inglaterra. Pero las expectativas de Felipe fueron rápidamente disipadas por la adhesión tranquila de Jorge II y su aceptación de la política de su padre. La reina española, sin embargo, instó a que se aceptara la paz con Inglaterra debido al empeoramiento de la salud mental de su marido, cosa que podría desbaratar sus planes de obtener los principados italianos para sus hijos. El Tratado del Pardo se firmaría finalmente el 6 de marzo de 1728.

Un congreso ahora se abrió en Soissons, el lugar había sido trasladado por la conveniencia de Fleury, quien fue su obispo. Pero aunque poco quedaba por arreglar, excepto la cuestión de los ducados italianos, las negociaciones fueron largas. España, por sus grandes preparativos militares, parecía aún contemplar una guerra, y por la conclusión de un doble matrimonio entre el Príncipe de Asturias y la Infanta de Portugal, y el príncipe de Brasil y de Infanta de España (enero de 1729), fue evidentemente para retirar a Portugal de la alianza con el inglés. La reina española tuvo un resentimiento implacable contra Francia e Inglaterra, y no escatimó esfuerzo para traer al emperador a sus puntos de vista. Pero la conducta de Carlos VI la desengañó. A fin de obtener la garantía de todas las potencias de la Pragmática Sanción, el objeto de toda su política, levantó todos los obstáculos a las negociaciones. Se frustró los intereses españoles en relación con los ducados italianos, al oponerse a la introducción de guarniciones españolas, y al revivir pretensiones obsoletas del Imperio sobre Parma y Toscana.

Así, las negociaciones en Soissons se convirtieron en una mera farsa, y los diversos plenipotenciarios se retiraron progresivamente del Congreso. Mientras tanto, el nacimiento de un delfín (4 de septiembre de 1729) había disipado las esperanzas de Felipe V y la reina en cuanto a la sucesión francesa, Isabel se dedicó aún más calurosamente a la persecución de los planes italianos, y conseguir la separación de Francia e Inglaterra. Ella había probado previamente la sinceridad del emperador, exigiendo que las fortalezas italianas debieran ser ocupadas por españoles, en lugar de tropas neutrales, y exigiendo una respuesta categórica en cuanto al matrimonio proyectado entre la archiduquesa y Don Carlos. El Emperador respondió con evasivas, ella persuadió a Felipe a aceptar las propuestas de Fleury y Walpole y hacer tratados con Francia e Inglaterra, que concluyeron en Sevilla el 9 de noviembre de 1729. Inglaterra y España trataron sus diferencias comerciales. La sucesión de Don Carlos a los ducados italianos estaba en el aire, y se acordó que el Livorno, Porto Ferrajo, Parma y Piacenza debían tener una guarnición de 6.000 españoles, que, sin embargo, no debían interferir con el gobierno civil. Nada se dijo sobre Gibraltar.

Felipe V, de hecho, parecía haber abandonado toda esperanza de recuperar esa fortaleza, porque al poco tiempo hizo que se construyera a través del istmo las líneas fuertes de San Roque, y dejando por lo tanto completamente aislado Gibraltar desde sus dominios españoles.

Carlos VI estaba indignado por haber sido tratado de esta manera por parte de España, en violación de todos los compromisos que los soberanos españoles habían contratado hace tan poco con él, y sobre todo se decepcionó al ver frustradas sus esperanzas de obtener una garantía de la Pragmática Sanción. Llamó a su embajador en Madrid, y envió una fuerza considerable a la Milanesado para oponerse a la entrada de las tropas españolas en Italia. A la muerte de Antonio Farnesio, duque de Parma, 10 de enero de 1731, tomó posesión militar de ese Estado y sus agentes persuadieron a la viuda del Duque de declarar que estaba embarazada, con el fin de prolongar el período de ocupación. La reina de España, cansada por la lentitud del cardenal Fleury en el cumplimiento de las disposiciones del Tratado de Sevilla, declaró repentinamente, en un arrebato de pasión, que España ya no estaba sujeta al tratado. La guerra parecía inevitable, pero se evitó por la destreza de Walpole.

Gran Bretaña y Holanda, en conjunto con la corte española, sin el concurso de Francia, entraron en negociaciones con el emperador, que se llevaron a cabo con habilidad por Lord Waldegrave, para animarle a que se adhiera al Tratado de Sevilla, y, por 16 de marzo 1731, se concluyó, lo que se ha llamado el segundo Tratado de Viena. Gran Bretaña y los demás países garantizan la Pragmática Sanción, y el emperador, por su parte, se adhirió a las disposiciones de Sevilla, respetando los ducados italianos y acordaron abolir la Compañía de Ostende. También acepto a no otorgar a su hija en un príncipe Borbón, de forma que pueda no poner en peligro el equilibrio de poder.

El Imperio dio su aprobación al tratado en julio, y Felipe V accedió a ella antes del final de ese mes. Juan Gastón de Medici, Gran Duque de Toscana, encontrándose por tanto abandonado por el emperador, concluyó con la Corte de España lo que se llamó la Convención Familiar, y llamó a Don Carlos su heredero. Carlos VI en un primer momento manifestó algún descontento .En noviembre, un escuadrón Inglés desembarcó en Leghorn 6.000 españoles, que tomaron posesión del lugar, así como Porto Ferrajo, Parma y Piacenza, en el nombre de Don Carlos, como duque de Parma y presunto heredero de la Toscana.

Después de haber conseguido para su hijo Carlos, Isabel de Farnesio y su ministro Patiño pusieron los ojos en el norte de África. En 1732 una flota con unos 30.000 soldados se dirigía hacía Orán. Viendo que semejante ejército se dirigía a la ciudad, las autoridades evacuaron la ciudad, por lo que ésta fue tomada con suma facilidad. El reino envió de vuelta al ejército perdiendo una valiosa oportunidad de expandir el imperio colonias al norte de África.

2.4. La guerra de sucesión polaca.

Después de esta empresa, en ese mismo año comenzaría la Guerra de Sucesión polaca en la que España participaría. En febrero de 1733 el rey de Polonia, Augusto II, falleció. Polonia era una de las pocas monarquías de Europa que no era hereditaria, sino elegida por su parlamento, el Sejm[7]. Tanto Austria como Francia se enzarzaron en una guerra para poder poner en el trono polaco a sus respectivos candidatos. Luis XV, como era de esperar, apoyaba al padre de su esposa, Estanislao Leszczynski (que ya fue, brevemente, rey de Polonia), mientras que Austria apoyaba a Augusto III de Sajonia.

Isabel de Farnesio vio esta ocasión como una buena oportunidad para poder seguir consiguiendo territorios para sus hijos. España y Francia firmaban así, una alianza, creando de esta manera lo que se conoce como el Primer Pacto de Familia que se firmaría en el Escorial.

España ayudaría invadiendo los territorios austríacos en Italia. Una imponente escuadra arribaba en Nápoles el Mayo de 1734. Con un poderoso ejército de unos 40.000 soldados conquistaban Nápoles con el apoyo de gran parte de la población mientras que el ejército español hacía lo mismo en Sicilia, siendo Carlos nombrado como Carlos VII de las Dos Sicilias.

Posteriormente las tropas españolas se dirigieron al norte a la zona de Lombardía para apoyar a las tropas francesas. Después de estos sucesos, las negociaciones comenzaron en 1735. España obtenía nuevos territorios, pero no para la corona española sino Carlos, de Austria conseguía Nápoles y Sicilia, cosa que sería aceptada a regañadientes. Esto se debe a que Isabel de Farnesio aspiraba a obtener más territorios en Italia como Parma, Plasencia y Mantura. Francia obtenía Lorena.

2.5. El final del reinado de Felipe V

En los últimos 10 años de vida del monarca estuvieron llenos de momentos tristes, sus depresiones y desórdenes mentales de agravaron, la reina llora constantemente por su marido, que incluso ha llegado a agredirla en alguno de sus ataques de demencia. Esto suponía un problema para el reino, ya que este estado le impedía firmar todos los documentos que requerían de su firma. Fueron varios los que intentaron mejorar el estado del rey, su hijo Fernando conversó en medio de lágrimas con su padre para que empezara a cuidarse y dirigir el reino sin mucho éxito. Al pobre Patiño le expulsó violentamente de sus aposentos por insistir en ayudarle.

Paradójicamente, causaba más trastorno en la cámara regia un altibajo casero que las incidencias de la salud de Felipe V, que se daban por descontadas. Había una peluquera llamada la Peregrina, que le llevaba recados de Patiño. La moza era guapa; se casó, se marchó, y la monarquía se tambaleó.[8]

Debido a que la reina era cada vez más consciente de urgía encontrar sino un remedio, al menos un paliativo para el estado mental de su marido ya que la edad empezaba a hacer mella en ella, abrió uno de los episodios más interesantes de la música barroca. Observó que el mito de Orfeo amansando a las bestias con su música no era tan descabellado como se podría pensar, la música en efecto le proporcionaba tranquilidad y reposo. Después de presenciar los buenos resultados que producían las representaciones musicales y los bailes de corte que organizó en el monarca, decidió hacer llamar a una de las figuras más importantes de la música del siglo XVIII, al célebre castrato Carlo Broschi alias “Farinelli” cuya prodigiosa voz hizo que media Europa se rindiera a sus pies.

El efecto fue inmediato, el rey empezó a afeitarse, a limpiarse, a participar en las reuniones de sus ministros, la musicoterapia acababa de nacer. Durante el resto del reinado de Felipe V y durante el reinado de Fernando VI Farinelli residiría en la corte española añadiendo bellos e importantes capítulos a la música barroca española.

2.6. La guerra de la oreja de Jenkins y la guerra de sucesión austríaca.

Después del fin de la guerra de sucesión polaca, Europa observó cómo la tensión entre España y Gran Bretaña aumentaban, el motivo siempre era el mismo, América. En Londres se había puesto en marcha la imponente campaña antiespañola de los comerciantes, exigiendo la libre navegación en los mares de América, incluso con las armas en la mano. [9]En 1738 las tensiones coloniales entre España y Gran Bretaña dieron un paso más, en Marzo la Cámara de los Comunes escuchaba perpleja el relato del capitán Jenkins que perdió una oreja en una refriega naval con los españoles. El escándalo generado por este suceso daría comienzo al año siguiente la conocida “guerra de la oreja de Jenkins”. El año pasado las coronas de Francia y España se regocijaron con el casamiento del infante Felipe con la princesa Luisa Isabel, España demandaba más acercamientos entre ambos reinos, pero el ya anciano Fleury se resistía. De esta guerra sería célebre la defensa de Cartagena de Indias a manos de Blas de Lezo.

Un evento importante ocurrido en 1740 trastocaría definitivamente la guerra que mantenían ambas potencias. El emperador Carlos VI fallecía el 20 de octubre de ese mismo año. Si bien la heredera era María Teresa gracias a la Pragmática Sanción, eran bastantes los países que no lo reconocían, incluso aquellos que en un primer momento sí lo hicieron como España. Prusia y España comenzaron por aquel entonces sus relaciones diplomáticas, al estar juntas en esta guerra, ya que Federico II de Prusia defendía a su propio candidato a la corona austriaca, Carlos Alberto de Baviera.

Es aquí cuando entra en escena José del Campillo y Cossío, hombre que seguía pasos de Patiño. Los monarcas le eligieron para poder conseguir las metas propuestas en Italia. Felipe V comenzó a negociar con Baviera y Cerdeña. El embajador Montijo firmó un tratado con Baviera el 18 de Mayo de 1741, el pretendiente bávaro aceptaría la concesión de territorios en Italia al infante Felipe a cambio de apoyo a su causa. Mientras que las negociaciones con Cerdeña se atascaron.

Mientras en Europa se sucedían varios eventos, Francia se aliaba con Prusia mientras Austria lo hacía con Inglaterra. Francia invadió Hanover bloqueándola mientras que otro ejército con ayuda bávara entraba en tierras austríacas llegando hasta la toma de Praga. Al año siguiente Prusia se retiraba de la guerra, pues María Teresa accedió a concederles Silesia y Glatz a cambio de la paz. En el 29 de enero de 1743 fallecía, con casi noventa años, Fleury, uno de los ministros más competentes que tuvo Luis XV, mientras que pocos meses después, en Abril, fallecía Campillo en Madrid siendo sustituido por el marqué de la Ensenada.

El verano de ese mismo año, después de que las negociaciones fracasaran con España, Cerdeña se alió con Austria reconociendo la Pragmática Sanción a cambio de territorios en el Milanesado y el ducado de Plasencia. Francia consideró esto una traición y buscó una alianza con España. De este acercamiento saldría el segundo pacto de familia o llamado también el tratado de Fontainebleau, cuyas cláusulas eran muy beneficiosas para España: Francia ayudaría a tomar el Milanesado, Parma y Plasencia para el infante Felipe y Nápoles para Carlos, también le ayudaría en su guerra contra Inglaterra (recuperación de Menorca y Gibraltar).

Finalmente el febrero del año siguiente, Francia entraba oficialmente en guerra contra Inglaterra y contra Austria, contra los primeros iniciaría una serie de ofensivas marítimas con escaso éxito, mientras contra la segunda empezaría la invasión de los Países Bajos austríacos. Al sur mientras, un ejército franco-español se dirigía a Italia, después de importantes acciones en el norte de Italia surgieron debates dentro del ejército. La reina exigía al marqués de la Mina que avanzara posiciones para tomar las posesiones que estaban destinadas al infante Felipe, mientras que Francia abogaba por otras opciones, pero con la llegada del invierno las operaciones pararon provocando el enfado de la reina que destituyó al marqués.

En Francia, a finales de año el marqués de Argenson ocupó el puesto de Secretario de Estado, personaje poco favorable a las pretensiones españolas y a cumplir el pacto de familia (aunque no hubo traba alguna a seguir con los preparativos de la boda entre el delfín y la infanta María Teresa).

Con la llegada de la primavera en 1745 se reanudaron las operaciones militares, consiguiendo que a finales de año ocupar Piamonte, Parma, Plasencia y el Milanesado, sólo faltaba la conquista de Mantua para expulsar a los austríacos de Italia y vencer a Cerdeña. Argenson quería evitar la desaparición de Cerdeña por lo que inició una serie de encuentros secretos a espaldas de España con delegados de Cerdeña. Esto supuso un pequeño quebradero de cabeza para Francia, anunciar a España este cambio de rumbo. El monarca francés envió pues una carta al embajador francés en Madrid (Vauréal, obispo de Rennes) para que le explicara de la manera más sueva a su tío los recientes cambios. A pesar de las precauciones tomadas, fue imposible contener la ira tanto de la reina como del rey.

Vauréal nos relata que la reina soltó “¿Y qué pasa con el tratado de Fontainebleau? ¿Es que no queda ya nada sagrado en este mundo? ¿Qué os dije?”, gritó, dirigiéndose al rey. Y continúa Vauréal “Contemplé entonces un espectáculo contrario a lo habitual. La reina en general toma por su cuenta los sentimientos del rey, mientras éste habla poco y con incoherencia. Ayer, la reina, alterada por la pena, no pronunció ni una palabra, mientras que el rey, como si se hubiera transformado en un momento en otro hombre, y como si la noticia hubiera reavivado en él todos los sentimientos de que era capaz, me habló en la forma más vivaz y enérgica. No me atrevo a repetir sus expresiones. “El rey, mi sobrino -había dicho-, me quita el Milanesado sin una palabra de aviso y si no me presto, me amenaza. Jamás le ha ocurrido semejante cosa a un rey de España. Esta demanda va contra mi honor y no puedo consentir en ella”[10]

La reina en envió al duque de Huéscar a Versalles para que le comunicara la negativa de los reyes de España, aunque al poco tiempo envió otro mensaje al embajador comunicando que tras hablarlo durante varias noches que con el rey accedían. A finales de año se firmó un tratado entre Francia y Cerdeña el 25 de diciembre, y justo un día después en Dresde Austria firmaba la paz con Prusia cediendo definitivamente el territorio de Silesia, dejando a sus tropas por fin libres de moverse a Italia.

El sentimiento general en España era que habían sido traicionados por los franceses. Para aliviar la tensión el duque de Noailles se dirigió a Madrid en calidad de embajador extraordinario. Fue recibido con cordialidad, supo ganarse la confianza de los reyes criticando constantemente la torpeza y desvergüenza de Argenson. Y fue justamente las maniobras de Argenson que dieron al traste los intentos de Noailles de ganarse el afecto de los reyes de España, al intentar firmar un tratado (inviable) con los holandeses, cosa que Noailles no sabía nada, pero esto no bastó para que la ira de la pareja regia cayera sobre él.

Poco tiempo después Felipe V falleció sin haber concluido la guerra. Con la llegada al trono de su hijo Fernando VI tanto la corte como la política exterior sufrirían enormes cambios, al iniciarse ipso facto la política de paz y neutralidad que fue signo característico de su reinado. Con la ayuda del Marqués de la Ensenada se iniciarían conversaciones con las demás potencias para poner fin tanto a la guerra de sucesión austríaca como la guerra de la oreja de Jenkins. En 1748 de firmaba el Tratado de Aquisgrán, que ponía punto y final a las aspiraciones de Isabel de Farnesio que coparon gran parte de la política exterior de la monarquía desde su llegada al trono, ya que se otorgaban al infante Felipe los ducados de Parma y Piacenza, mientras que al infante Carlos se le confirmaba definitivamente monarca de Nápoles y Sicilia.

2.7. Muerte de Felipe V y destierro de la reina.

Antes de hablar brevemente de los cambios que supuso para Isabel de Farnesio la muerte de su marido quiero centrarme un poco en los últimos momentos del monarca. Cuantos más años pasaban, la reina era consciente de la enorme influencia que podían tener las emociones en la salud de su marido, tanto en lo bueno como en lo malo. Ya me referí páginas antes los efectos que tuvieron sobre el monarca la música y sobre todo la portentosa voz de Farinelli, pero también las malas nuevas que venían de las constantes traiciones francesas, de los ataques de los ingleses al comercio hispanoamericano o de la guerra en Italia le afectaban muy negativamente, generando enorme preocupación en la reina. A esto que había que añadir la vida sedentaria que llevaba el rey, son numerosos los testimonios de embajadores en los que describen su obesidad y la torpeza de sus movimientos. Y a pesar de todos estos problemas, nada anunciaba la cercana muerte del rey, ya que si bien su estado no era muy bueno que digamos, no empeoraba a puntos que hicieran pensar a la corte en una temprana muerte.

Un escrito de la época relataba así la muerte del rey:

No había novedad alguna en el día de San Cirilo que se cuenta a 9 del mismo mes de julio y por tanto según costumbre el Monarca don Felipe cenó muy bien a las 5 horas de la mañana. Estando los Reyes en la cama cuando ya era cena de las dos de la tarde con poca diferencia estaba el Rey en su cuarto y la Reina registrando unos abanicos, pero a este tiempo dijo el Rey “no sé qué me da”, a lo que la Reina respondió, “escupa”. Respondió el Rey: “Yo me muero, llamen a mi confesor”. Esta expresión sobresaltó a la Reina y con el mismo sobresalto saliendo a la puerta del cuarto en alta voz dijo: “El rey se muere”. Al oír esto el ayuda de cámara don Nicolás Arnou entró dentro, y acudiendo con la Reina, en los brazos de ambos se tendió. Después el Rey se puso las manos a la garganta con lo que dio muestras de tener allí alguna pena, y realmente debió de ser aquella acción por alguna opresión en la garganta que le afligía. De lo cual se puede creer que algún flato le sofocaba y le sofocó, porque no pudo hablar palabra. Estando en este conflicto entró el Príncipe de Asturias, el cual acudía al socorro de su amado padre, y este entonces dio un esperezo, que fue la última acción o movimiento vital. Aconteció que este accidente duró cosa de 7 minutos, y entrando el Confesor de la Reina, Don Antonio Miloni, le apretó la mano y le absolvió condicionalmente. También entraron luego el Conde de Montijo, mayordomo mayor de la Reina y su caballerizo mayor Duque de Sesa, los cuales viendo que el Rey había expirado, el uno retiró a la Reina y el otro al Príncipe, cada cual a su respectivo cuarto. Después de esto entró el Padre Jaime Antonio Febre, jesuita francés, que era el confesor del Rey, y entraron los médicos y se resolvió hacer alguna sangría y aplicar otros remedios, así se efectuó sangrando y aplicando medicamentos que ya no aprovecharon.[11]

De manera tan súbita, la reina se encontró sola y viuda en un reino cuyo próximo monarca iba a ser su hijastro Fernando VI, cuyas relaciones eran frías a más no poder, sobre todo por parte de la reina, mientras su hijastro mostraba cordialidad en todo momento.

Esta nueva situación le producía bastante inquietud a la reina, sabía que su condición pasaba al de reina viuda, si se hubiera convertido en reina madre la situación podría haber incluso mejorado, pero dado que el nuevo monarca no era hijo suyo y las relaciones no eran muy buenas, el futuro no pintaba muy bien para Isabel de Farnesio. Ella ya observó lo que ocurrió con la esposa de Carlos II o con la de Luis I, enorme iba a ser el choque para una mujer acostumbrada a dirigir el reino. Al menos en el aspecto económico no tendría muchos problemas, su marido le dio en herencia una buena suma de dinero, el palacio de San Ildefonso, una generosa renta y demás bienes de alto valor.

Incapaz de seguir residiendo en palacio (no aguantaba tener que rendir pleitesía a los nuevos monarcas), se marchó a la residencia del duque de Osuna. Estando allí, su tristeza aumentaría al recibir la noticia que su amada hija María Teresa, delfina de Francia, había fallecido al poco de dar a luz. Su papel político desapareció al instante tener prohibido asistir a las reuniones de Consejo, entrevistar a los secretarios de Estado y recibir en audiencia a los embajadores.

A pesar de que las relaciones entre la nueva pareja regia y la reina viuda eran muy frías, Fernando VI aseguró las rentas de su madrasta amén de continuar la política italiana de su padre para obtener territorios a sus dos hermanastros. Aun así, la reina viuda no supo agradecer estos gestos, y no dudó en criticar con insolencia y públicamente a la pareja real. Hartos ya de tanta crítica e ingratitud, Fernando VI y su esposa enviaron a Isabel, un año después del fallecimiento del rey, una carta en que le instaban a abandonar Madrid y partir a San Ildefonso, nueva bofetada para una mujer acostumbrada a manar y no a obedecer.

Durante todo el reinado el reinado de Fernando VI vivió retirada en el palacio de la Granja en contra de su voluntad. Aunque se hallaba físicamente ausente, en al corte se mantenía el protocolo y seguían celebrándose de manera oficial, con gala y besamanos, su santo y su cumpleaños, pero a eso se reducía su presencia simbólica en la Monarquía española.[12]

Un último resplandor le quedaba a la reina sin embargo. En 1758 moría la reina Bárbara de Braganza, sumiendo a su enamorado esposo en una locura y depresión mayor incluso que las que padeció Felipe V. Intuía la reina que era cuestión de tiempo que su hijastro, sin descendencia, falleciera y otorgara la corona a su hijo predilecto, Carlos. Si bien hubo tentativas de volver a casar al rey viudo, su estado tanto físico como mental, impidieron la búsqueda de una nueva esposa. Un año después moría Fernando VI. Isabel de Farnesio pasó de ser reina viuda a ser reina madre y reina gobernadora, ya que su hijo Carlos pidió expresamente a su madre que se ocupara del reino hasta su llegada. Fue recibida en Madrid con gran jolgorio, la mujer estaba exultante, volvía al poder después de tantos años desterrada en La Granja. Dos días se tomó de descanso para comenzar inmediatamente las reuniones con los secretarios y a gobernar el reino.

Al poco de llegar la nueva pareja real, surgieron tensiones entre la reina y la reina madre, aunque al menos se guardaron de exponerlo delante del rey que no habría tolerado tal enfrentamiento en la corte. Poco a poco Isabel sería apartada del poder político, amén de que sus energías se debilitaban cada vez más. Acabaría retirándose al palacio de Aranjuez donde moriría el 10 de Julio de 1766, 20 años y un día después del fallecimiento de su marido.

3.Conclusiones.

En la introducción de este trabajo, expuse un fragmento de una carta de Luis XIV de 1700 en el que relataba la docilidad de su nieto. El destino quiso que el carácter sumiso de Felipe V estuviera rodeado de personas con fuerte carácter, primero fue la princesa de los Ursinos, después su primera esposa, María Luisa Gabriela de Saboya y finalmente su segunda esposa Isabel de Farnesio. Indudablemente el reino estuvo dirigido por el fuerte carácter de la reina. Expongo a continuación una serie de cartas que relataron su personalidad.

Noailles relataría: “En cuanto a la reina, se muestra inteligente y vivaz, sus contestaciones son a trópos y su cortesía tiene una aire de distinción. Es una mujer ambiciosa y recela de ser engañada, y como lo ha sido, esto le da un aire de desconfianza que ella acaso exagera”.[13]

El embajador inglés Keene escribía en 1737: [Felipe V] permite a la reina gestionarlo casi todo a gusto y modo de ella, incluso los tratos con el Emperador, por el cual no puede tener él ninguna especie de simpatía. […] La vida y los cuidados de la reina, por tanto, están divididos entre guardar al rey de que se entregue a una pasividad absoluta, cosa que ha logrado mediante las diversiones que ha montado, y también de mantenerle informado del estado de los asuntos según los criterios de ella, lo cual ha conseguido vedando que se aproximen al rey personas que aporten materiales contrarios a la idea de ella”[14]

Finalmente, tras la muerte de Felipe V, D’Arguenson nos cuenta: “No ha habido hombre que haya hecho uso tan erróneo del matrimonio, permitiéndose ser gobernado por su esposa, que mandaba rigurosamente sobre él. Algunas veces gruñía contra el yugo, pero su conciencia y su temperamento le sometían a él por fuerza”[15]

La poderosa personalidad de la reina rigió los destinos del reino durante 32 años. La política exterior estuvo básicamente destinada a recuperar los territorios italianos que se perdieron en el Tratado de Utrech para sus hijos, era lo que más ambicionaba la reina. Era comprensible su actitud, sus hijastros copaban la línea de sucesión, sus hijos iban a ser unos segundones, urgía cuanto antes colocar en buenos puestos a su descendencia. Estas acciones que tanto marcaron la política exterior en ese período, acabaron teniendo enormes consecuencias para el futuro, no sólo en el siglo XVIII sino también en el siglo XIX. De la nueva rama borbónica en Parma saldría la figura de María Luisa de Parma, quien ejercería una poderosa influencia en su esposo Carlos IV y cuyo primer ministro Godoy tuvo que hacer frente a la cada vez más poderosa figura de Napoleón. Las dos nuevas ramas borbónicas italianas y sus respectivos estados también tendrían un importante papel en la Europa napoleónica, en la Europa posterior al Congreso de Viena y especialmente en la formación del estado de Italia.

4.Bibliografía

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Páginas web:

https://stefancampillo.wordpress.com/

[1] https://stefancampillo.wordpress.com/

[2] Archivos del duque d’Harcourt.

[3] FERNÁNDEZ ALBADALEJO, Pablo (ed.), Los Borbones: Dinastía y memoria de nación en la España del siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons, 2001, p. 68.

[4] ERLANGER, Philippe, Felipe V, esclavo de sus mujeres, Barcelona, Ariel, 2003, p. 243.

[5] VÁZQUEZ GESTAL, Pablo, Una nueva majestad: Felipe V, Isabel de Farnesio y la identidad de la monarquía (1700-1729), Madrid, Marcial Pons, 2008, p. 170.

[6] KAMEN, Henry, Felipe V: el rey que reinó dos veces, Madrid, Temas de Hoy, 2000, p. 188.

[7] KAMEN, Henry, Felipe V: el rey que reinó dos veces, Madrid, Temas de Hoy, 2000, p. 231.

[8] VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 382.

[9] BÉTHENCOURT MASSIEU, Antonio de, Relaciones de España bajo Felipe V, Universidad de Valladolid, 1998, p. 463.

[10] VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 393

[11] Epítome de la vida y constumbres, muerte y entierro de el Cathólico Monarca don Phelipe Quinto, Biblioteca Nacional, Madrid, Ms. 10.818/30.

[12] PÉREZ SAMPER, María Ángeles, Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza Janés, 2003, p.417.

[13] VOLTES BOU, Pedro, Felipe V: fundador de la España contemporánea, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 394.

[14] VOLTES BOU, Pedro, op. cit., p. 414.

[15] VOLTES BOU, Pedro, op. cit., p. 417

El imperio persa safávida.

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Contenido

1. Genealogía e identidad de los Safávidas.

2. Antecedentes – La Orden Sufí Safávida.

3. Historia de la dinastía Safávida.

3.1. Persia antes del gobierno de Ismail I

3.2. Ascenso de Shah Ismail I

3.3. Los enfrentamientos con los otomanos.

3.4. Shāh Tahmasp.

3.5. Alianzas para el Este – El emperador mogol en la corte del Shah.

3.6. El legado de Shah Tahmasp.

3.7. Shah Abbas.

3.8. Los contactos con Europa durante el reinado de Abbas.

3.9. Declive del estado Safávida.

4. Sociedad.

5. Estado y de Gobierno.

6. Sistema legal

7. Economía.

8. Cultura.

8.1. Cultura en el ámbito familiar Safávida.

8.2. Cultura en el imperio.

8.3. La Escuela de Isfahan  revivió la filosofía islámica.

8.4. Medicina.

9. Bibliografía.

 

1. Genealogía e identidad de los Safávidas.

Los reyes safávidas decían ser Sayids, descendientes de la familia del profeta Mahoma, aunque muchos estudiosos han puesto en duda esta afirmación. En la actualidad parece haber un consenso entre los estudiosos de que la familia provenía de Kurdistán, y más tarde se trasladó a Azerbaiyán, para instalarse definitivamente entre los siglos V y XI en Ardabil. Aunque otros autores sostienen que son de procedencia turca, kurda o irania. Aunque sí está claro que cuando se estableció el imperio safávida, los gobernantes hablaban turco como idioma nativo.

En términos de identidad, cabe señalar que la autoridad de los Safávidas se basó la religión al considerarse ser directos descendientes varones de la Ali, el primo del profeta Mahoma y el primer imán chií.

2. Antecedentes – La Orden Sufí Safávida

La historia safávida historia comienza con la creación la Safaviyya (una orden sufí) por Safi-ad-din Ardabili (1252-1334). En 1301, Safi al-Din asumió el liderazgo de la Zahediyeh, una orden sufí significativa en Gilan, de su maestro espiritual Gilani Zahed. Debido al gran carisma espiritual de Safi al-Din, la orden fue conocida más tarde como el Safaviyya. La orden Safávida pronto ganó gran influencia en la ciudad de Ardabil.

Después de Safi al-Din, el liderazgo de la Safaviyya pasó ​​a Sadr al-Din Musa (†1391-92). El orden en este momento se transformó en un movimiento religioso que llevó a cabo propaganda religiosa a través de Persia, Siria y Asia Menor, y muy probablemente había mantenido su origen sunita shafiíta en ese momento. La dirección de la orden transmitida de Sadr ud-Din Musa a su hijo Khwādja Ali († 1429) y a su vez a su hijo Ibrahim († 1429/47).

Cuando Shaykh Junayd, hijo de Ibrahim, asumió el liderazgo de la Safaviyya en 1447, la historia del movimiento Safávida fue cambiado radicalmente. De acuerdo con R.M. Savory, «‘Sheikh Junayd no estaba contento con la autoridad espiritual y el poder material que buscaba». En esa época, la dinastía más poderosa de Persia fue el de la Kara Koyunlu, «Oveja Negra», cuyo  gobernante Shah Jahan ordenó a Junayd dejar Ardabil o de lo contrario iba a traer la destrucción y la ruina a la ciudad.  Junayd buscó refugio con el rival de Kara Koyunlu, el Aq Koyunlu  (“Oveja Blanca”, turcomanos) liderado por Uzun Hassan Khan, y cimentó su relación casándose con la hermana Uzun Hassan, Khadija Begum. Junayd murió durante una incursión en el territorio de Shirvanshah y fue sucedido por su hijo Haydar Safavi. Haydar se casó con Alamshah Martha Begom, hija de Uzun Hassan, quien dio a luz a Ismail I, fundador de la dinastía de Safávida.  La madre de Marta, Teodora – más conocido como Despina Khatun- era una princesa griega póntica, la hija de Comneno Juan IV de Trebisonda. Ella había estado casada con Uzun Hassan a cambio de la protección de los otomanos.

Después de la muerte Uzun Hassan, su hijo Ya’qub se sintió amenazado por la creciente influencia safávida religiosa. Ya’qub se alió con Shirvanshah y mató a Haydar en 1488. En ese momento, la mayor parte de la Safaviyya eran nómadas Oghuz de habla turca de Asia Menor y Azerbaiyán y eran conocidos como Qizilbash “Cabezas Rojas» por su casco rojo. Los Qizilbash eran guerreros, los seguidores espirituales de Haydar.

Después de la muerte de Haydar, los Safaviyya se reunieron alrededor de su hijo Mirza Ali Safavi, quien también fue perseguido y asesinado posteriormente por Ya’qub. Según la historia oficial safávida, antes de fallecer, Ali había designado a su joven hermano Ismail como el líder espiritual de la Safaviyya.

3. Historia de la dinastía Safávida

3.1. Persia antes del gobierno de Ismail I

Después de la caída del imperio timúrida (1370-1506), Persia estaba políticamente fragmentada, dando lugar a una serie de movimientos religiosos. La desaparición de la autoridad política de Tamerlán creó un espacio en el que varias comunidades religiosas, especialmente las chiíes, podían ganar poderío. Entre ellos había un número de cofradías sufíes, los Hurufis, Nuqtawis y Musha’sha. De estos diversos movimientos, el Qizilbash Safawid fue el políticamente más resistente y fue gracias a su éxito que Shah Isma’il I ganó poder político en el 1501. Hubo muchos estados locales antes del Estado iraní establecido por Ismail . Los gobernantes locales más importantes sobre el 1500 fueron:

-Bayqara Husayn, el soberano timúrida de Herat

-Alwand Mirza, el AQ Khan Qoyunlu de Tabriz

-Farrokh Yasar, el Sha de Sirvan

-Badi Alzamān Mirza, jefe local de Balkh

-Husayn Kia Chalavī, el gobernante local de Semnan

Ismail fue capaz de unir todas estas tierras bajo el imperio iraní que él creó.

3.2. Ascenso de Shah Ismail I

La dinastía Safávida fue fundada hacia 1501 por Shah Ismail I. El origen del Shah Ismail estaba cuestionado: El lenguaje que utiliza no es idéntico la de su «raza» o «nacionalidad», era bilingüe desde su nacimiento. Algunos estudiosos sostienen que Ismail fue mezcla de azerí, kurdo, y ascendencia griega póntica, aunque otros sostienen que él no era azerí  y era un descendiente directo de Sheikh Safi al-Din. Como tal, fue el último en la línea de hereditarios de los Grandes Maestres de la orden Safaviyya, antes de su ascensión a la dinastía gobernante. Ismail era conocido como un joven valiente y carismático, celoso en cuanto a su fe chií, y creyó ser de divina ascendencia (casi adorado por sus seguidores Qizilbash). En 1500, Ismail invadió el vecino Shirvan para vengar la muerte de su padre, el jeque Haydar, quien había sido asesinado en 1488 por el gobernante Shirvanshah, Farrukh Yassar. Después, Ismail preparó  una campaña conquista, la captura de Tabriz, en julio de 1501, donde él mismo se entronizó como Sha de Azerbaiyán y se proclamó Shahanshah de Irán y acuñando monedas con su nombre, proclamando el chiismo la religión oficial de su dominio.  El establecimiento del chiismo como religión del Estado, condujo a varias órdenes sufíes a que declaran abiertamente su posición al Shah.

Aunque Ismail I inicialmente sólo ganó el dominio sobre Azerbaiyán, finalmente ganó la lucha por el poder en toda Persia, que había estado sucediendo desde hace casi un siglo entre varias dinastías y fuerzas políticas. Un año después de su victoria en Tabriz, Ismail reclamó la mayor parte de Persia, como parte de su territorio,  y un plazo de 10 años estableció un completo control sobre todo. Los sultanes otomanos se dirigieron a él como el rey de las tierras persas y el heredero de Jamshid y Kaykhusraw. Hamadan cayó bajo su poder en 1503, Shirazand Kerman, en 1504, Nayaf y Karbala en 1507, Van en 1508, Bagdad en 1509, y Herat, así como otras partes de Jorasán, en 1510. En 1511, los uzbekos del noreste, encabezados por  Shaybani Khan Muhammad, fueron expulsados ​​lejos hacia el norte, al otro lado del río Oxus, donde continuaron atacando a la safávidas. La decisiva victoria de Ismail sobre los uzbekos, que habían ocupado la mayor parte de Jorasán, aseguró fronteras orientales de Irán, y los uzbekos nunca se expandieron más allá del Hindukush. Aunque los uzbekos siguieron haciendo incursiones ocasionales a Jorasán, el imperio Safávida fue capaz de mantenerlos a raya a lo largo de su reinado.

3.3. Los enfrentamientos con los otomanos

Más problemático para los safávidas fue el poderoso Imperio Otomano. Los otomanos, una dinastía sunita, consideraron a los safávidas como una gran amenaza. Para contrarrestar el creciente poder safávida, en 1502, el sultán Bayaceto II deportó forzosamente a muchos chiíes de Anatolia a otras partes del reino Otomano. En 1514, el hijo de Bayaceto, el sultán Selim I marchó a través de Anatolia y llegó a la llanura de Chaldiran cerca de la ciudad de Khoy,  en donde se libró una decisiva batalla (Batalla de Chaldiran). La mayoría de las fuentes coinciden en que el ejército otomano era al menos el doble del tamaño de la de Ismael, sin embargo, lo que le dio la ventaja a los otomanos fue la artillería que faltaba en el ejército Safávida. El plan de Salim era pasar el invierno en Tabriz y completar la conquista de Persia la primavera siguiente. Sin embargo, un motín entre sus oficiales que se negaron a pasar el invierno en Tabriz le obligó a retirarse ocho días después. A pesar de que Ismail fue derrotado y su capital fue capturada, el imperio Safávida sobrevivió. La guerra entre las dos potencias continuaron bajo el hijo de Ismail, Shah Tahmasp I, y el sultán otomano Solimán I, hasta Shah Abbas que reconquistó el área perdida a los otomanos en 1602.

Las consecuencias de la derrota en Chaldiran también fueron psicológicas para Ismail: la derrota destruyó la fe de Ismail en su invencibilidad basado en su proclamado estatus divino. Sus relaciones con sus seguidores Qizilbash también fueron fundamentalmente alteradas. Las rivalidades tribales entre el Qizilbash, que pararon temporalmente antes de la derrota en Chaldiran, resurgieron en forma intensa inmediatamente después de la muerte de Ismail, y dio lugar a diez años de guerra civil (1524-33) hasta que Shāh Tahmasp recuperó el control de los asuntos del estado.

En el principio el poder safávida en Irán se basa en el poder militar de la Qizilbash. Ismail explotó este  elemento para tomar el poder en Irán. Pero después de su derrota en Chaldiran, dejó los asuntos del gobierno a la oficina de la Wakil. Los sucesores de Ismail, sobre todo Abbas Shah, disminuyeron exitosamente la influencia de la Qizilbash en los asuntos del Estado.

3.4. Shāh Tahmasp

Shāh Tahmasp, el joven gobernador de Herat, sucedió a su padre, Ismail en 1524, cuando él tenía diez años y tres meses de edad. Él era el pupilo del poderoso Qizilbash Alí Beg amir Rūmlū (titulado «Div Soltan») que se veía como el gobernante de facto del Estado. El Qizilbash, que aún sufría bajo las consecuencias de la batalla de Chaldiran, se vio envuelto en las rivalidades internas. La baja moral entre los militares y la estructura descentralizada del gobierno, con mucho poder en las manos de los gobernadores locales, condujo finalmente a 10 años de guerra civil. Las facciones rivales Qizilbash lucharon entre sí por el control del imperio hasta que Shāh Tahmasp tuvo mayoría de edad y reafirmó su autoridad. Tahmasp reinó durante 52 años, el reinado más largo en la historia de safávida.

Los uzbecos, durante el reinado de Tahmasp, atacaron las provincias orientales del reino cinco veces y los otomanos con Solimán I iniciaron cuatro invasiones de Persia. Con la pérdida de territorio de Irak y el noroeste, Tahmasp se percató de que su capital no era segura, y se vio obligado a trasladar la capital desde Tabriz a Qazvin. Tahmasp hizo la paz de Amasya con los otomanos en 1555, poniendo fin a la guerra.

3.5. Alianzas para el Este – El emperador mogol en la corte del Shah

Casi simultáneamente con el surgimiento del Imperio Safávida, otra sociedad musulmana se estaba desarrollando en el sudeste de Asia. El Imperio mogol, que gobernaba una población mayoritariamente hindú, se adhirió a suní Islam. Sin embargo, un adversario común, los uzbekos, acercaron posiciones a los dos imperios. Durante el reinado de Tahmasp, Shah Humayun del Indostán mogol se encontraba en una situación desesperada, con devastadoras guerras internas entre mogoles y uzbekos liderados por su Kamran, en un intento de golpe de Estado. Teniendo que huir de una ciudad a otra, Humayun finalmente buscó refugio en la corte de Tahmasp. Tahmasp, que se negó a entregarlo a su hermano, lerecibió en su corte en Qazvin como el verdadero emperador de la dinastía mogol, a pesar del hecho de que Humayun había estado viviendo en el exilio durante más de quince años. Después de convertirse al Islam chiíta, Tahmasp le ofreció asistentes militares para luchar contra las revueltas, a cambio de Kandahar, que había sido durante mucho tiempo un campo de batalla entre los dos imperios. Una combinada fuerza persa mogol logró apoderarse de Kandahar y ocupar Kabul. Esto fortaleció los lazos entre los safávidas y los mogoles, y persistió, casi sin cesar, a lo largo de la historia de la dinastía safávida.

3.6. El legado de Shah Tahmasp

Cuando Shah Tahmasp entró en el trono a una edad temprana, Persia estaba en un estado calamitoso. Pero a pesar de tener una economía débil, una guerra civil y una guerra que se libra en dos frentes, Tahmasp había logrado mantener su posición como el sha. Durante los primeros 30 años de su largo reinado, había logrado suprimir las divisiones internas, poco a poco  fortaleció el ejército a un nivel que finalmente condujo a la retirada de los otomanos durante la cuarta guerra en 1533 y, en 1553, incluso pudo emprender una campaña contra los otomanos. Esto dio lugar al tratado de paz de Amasya, un tratado que favorecía a los persas y que aseguraba Tabriz y las fronteras noroccidentales. Algunos años antes, en 1528,  la guerra que tenía con los uzbekos y que se tornaba desfavorable, se saldó con la victoria gracias al triunfo en la batalla de Jam. Cuando el sucesor de Shah Tahmasp llegó al trono, Persia estaba en un estado de calma, con fronteras seguras y relaciones cordiales con los vecinos al este y al oeste. Lo que se mantuvo sin cambios, fue la estructura de poder descentralizada del gobierno, y que no cambiaría hasta la llegada al trono por su nieto Shah Abbas.

Después de la muerte de Tahmasp en 1576, la lucha por una posición dominante en el estado estalló de nuevo y se vio complicada por los grupos y facciones rivales. Las dominantes facciones políticas rivalizaban por el poder apoyando tres candidatos diferentes. Ismail, mentalmente inestable, hijo de Tahmasp y su hermano Muhammad Khudābanda, con ceguera casi total e hijo de fueron algunos de los candidatos, pero no obtuvieron el apoyo de todos los jefes Qizilbash. La tribu turcomana Ustājlū, una de las tribus más poderosas entre los Qizilbash, dio su apoyo a Haydar, de madre georgiana, pero la mayoría de los jefes Qizilbash vieron esto como una amenaza. En su lugar, se coloca por primera vez Ismail II en el trono (1576-1577) y después de él a Muhammad Shah Khudābanda (1578-1588).

Además, Tahmasp debe ser recordado por el renacimiento de las artes plásticas, que florecieron bajo su patrocinio y fueron llevados al campo de la perfección. La cultura safávida es a menudo admirada por la planificación urbana a gran escala y la arquitectura alcanzados durante el reinado de shahs posteriores, aunque el arte de la miniatura persa, la encuadernación y la caligrafía nunca recibieron tanta atención como lo hicieron durante su tiempo.

3.7. Shah Abbas

El más grande de los monarcas safávidas, Shah Abbas I (1587-1629) llegó al poder en 1587, 16 años después de la abdicación forzada de su padre, Shah Muhammad Khudābanda, habiendo sobrevivido a las intrigas y asesinatos Qizilbashi. Él reconoció la ineficacia de su ejército que estaba constantemente siendo derrotado por los turcos que habían capturado Georgia y Armenia y por uzbekos que habían capturado Mashhad y Sistán en el este. Primero pidió la paz en 1590 con los otomanos entregando territorios en el norte-oeste. A continuación, dos ingleses, Robert Sherley y su hermano Anthony, ayudaron a Abbas I a reorganizar los soldados del Shah en un ejército permanente y bien entrenado similar al modelo europeo (que los otomanos habían adoptado ya), adoptando también el uso de la pólvora. Las divisiones del ejército fueron: Ghulams غلام (funcionarios de la corona, por lo general reclutados de georgianos y circasianos), Tofangchis (تفگنچى, mosqueteros), y Topchis (Tupchis, توپچى, artilleros).

Abbas trasladó la capital a Isfahan, más en el centro de Irán. Abbas I construyó una nueva ciudad al lado de la antigua ciudad. A partir de este momento en que el estado comenzó a adquirir un carácter más persa. Los safávidas tuvieron finalmente éxito en establecer una nueva monarquía persa nacional.

Abbas por primera vez luchó contra los uzbekos, reconquistando Herat y Mashhad en 1598. Luego reconquistó las zonas ocupadas por los turcos de Bagdad, Iraq oriental y las provincias caucásicas en 1622. También utilizó su nueva fuerza para desalojar a los portugueses de Bahrein (1602) y, con la ayuda de inglesa, de Ormuz (1622), en el Golfo Pérsico (un enlace vital en el comercio portugués con India). Amplió vínculos comerciales con la Compañía de las Indias Orientales inglesa y holandesa. Así, Abbas I fue capaz de romper la dependencia con la Qizilbash para el poder militar y por lo tanto fue capaz de centralizar el control.

Los turcos otomanos y Safávidas pelearon por las fértiles llanuras de Irak durante más de 150 años. La captura de Bagdad por Ismail I en 1509 fue seguida sólo por su derrota ante el sultán otomano Solimán I en 1534. Después de las campañas posteriores, los Safávidas reconquistaron Bagdad en 1623, sin embargo, la volvió a perder a Murad IV en 1638. A partir de entonces en un tratado, firmado en Qasr-e Shirin, se estableció la delimitación de una frontera entre Irán y Turquía en 1639.

En 1609-10, estalló una guerra entre tribus kurdas y el Imperio Safávida. Después de un asedio largo y sangriento dirigido por el gran visir Hatem Beg, que duró desde noviembre de 1609 hasta el verano de 1610, el bastión kurdo de Dimdim fue capturado. Shah Abbas ordenó una matanza general en Beradost y Mukriyan y reasentó la tribu turca Afshar en la región, mientras deportaba muchas tribus kurdas hacia Khorasan. Hoy en día, hay una comunidad de cerca de 1,7 millones de personas que son descendientes de las tribus deportadas de Kurdistán a Jorasán (noreste de Irán) por los Safávidas.

Debido a su miedo obsesivo de ser asesinado, Shah Abbas condenó a muerte o cegó a cualquier miembro de su familia que despertó sus sospechas. Uno de sus hijos fue ejecutado y dos cegados. Dado que otros dos hijos habían muerto antes que él, el resultado fue una tragedia personal para Shah Abbas. Cuando murió el 19 de enero de 1629, no tenía ningún hijo capaz de sucederle.

Al inicio del siglo XVII se vio claramente que el poder de la Qizilbash, la milicia original que había ayudado a capturar Tabriz aIsmail I y que había ganado muchas competencias administrativas sobre los siglos había disminuido. El poder estaba cambiando a una nueva clase de comerciantes, muchos de ellos de origen armenio, georgiano y a los indios.

En su apogeo, durante el largo reinado de Shah Abbas I el imperio Irán comprende, Irak, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, partes de Turkmenistán, Uzbekistán, Afganistán, Pakistán y Turquía.

3.8. Los contactos con Europa durante el reinado de Abbas

La tolerancia de Abbas hacia los cristianos era parte de su política de establecer relaciones diplomáticas con las potencias europeas para tratar de conseguir su ayuda en la lucha contra el enemigo común, el Imperio Otomano. La idea de una alianza anti-otomana no era nueva – más de un siglo antes, Uzun Hassan, entonces gobernador de parte de Irán, había pedido a los venecianos ayuda militar – pero ninguno de los Safávidas había hecho gestiones diplomáticas con Europa y la actitud de Abbas estaba en marcado contraste con la de su abuelo, Tahmasp I, que había expulsado al viajero Inglés Anthony Jenkinson de su corte al enterarse que era cristiano. Por su parte, Abbas declaró que «prefería el polvo de las suelas de los zapatos del más bajo cristiano que el del más alto otomano”.

En 1599, Abbas envió su primera misión diplomática a Europa. La embajada cruzó el Mar Caspio y pasó el invierno en Moscú, antes de proceder a través de Noruega, Alemania (donde fue recibido por el emperador Rodolfo II) a Roma, donde el Papa Clemente VIII dio a los viajeros una larga audiencia. Por fin llegó a la corte de Felipe III de España en 1602. Aunque la expedición nunca logró regresar a Irán debido su naufragio en su viaje alrededor de África, marcó un nuevo paso importante en los contactos entre Irán y Europa y los europeos comenzaron fascinarse por los iraníes y su cultura, a partir de entonces, el número de misiones diplomáticas entre ambas zonas aumentó.

El shah había puesto una gran importancia en la alianza con España, el principal oponente de los otomanos en Europa. Abbas ofreció los derechos comerciales y la oportunidad de predicar el cristianismo en Irán a cambio de ayuda contra los otomanos. Pero el escollo de Ormuz se mantuvo, un puerto que había caído en manos de los españoles cuando el Rey de España heredó el trono de Portugal en 1580. Los españoles exigieron Abbas romper relaciones con la Compañía de las Indias Orientales Inglés antes de considerar abandonar la ciudad. Abbas no pudo cumplir. Finalmente, Abbas se frustró con España, como lo hizo con el Sacro Imperio Romano, que quería que sus 170.000 súbditos armenios jurar lealtad al Papa, y que tampoco se molestó en informar al shah del tratado de paz firmado con los otomanos y el emperador Rodolfo II. Los contactos con el Papa, Polonia y Moscú no fueron más fructíferos.

Más fructífera fueron sus relaciones con Inglaterra a pesar de quetenía poco interés en la lucha contra los otomanos. Los hermanos Sherley llegaron en 1598 y ayudaron a reorganizar el ejército iraní. La Compañía de las Indias Orientales inglesa también comenzó a interesarse en Irán y en 1622 cuatro de sus buques ayudaron Abbas a retomar Ormuz de los portugueses.

3.9. Declive del estado Safávida

Además de luchar contra sus enemigos perennes, los otomanos y los uzbekos, durante el siglo XVII Irán tuvo que lidiar con el surgimiento de nuevos vecinos. La Rusia moscovita expandió su influencia en las montañas del Cáucaso y Asia Central. En el este, los Mogoles de la India se había expandido en Jorasán (actual Afganistán), a expensas de control iraní, tomando Qandahar.

Más importante aún, la Compañía de las Indias Orientales holandesa y más tarde la inglesa utilizó sus medios superiores para controlar las rutas comerciales en el océano Índico occidental. Como resultado, Irán perdió sus vínculos en el extranjero con África Oriental, la península Arábiga, y el sur de Asia. Sin embargo, el comercio por tierra entre Irán y el sur de Asia creció. Muchos comerciantes indios establecieron una presencia permanente en Irán. Irán también fue capaz de desarrollar aún más su comercio terrestre con el norte y centro de Europa durante la segunda mitad del siglo XVII. En el siglo XVII, los comerciantes iraníes establecieron una presencia permanente hasta el norte de Narva en el mar Báltico, en lo que ahora es Estonia.

Los holandeses e ingleses aún eran capaces de drenar el gobierno iraní de gran parte de sus suministros de metales preciosos. A excepción de Shah Abbas II, los gobernantes después de Abbas I se mostraron ineficaces, y el gobierno iraní declinó y finalmente se vino abajo cuando una amenaza militar seria surgió en su frontera oriental a principios del siglo XVIII. El fin del reinado de Abbas II, 1666, marcó el principio del fin de la dinastía de Safávida. A pesar de la caída de los ingresos y las amenazas militares, los posteriores shahs tuvieron estilos de vida lujosos. Sultan Hussein (1694-1722), en particular, era conocido por su amor por el vino y el desinterés en el gobierno.

El país fue atacado varias veces en sus fronteras: Kerman por las tribus baluchis en 1698, Khorasan por los Hotakis en 1717, en Mesopotamia constantemente por los árabes peninsulares. Sultán Hosein trató de forzar la conversión de sus súbditos afganos en Kandahar , que eras sunís a la secta chiita del Islam. En respuesta, un caudillo afgano llamado Ghilzai Mir Wais Hotak se rebeló y mató a Gurgin Khan, el gobernador Safávida de la región, junto con su ejército. En 1722, un ejército afgano liderado por el hijo de Mir Waism, Mahmud avanzó al corazón del imperio y derrotó a las fuerzas del gobierno en la batalla de Gulnabad. Luego sitió la capital de Isfahán, hasta que Shah Sultan Husayn abdicó y le reconoció como el nuevo rey de Persia.

Las tribus afganas saquearon el territorio conquistado durante siete años, pero llegaron a ser parados por Nader Shah, un antiguo esclavo que se había levantado con el liderazgo militar dentro de la tribu Afshar en Jorasán, un estado vasallo de los Safávida. Nadir Shah derrotó a las fuerzas Ghilzai Hotaki en la batalla 1729 de Damghan. Los había sacado del poder, y en 1738 conquistó su último bastión en Kandahar, en el mismo año ocupó Ghazni, Kabul, Lahore, y Delhi en la India. Sin embargo, estas ciudades fueron heredadas después por su comandante afgano abdalí, Ahmad Shah Durrani. Nadir tuvo control efectivo bajo Tahmasp Shah II y gobernó como regente con el infante Abbas III hasta 1736, fecha en que se coronó a si mismo Shah.

Inmediatamente después del asesinato de Nadir Shah en 1747, los Safávidas fueron re-nombrados como Shahs de Irán con el fin de dar legitimidad a la naciente dinastía Zand. Sin embargo, el régimen títere breve de Ismail III terminó en 1760 cuando Karim Khan se sintió lo suficientemente fuerte como tomar el poder nominal del país, y así poner fin oficialmente a la dinastía Safávida.

4. Sociedad

Un término correcto para la sociedad Safávida es lo que hoy podemos llamar una meritocracia, es decir, una sociedad en la que los funcionarios fueron nombrados sobre la base del valor y el mérito, y no sobre la base de su nacimiento. Desde luego no era una oligarquía, ni era una aristocracia. Los hijos de los nobles eran elegidos para la sucesión de sus padres como una señal de respeto, pero tenían que demostrar que son dignos de la posición. Este sistema evita una aristocracia atrincherada o una sociedad de castas. Incluso hay numerosos relatos de gente de origen humilde que ascendían a los altos cargos oficiales, como resultado de sus méritos.

No obstante, la sociedad persa durante los Safávidas fue el de una jerarquía, con el Sha en la cúspide de la pirámide jerárquica, la gente común, comerciantes y campesinos en la base, y los aristócratas en el medio. El término “Dowlat”, que en persa moderno significa «gobierno», entonces era un término abstracto que significa «bendición» o «felicidad», y comenzó a ser utilizado como el sentido concreto de la situación Safávida, lo que refleja la idea que la gente tenía de su gobernante, como alguien eleva por encima de la humanidad.

También entre la aristocracia, en el centro de la pirámide jerárquica, fueron los responsables religiosos, que, consciente del papel histórico de las clases religiosas como un amortiguador entre el gobernante y sus súbditos, hicieron por lo general todo lo posible para proteger a la gente común de opresión los gobiernos

5. Estado y de Gobierno

El estado Safávida fue uno basado en el control y el equilibrio, tanto dentro del gobierno como a nivel local. En la cúspide de este sistema fue el Shah, con poder total sobre el Estado, legitimado por su linaje como seyyed, o descendiente del profeta Mahoma. Así era su poder absoluto, que el comerciante francés, y más tarde embajador en Persia, Jean Chardin pensaba que el Shah Safávida gobernaba su país con mano de hierro y, a menudo de manera despótica. Para garantizar la transparencia y evitar la corrupción, fueron creados un complejo sistema de procedimientos y de burocracia departamental para impedir todo tipo de fraude, corrupción e ineficacia. Cada oficina tiene un diputado o superintendente, cuyo trabajo consistía en llevar un registro de todas las acciones de los funcionarios del Estado y reportaba directamente al Shah. El propio Shah ejerció sus propias medidas para mantener a sus ministros bajo control mediante el fomento de un clima de rivalidad competitiva y vigilancia. Y puesto que la sociedad Safávida era meritocrática, las sucesiones rara vez se hicieron sobre la base de la herencia, esto significaba que las oficinas gubernamentales constantemente sentía la presión de estar bajo la vigilancia y tuvo que asegurarse trabajaban por el interés de su líder, y no sólo propio.

6. Sistema legal

En la Persia Safávida había poca distinción entre la teología y la jurisprudencia, o entre la justicia divina y la justicia humana, y todo salió de acuerdo con la jurisprudencia islámica. El sistema legal estaba constituido por dos ramas: el derecho civil, que tenía sus raíces en la sharia, y urf, es decir, la experiencia tradicional y muy similar a la forma occidental de derecho común. Mientras que los imanes y los jueces de derecho aplicaron la ley civil en su práctica, urf fue ejercida principalmente por los comisionados locales, que inspeccionaron los pueblos en nombre del Shah, y por el Ministro de Justicia (Divanbegi). Estos últimos eran todos los funcionarios seculares que trabajan a favor del Shah.

El nivel más alto en el sistema legal era el Ministro de Justicia, y los agentes del orden se dividieron en nombramientos de altos cargos, como el magistrado (darughah), inspector (visir) y registrador (vak’anevis). Los funcionarios menores fueron los qazi que ordenados por los gobernadores locales funcionaron como jueces en las provincias.

Según Chardin:

No había ningún lugar en particular asignado para la administración de justicia. Cada magistrado hace justicia en su propia casa en una habitación grande abierta a un patio o un jardín que se eleva dos o tres metros del suelo. El juez está sentado en un extremo de la habitación con un escritor y un hombre de la ley a su lado.

Chardin también señaló que la presentación de casos en la corte de Persia era más fácil que en el Oeste. El juez (qazi) era informado de los puntos relevantes involucrados y decidía si debía o no tomar el caso. Después de haber accedido a hacerlo, un sargento iba a investigar y convocar a la parte demandada, quien se veía obligada a pagar los honorarios del sargento. Las dos partes con sus testigos declaraban sus respectivos casos, por lo general sin ningún tipo de consejo, y el juez pasaría su juicio después de la primera o segunda audiencia.

La justicia penal es totalmente independiente de la ley civil y se juzgaba en el derecho común administrado por el Ministerio de Justicia, los gobernadores locales y el ministro de Justicia (los Nazir). El asesinato era castigado con la muerte, y la pena por lesiones corporales era invariablemente el bastoneado. A los ladrones se les cortaba una mano la primera vez y a la segunda se les ejecutaba. Criminales de estado se sometieron a los karkan, un collar de madera triangular colocado alrededor del cuello. En ocasiones extraordinarias cuando los Shah tomaron la justicia por su propia mano, se visten de rojo por la importancia del evento, según la antigua tradición.

7. Economía

Lo que impulsó el crecimiento de la economía fue la posición de Irán entre las civilizaciones florecientes de Europa al oeste y la India y Asia Central al este y al norte. La ruta de la seda que pasaba por el norte de Irán a la India revivió en el siglo XVI. Abbas también apoyó el comercio directo con Europa, particularmente Inglaterra y los Países Bajos que buscaban alfombras persas, sedas y textiles. Otras exportaciones fueran caballos, pelo de cabra, perlas y una incomible almendra amarga Hadam-Talka utilizada como especie en la India. Las principales importaciones fueron de especias, textiles (tejidos de lana procedentes de Europa, algodón de Gujarat), metales, café y azúcar.

8. Cultura

8.1. Cultura en el ámbito familiar Safávida

La familia safávida era una familia que sabía leer y escribir desde el principio. Varios de los sahs se dedicaron a la poesía. La mayor parte de la poesía existente de Shah Ismail I se encuentra en azerbaiyano. Sam Mirza hijo de Shah Esmail, así como algunos autores posteriores afirmaron que Ismail componía poemas tanto en turco como en persa, pero sólo un poco de su poesía han sobrevivido. Tahmasp Shah que escribía poesía persa era también pintor, mientras que Shah Abbas II era conocido como poeta escribiendo. Sam Mirza hijo de Ismail I mismo fue un poeta y escribió su poesía en persa. También compiló una antología de poesía contemporánea.

8.2. Cultura en el imperio

Shah Abbas I reconoció el beneficio comercial de promover las artes y los productos artesanales, proporcionando gran parte del comercio exterior de Irán. En este período, la artesanía, tales como la fabricación de azulejos, cerámica y textiles se desarrolló y se hicieron grandes avances en la pintura en miniatura, decoración de encuadernación, y la caligrafía. En la el siglo XVI, el tejido de alfombras pasó  de ser un arte nómada y campesino a una industria bien ejecutada con la especialización de diseño y fabricación. Tabriz fue el centro de esta industria. Las alfombras de Ardabil se encargaron de conmemorar la dinastía Safavid.

Usando formas y materiales tradicionales, Reza Abbasi (1565-1635) introdujo nuevos temas a la pintura persa: mujeres semi-desnudas y jóvenes, amantes. Su estilo de pintura y caligrafía influyó en artistas iraníes durante gran parte del período de Safávida, que llegó a ser conocida como la escuela de Isfahan. El mayor contacto con culturas lejanas en el siglo XVII, especialmente en Europa, fue una fuente de inspiración para los artistas iraníes que han adoptado el modelado, el escorzo, el espacio, y la pintura al óleo (Shah Abbas II envió Zaman para estudiar en Roma). La epopeya Shahnameh («Libro de los Reyes»), fue un ejemplo monumental de la elaboración de manuscritos y caligrafía que se hizo durante el reinado de Shah Tahmasp. (Este libro fue escrito por Ferdousi en el año 1000 para el sultán Mahmood Ghaznawi). Otro manuscrito es el Khamsa de Nizami 1539-1543 ejecutado por Aqa Mirak y su escuela en Isfahan.

Isfahan tiene las muestras más destacadas de la arquitectura Safávida, todos construidos en los años después de que Shah Abbas I trasladara la capital permanentemente allí en 1598: la Mezquita Imperial, Masjid-e Shah, terminado en 1630, la mezquita del Imán (Masjid-e Imami) Lutfallah la Mezquita y del Palacio Real.

Según William Cleveland y Bunton Martin, el establecimiento de Isfahan como la gran capital de Persia y el esplendor material de la ciudad atrajo intelectuales desde todos los rincones del mundo, lo que contribuyó a la ciudad la vida cultural rica. La impresionantes logros de sus 400 000 habitantes llevó a que acuñaran de manera jactanciosa la famosa frase, «Isfahan es la mitad del mundo».

La poesía se estancó en los safávidas, la gran forma medieval, el ghazal, languideció siendo sustituida por un exceso lirismo. La poesía carecía de la protección real que había en las otras artes y fue cercado por los preceptos religiosos.

El historiador posiblemente más famoso de esta época fue Iskandar Beg Munshi. Su Historia de Shah Abbas el Grande escrita pocos años después de la muerte de su protagonista, alcanzó enorme fama.

8.3. La Escuela de Isfahan  revivió la filosofía islámica

La filosofía islámica floreció en la era Safávida en lo que los estudiosos se refieren comúnmente a la Escuela de Isfahan. Mir Damad es considerado el fundador de esta escuela. Entre las luminarias de esta escuela de filosofía se encuentran los nombres de los filósofos iraníes, como Mir Damad, Fendereski Mir, Bahai Sheij Mohsen y el destacado Fayz Kashani. La escuela llegó a su apogeo con la del filósofo iraní Sadra Mulla que es posiblemente el filósofo islámico más importante después de Avicena. Mulla Sadra se convirtió en el filósofo dominante del Oriente islámico, y su acercamiento a la naturaleza de la filosofía ha sido excepcionalmente influyente hasta el día de hoy. Él escribió el Al-Hikma al-muta’aliya fi-l-al-Asfar ‘aqliyya al-Arba’a («la filosofía trascendente de los cuatro viajes del Intelecto»), una meditación sobre lo que él llamó “metafilosofía” que reunió a una síntesis la misticismo filosófico del sufismo, la teología de Shi ,Islam, las filosofías peripatéticas y el iluminismo de Avicena y Suhrawardi.

Ellos fueron los continuadores de la tradición clásica del pensamiento islámico, que murió después de Averroes en Occidente árabe. Las escuelas de pensamiento persas eran los verdaderos herederos de los grandes pensadores islámicos de la edad de oro del Islam, mientras que en el imperio otomano se produjo un estancamiento intelectual, en cuanto a las tradiciones de la filosofía islámica se refiere.

8.4. Medicina

La situación de los médicos durante la dinastía safávida estaba tan alta como siempre. Considerando que ni los griegos ni los romanos otorgaron un alto estatus social a sus médicos, los iraníes tenían desde tiempos antiguos honraban a sus médicos, que a menudo eran nombrados consejeros de los Shahs. Esto no iba a cambiar con la conquista árabe de Irán, de quienes que tomaron las obras de la filosofía, la lógica, la medicina, las matemáticas, la astronomía, la astrología, la música y la alquimia.

En el siglo XVI, la ciencia islámica, que en gran medida significó ciencia persa, se duerme en sus laureles. Las obras de al-Razi (865-92) (conocido en Occidente como Razes) se utilizaban todavía en las universidades europeas como libros de texto estándar de la alquimia, la farmacología y pediatría. El Canon de Medicina de Avicena (c. 980-1037) era considerado todavía como uno de los libros de texto de primaria en medicina en la mayor parte del mundo civilizado. Por lo tanto, el estado de la medicina en el período de Safávida no había cambiado mucho, y se basó tanto en las obras como nunca antes. La fisiología seguía basándose en los cuatro humores de la medicina antigua y medieval, y el sangrado y las purgas eran todavía las principales formas de terapia por cirujanos.

El único campo dentro de la medicina, donde se hicieron algunos progresos fueron farmacología, con la compilación del «Tibb-e Shifa’i» en 1556. Este libro fue traducido al francés en 1681 por Angulus de Saint, bajo el nombre de «Pharmacopoea Persica».

9. Bibliografía

 

-CORM, Georges, Historia de Oriente Medio: De la antigüedad a nuestros días. Península. Barcelona. 2009

-GRUNEBRAUM, Gustave. El Islam. Vol. II. Desde la caída de Constantinopla hasta nuestros días. Historia Universal Siglo XXI, 15. Siglo XXI Editores. Madrid. Varias ediciones entre 1978 y 1992.

-KHEZRI. A.R. et al. Persia, cuna de civilización y cultura. Almuzara. Madrid. 2011

-SHAW MARTÍNEZ, Carlos. Europa y los nuevos mundos. Siglos XV-XVIII. Síntesis. Madrid. 1999.

-SHAW MARTÍNEZ, Carlos. Historia de Asia en la Edad Moderna. Arco Libros. Madrid. 1996.

Los inicios de la cultura medieval.

Lo que uno se pregunta es si es cierto el mito numerosas veces repetido de el gran choque que supuso la caída de Roma. La historiografía ha tratado de cambiar esto por una visión más acercada a la realidad; «La caída de Roma fue, en gran medida, cosa de Roma» llegó a decir Adrian Goldsworthy, Edward Gibbon escribió una monumental obra dedicada a la caída de Roma y nos sugiere dejar de preguntarse por qué el Imperio romano acabó siendo destruido, para, en realidad, sorprenderse de que durase tanto tiempo. El asentamiento de pueblos germanos en los limes de hizo de manera gradual, y no pocas veces supuso una amenaza para Roma, sino todo lo contrario, una ayuda para Roma.  La caída de Roma no fue tan brutal como se nos ha hecho entender, varios autores como Henri Pirenne, Walter Goffart o Gonzalo Fernández Hernández explican en sus obras que las estructuras económicas y políticas siguieron más o menos intactas hasta la coronación de Carlomagno, y que cuando Rómulo Augústulo fue destituido por Odoacro, los demás pueblos germanos siguieron reconociendo nominalmente el título del emperador de Bizancio hasta el 800 cuando León III le otorgó la dignidad imperial a Carlomagno.
Viendo claramente esta vía continuista entre lo antiguo y lo medieval, se nos hace lógico pensar que con la cultura pasó algo similar, aunque con algunos matices.
Con la caída de las estructuras político-administrativas de Roma la Iglesia tomó el testigo con la ayuda de los nuevos reinos germanos. Ya se vio cómo Teodorico quiso rescatar y continuar la cultura clásica, lo mismo pasó en el reino visigodo y demás reinos.  La cultura no sufrió un cambio brusco, no desapareció de la noche a la mañana, continuó y evolucionó con nuevos paradigmas. La Iglesia tuvo un importantísimo papel con la creación de escuelas monásticas y catedralicias, amén de las municipales (estas últimas creadas por monarcas germanos), estas escuelas servirían de base para el desarrollo de la cultura medieval. Casiodoro (485-580), político y escritor romano en cuyas obras abogará por la conversión de las escuelas monásticas en centros culturales, idea continuada por Benito de Nursia (480-557) que exigirá que los monjes practiquen la lectura en los monasterios.
Una figura importante será la de Boecio. Para unos el último intelectual de la antigüedad, para otros el primero de la Edad Media. Procedía de una familia senatorial romana, por lo que estaría involucrado en la política cosa que a la larga supondría su fin. Culturalmente tendrá peso ya que se considera que la lógica medieval empezó con él, teniendo enorme influencia en la escolástica.
Como dije antes, si bien hubo una continuidad cultural e incluso política y que varios reinos germanos reconocían nominalmente al emperador bizantino, es innegable que hubo una fragmentación política, y esta fragmentación repercutió en el ámbito cultural. Debido a la dificultad de trasladarse de región a otra rota la unidad de occidente, la élite cultural empezó a tener un afán de recopilar el saber acumulado hasta entonces. Esta tendencia comienza en el siglo V con Marciano Capella, Casiodoro creará el trívium y quadrivium, aunque la figura central será San Isidoro de Sevilla. Quiso englobar todo para poder mostrarlo todo en su obra capital “Etimologías”, una obra repartida en 20 libros que reunían todo el saber de la época y cuya influencia será amplísima durante toda la Edad Media hasta entrado el siglo XV.
Para saber más:
-GOLDSWORTHY, Adrian, La caída del Imperio Romano: El ocaso de Occidente, Madrid: La esfera de los libros, 2009.
-MITRE, Emilio, La Iglesia en la Edad Media, Madrid: Síntesis, 2003.

Juan II de Aragón, una lucha continua por el poder.

 

Índice

1. Introducción

2. Nacimiento y juventud

   2.1 Lugarteniente en Sicilia

3. Boda con Blanca de Navarra y primeros choques con Castilla

   3.1 Rey de Navarra

4. Primera lucha por el poder

   4.1 Guerra civil en Castilla

   4.2 Guerra civil en Navarra y el final de don Álvaro de Luna

         4.2.1 Matrimonio con Juana Enríquez

         4.2.2 Primer conflicto con su hijo Carlos, Príncipe de Viana

5. Lugartenencia Catalana y muerte de Alfonso V

   5.1 Situación del Mediterráneo

   5.2 Diplomacia y Política

6. Segunda lucha por el poder

   6.1 Segundo conflicto con su hijo Carlos, Príncipe de Viana

   6.2 Revolución catalana

   6.3 Guerra Catalana

         6.3.1 Intervención de otros Estados

   6.4 Final de la Guerra en Catalana

7. El final de Juan II

   7.1 Últimos años de reinado

8. Conclusión

9. Apéndice

   9.1 Eje cronológico

10. Bibliografía

 1. Introducción

A continuación pasaremos a hablar del personaje Juan de Trastámara (Juan II de Aragón), el cual representa a la perfección lo que dio de sí la política peninsular en casi todos los frentes del siglo XV. En una época donde las intrigas políticas, las alianzas y las traiciones estaban a la orden del día, Juan formó parte de todo eso.

Juan era un segundón, hijo de un segundón y como tal tuvo que pelear toda su vida por hacerse con el poder, de hecho, su vida es un claro ejemplo de lucha y ambición, representa fielmente esa ambición con la que se ha catalogado a los Trastámara. Muchas personas desconocen la vida de este apasionante personaje, ya que es difícil no quedar a la sombra de Fernando II de Aragón; muchos también le odian, debido a episodios como el que tuvo con su hijo Carlos, Príncipe de Viana. Pero Juan es mucho más que esos dos sucesos, por ello, esperamos poder plasmarlo de la mejor manera posible en las siguientes páginas.

2. Nacimiento y juventud

2.1 Lugarteniente en Sicilia

Juan II de Aragón nació en Medina del Campo en junio de 1398.Era hijo de Fernando I de Antequera y Leonor de Alburquerque. Hermano de María, Enrique, Sancho, Pedro Leonor y Alfonso, el primogénito.

Juan I siempre protegió mucho a su hijo el príncipe Fernando. Le invistió en 1390, en las Cortes de Guadalajara y con su hermano Enrique presente en el acto. Le cedió las villas de Cuéllar, San Esteban de Gormaz y Castrogeriz, convirtiéndole en un poderoso señor de tierras castellanas.

Fue un segundón de, a su vez, un segundón. Juan, sobre todo en los primeros años de su vida, estuvo a la sombra de su hermano Alfonso.

Juan II creció en un ambiente de ostentación y riqueza que hicieron mella en su carácter y en su forma de ser, influyéndolo profundamente la personalidad y la manera con la que se desenvolvería con el resto de gente a lo largo de su vida. En la Corte, él y sus hermanos crecieron rodeados de todos los lujos con un padre que como era lógico tratándose de quién se trataba, llenó su hogar de una gran ostentación.

Era un ávido lector y cuando fue rey, protegió y se interesó por la labor de poetas, músicos y demás dedicados a la cultura. En especial a las que más le gustaban a él. Si bien es verdad que nunca llegó a ser un humanista en el sentido estricto de la palabra, pero si es verdad que se interesó por todos estos temas y conviene recordar que en la época e incluso siglos después muchos interesados en alguna materia han llegado a controlarla de una manera impresionante y a veces mejor que a los estudiosos oficiales de algo. Aunque este no fue el caso, como decimos, de Juan II.

Benito Ruano señala como posible educador de los infantes a Enrique de Villena, tío segundo de los infantes. Alfonso por su parte, se sabe que se interesó por la cultura italiana.

Con objetivo de aumentar las dotes de sus hijos y de asegurar en parte su futuro, Fernando situó a dos de sus hijos: Sancho y Alfonso, en las órdenes de Alcántara y Santiago, respectivamente.

Juan en principio fue excluido de los planes de su padre, pero contra todo pronóstico fue el destinatario de la (deseada) regencia de Castilla, habiendo sido anteriormente olvidado en otros menesteres similares y habiendo perdido previamente la sucesión aragonesa en favor de su hermano primogénito.

El 3 de septiembre de 1412, con catorce años recién cumplidos, Juan acompañó a su padre a la jura de este en Zaragoza y a la proclamación de la primogenitura oficial de su hermano.

Cuando Fernando ganó la guerra que mantuvo contra el conde de Urgel, se hizo efectiva la ceremonia de su coronación en Zaragoza el 11 de febrero de 1414, a la cuál acudieron nobles y delegados de Sicilia, Mallorca, Valencia, Cataluña y Aragón.

Sus hijos también asistieron y fue Juan el que más atención acaparó. El señor de Castrogeriz fue el encargado de entregar a su padre el cetro de oro, mientras que la corona se la ofreció su hermano mayor Alfonso. A estos objetos hay que añadirles el globo o manzana de oro, símbolo claro del poder que pasaba a ostentar a partir de ese mismo momento.

Con las muertes de Martín el Joven y de su padre, Martín el Humano, se abrió el problema del gobierno de Sicilia. Para aguantar hasta tener otra solución, el monarca dio a Blanca de Navarra el grado de lugarteniente de la isla.

Mientras tanto, los sicilianos demostraron que tenían derecho a hablar sobre el futuro de sus tierras y decidieron que Fernando asegurara la sucesión de aquel reino a alguno de sus hijos, para así, instaurar en el sitio una dinastía aragonesa independiente del reino principal, siendo el parlamento de la isla el motor de estas peticiones.

La reacción del monarca no fue muy entusiasta y lo único que consiguieron de él fue su compromiso a enviar para tal menester a su hijo Juan. Quién sabe si por indisposición práctica del resto de los infantes o si, de verdad, porque vio algo que su hijo podía ofrecer o ganar de aquella situación.

Así pues, con la promesa de ese cargo y del matrimonio con Juana II de Nápoles, el infante partió acompañado de un destacamento de soldados y unos pocos representantes de nobleza y delegados, entre los que se encontraban su tío Alfonso Enríquez y su primo Juan Enríquez.

Pero algo inesperado ocurrió nada más desembarcar en la isla. Juana anuló su futuro enlace con el joven, en favor de Jacobo de Borbón. Este fue un golpe no demasiado duro para él, si bien es verdad que Juana tenía una posición interesante, como era propio de un joven, no debía estar muy emocionado con el casi improvisado compromiso. Por su parte, Juana con toda seguridad vio en Jacobo un mejor partido tanto en lo político (su estatus iba más acorde con lo que ella pensaba que merecía) como en lo personal. Jacobo era un joven apuesto y atractivo, al menos más de lo que parece que era Juan.

Su estancia en Nápoles no fue excesivamente dura en el aspecto personal. Puede que por reponerse al supuesto mazazo recibido por Juana, Juan se dedicó a cazar, a jugar a los dados y a vivir de manera un tanto despreocupada mientras residió allí.

Más tarde, cuando se le ofreció erigirse como rey principal de la isla, lo rechazó de plano, poniendo de manifiesto la fidelidad a lo mandado por su padre.

Este acto es un punto de inflexión en el que podemos ver claramente que pese a lo que se dice sobre este monarca, Juan II, al menos en estos años, siempre antepuso a su familia y a lo que habían mandado a su propio bienestar. El amor o respeto por su padre y el deseo de que su familia llegara lejos era un sentimiento común entre los infantes, bien es conocida la ambición que compartían todos los miembros de esta familia. Por este motivo al principio siguieron fielmente los designios de sus superiores e lo que a política se trataba.

Juan siempre se caracterizó por tener mucha prudencia a la hora de tomar grandes decisiones y de no precipitarse sin razón.

A la muerte de su padre se leyó su testamento, según el cual su patrimonio pasaba a ser: el ducado de Peñafiel, en Castilla, y Haro, Belorado, Briones y Cerezo, en la Rioja.

La muerte de su padre fue algo a lo que le precedió un aviso de su padre en agosto de 1415, donde le comunicaba a su hijo los fuertes achaques que ya tenía a causa de la vejez.

Cuando Alfonso escribió al menor con la noticia de la muerte de su padre, temió que Juan le quitara el trono de Sicilia, dada su posición en el momento, o que directamente no le hiciera caso, pese a que en principio no tenía motivos para pensar que algo así pudiera darse viniendo de su hermano.

Juan, como no podía ser de otra forma, hizo caso al destino del clan familiar y en cuánto recibió la noticia, partió hacia Castilla para reunirse con el resto de su familia y de la corte.

3. Boda con Blanca de Navarra y primeros choques con Castilla

3.1 Rey de Navarra

Mientras tanto, el 7 de marzo de 1419, se proclamó su mayoría de edad en las cortes de Madrid. El arzobispo de Toledo, Sancho de Rojas determinó el matrimonio de la hermana del duque de Peñafiel, María de Aragón, con Juan II de Castilla. En el periodo de consolidación tras la boda, que tuvo lugar en 1420, Juan contó con el favor del arzobispo don Sancho y Diego Gómez de Sandoval.

En Castilla ya estaba empezando a tomar forma el futuro de ese lugar con el casamiento de María.

Navarra siempre había estado en el punto de mira de Fernando I de Antequera, y Alfonso siguió la estela de su padre y fomentó la introducción de alguien de su familia en la corte de Pamplona.

Juan I de Foix había dado los primeros pasos para casarse con Blanca, pero sus intenciones se quedaron en eso, intenciones, y en diciembre de 1418, Martín V concedía la dispensa para celebrar el matrimonio entre los dos jóvenes (él más que ella).

Parte del éxito de la candidatura de Juan se la debió a la reina viuda, su madre, doña Leonor, que envió una embajada a la corte en cuestión de la que formaban parte Hernando de Vega y Alfonso Hernández de la Fuente. Su tarea fue la de defender las ventajas del casamiento con Juan ante el responsable de la casa Navarra: Carlos el Noble.

Tras algún retraso se firmaron las capitulaciones matrimoniales el 6 de Noviembre de 1419, en Olite. Mediante las cuales el regente de Navarra se comprometía a acoger bajo su manto al duque de Peñafiel y este se aseguraría de crear una alianza general entre Castilla, Navarra y Aragón. Esta firma tuvo tintes políticos más que románticos, todos tenían en mente lo que ganarían con el trato en lo que a política se refería, casi pasando el enlace entre dos personas a segundo plano.

Mirando al futuro y entrando en la dote de Blanca, se decía que el futuro príncipe debía ser educado en el país, a quién pasarían los derechos de descendencia legítimamente.

El único punto débil del contrato fue que no se detallaba que ocurriría si Blanca falleciera antes que su marido, cosa probable dada la edad de ella. La solución que se halló y con la que hubo que conformarse fue que si eso pasaba, Juan debía abandonar Navarra como extranjero.

El desposorio se celebró el 3 de febrero de 1420 y el paso final, las bodas, tuvieron lugar el 10 de Junio del mismo año.

Entre los años 1420 y 1479 hubo una crisis política sobre Castilla que pudo tener varias causas económicas, políticas o de carácter personal, como la ambición o las pugnas por puestos destacados.

La peste negra hizo estragos, las convulsiones sociales surgieron y el hambre obligó a volver la vista y a confiar la economía en el pastoreo y la producción de lana, que tuvo una importancia significativa en el mantenimiento del reino. La actividad mercantil e industrial gozó de buena actividad gracias a este producto.

Pese a todo, la estructura social anterior se tambaleaba y se echaba en falta una autoridad real potente que pusiera orden y reorganizara el panorama antes de que la situación se fuera todavía más de las manos. Este en principio no fue el caso de la corona de Aragón, que actuó siguiendo la ambición personal y con unos objetivos personales más que del conjunto del reino. Finalmente, los hombres que lideraron el cambio y que llevaron las cosas a buen puerto fueron validos y hombres de confianza que recibieron a cambio una suerte de endiosamiento, quizás exagerado, uno de estos hombres fue Álvaro de Luna. Que pasó a ser un referente y alguien con poder suficiente como para que en el futuro, Juan depositara importantes decisiones a sus espaldas, mientras él se dedicaba a otras actividades.

Por este relanzamiento de la nobleza y sobre todo de algunos, se abrió la veda para intentar conseguir algo del goteo de riquezas que podía llegar a ser la familia real si uno se buscaba los recursos.

Las tierras no eran fáciles de adquirir, y pusieron su empeño en los cargos y puestos de cierta relevancia.

Pero esto tuvo la obvia contrapartida de que se convirtieran en nobles ansiosos de poder, de honores, de riquezas y de aún más cargos con los que llenar sus residencias y con los que colmarse a ellos mismos y a sus más próximos. También demostrando de paso su alta posición en la corte y compitiendo con los otros por ver quién acaparaba más prestigios.

Algunos reinos como el de Navarra con la promoción de Juan a su corona en 1425 sirvieron de salvavidas para los los deseos de los infantes. En las políticas exteriores los ciudadanos salieron perdiendo por los (una vez más) intereses del clan familiar, que a veces parecía que olvidaban que eran ellos en principio y no sus validos, los que estaban a la cabeza de unos reinos que debían mantener una posición y una dignidad que una vez tuvieron.

El 14 de Julio de 1420, cuando el duque de Juan se preparaba para celebrar su boda con Blanca, tuvo lugar un acontecimiento que pasaría a ser un punto de inflexión en su vida y desde luego en su relación con Alfonso, el primogénito, que cada vez se alejaba más y más de las guerras civiles mesteñas.

Este suceso fue el conocido atraco de Tordesillas, en el cuál Enrique se intentó hacer con el poder expulsando de los cargos públicos a los partidarios de su hermano y contrayendo matrimonio con la infanta Catalina. Detrás de ello no sólo estaban sus pretensiones de poder personales sino también las del grupo que le había apoyado formado por el condestable de Castilla y el adelantado de León. Juan se enteró de este golpe a través de su fiel amigo el arzobispo de Toledo, que le escribió una carta cuando estaba regresando de Pamplona. Nada más asimilar la noticia reunió en el castillo de Peñafiel a su hermano Pedro, el adelantado Gómez de Sandoval, el obispo de Cuenca, Álvaro de Isorna; el adelantado de Galicia, Garci Fernández Sarmiento; el de Cazorla, Alfonso Tenorio; el mariscal Pedro García de Herrera y el alcalde de los Donceles Martín Fernández de Córdoba.

Decidieron tras unas arduas deliberaciones que lo mejor era una respuesta militar, o que al menos lo pareciera. Así pues, movilizó en Olmedo a 3.300 lanzas con intención de que su hermano desistiera y acabara con ese movimiento contra él tan repentino. Otro motivo a parte del nombrado era el de que Álvaro de Luna dejara de mediar con una fortuna desigual en el conflicto y que se pasara a su bando y ganar un poderoso aliado que haría que la balanza se inclinara de su lado.

Enrique, defendiendo la legalidad de los derechos que su esposa reclamaba en Villena, formó a su ejército y se produjo un intercambio de embajadas en las que incluso doña Leonor trató de mediar.

Enrique jugaba a la ofensiva y Juan no tuvo más remedio que hacer lo contrario, en este ámbito se mostró muy hábil, poniendo a su servicio su imaginación y escuchando todos los consejos que le daban sus hombres de confianza, consiguiendo una estrategia de defensa nada fácil de superar.

Con respecto a Álvaro de Luna, en la corte de Juan II de Castilla, mientras el de Aragón pretendía logar dispensas, pretendía lograr su cariño a base de lo que podríamos llamar, sobornos.  Y mientras tanto, Don Enrique iba encadenando éxitos como cuando le convalidaron el atraco de Tordesillas en las mermadas Cortes de Ávila.

Estos éxitos forjaron en él una prepotencia con la que se granjeó muchos enemigos y al final disolvió el ejército en Arévalo. Pero esto sólo hizo que Juan defendiera aún con más ahínco la postura de reducir a su hermano.

En Pinto, en junio de 1423 se detuvo a Enrique, acusándolo de alta traición.

El 8 de abril de 1424, desde Valencia, Alfonso el Magnánimo escribió a Juan sobre la detención del infante Enrique, alegando que se habían falsificado pruebas y en definitiva, que no estaba de acuerdo con el trato que había recibido y que consideraba a todas luces injusto.

No se sabe muy bien la reacción y la actitud de Juan a todo este asunto, pero en una crónica del halconero Carrillo de Huete, dice que apoyó la decisión de Álvaro de la detención. Lo que no dejaba de ser otro movimiento más para llevarlo definitivamente a su bando.[1]

De su aventura mediterránea aprendió que debía llegar a una situación favorable en sus tareas castellanas, a veces sirviéndose de favores y otras de una fuerza y autoridad que a tiempo, solucionaban muchos problemas.

El poder de Álvaro se fue haciendo cada vez más grande hasta que llegó un momento en el que casi llegó a hacer sombra al de la corona.

Alfonso el Magnánimo, después del asunto de Enrique siguió teniendo durante unos años, tiras y aflojas con el duque de Peñafiel, la rivalidad hizo que los seguidores de cada uno se esforzaran al máximo cuando el otro manda mensajeros.

Alfonso tenía para todos y en 1425 arremetió contra Álvaro, atribuyéndole la falta de unidad que afectaba a Castilla en los últimos años.

Después, la vida de Juan II y de los nobles a su alrededor se convirtió en una competición constante con sus homólogos de otras casas reales, gastando enormes cantidades de dinero, mandando emisarios a un lado y al otro de las fronteras en un intento, a veces desesperado, de quedar por encima de los demás a toda costa, sin importar familiares, lazos sociales, políticos o la supuesta autoridad real que algunos ostentaban por encima del resto.

Una de estas ocasiones fue en 1428 cuando con motivo del paso de la infanta Leonor, se produjeron danzas, justas y otras celebraciones para agasajarla todo lo que estuviera en manos d ellos interesados. Los hombres que lo hicieron fueron el rey de Navarra, el condestable don Álvaro y el infante Enrique. Cada uno despilfarrando más que el anterior en un alarde de irresponsabilidad con el único objetivo de demostrar que uno era el que reinaba sobre los otros. Todo ello demostrado con dinero y más dinero.

Los orígenes de la guerra de 1429 y 1430 entre Aragón y Castilla están un poco desdibujados por habernos quedado crónicas de personajes directamente implicados o que tenían algo que ganar dependiendo de lo que se contara.

Castilla inició una serie de preparativos militares con un sentido aparentemente oculto, que convencieron a los reyes de Castilla para deshacer la paz de la Torre de Arciel que habían firmado en 1425. Gracias, claro está, a un empujón por la política que llevaba a cabo don Álvaro.

Alfonso y Juan se reunieron en Tudela en 1429 para analizar la situación castellana, poco más se sabe de su encuentro, más que intentaron atraer hacia su causa a los nobles que necesitaban para distintas misiones. Uno de ellos fue el marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza.

En este periodo Juan demostró una actitud bélica sobresaliente y que contrastaba con la de sus primos.

El 28 de diciembre de 1429, en Cáceres, se anunció una celebración con la concesión a don Álvaro de Luna el cargo de administrador perpetuo del maestrazgo se Santiago. Cargo que lo convertía en el hombre más poderoso de Castilla.

Un año más tarde, el 17 de febrero de 1430 en Medina del campo, tuvo lugar la distribución general.

Cuando estuvo en esta posición, trató de conseguir unas treguas. Los nobles castellanos y aragoneses poco a poco fueron plegándose a los requerimientos de don Álvaro y Lópe de Mendoza, arzobispo de Santiago, nombrados negociadores por Juan II de Castilla.

Las diferencias entre Juan II y los infantes de Aragón llegaban con lentitud a buen camino. La tenacidad de Álvaro y la superioridad del ejército que estaban detrás de ellas negociaciones de paz fueron suficientes como para que el de Castilla retrocediera un poco en su actitud.

Así pues se estipularon treguas de 5 años que empezarían el 30 de julio de 1430, y en ellas se incluyeron al conde de Armagnac por el lado castellano y al de Foix por el aragonés.

Las treguas de Majano serán conocidas por representar la fase de mayor debilidad de los reyes de Aragón respecto a la posición de Castilla en lo que a sus relaciones se refiere durante todo el S. XV.

Juan II de Navarra, con cierto pesar, puso su firma en la ratificación de las treguas el 23 de julio de 1430, en Los Arcos. Poniendo fin a un capítulo de su vida que en su último tramo tuvo bastantes dificultades, no precisamente buscadas, pero desde luego si con intereses cruzados y

4. Primera lucha por el poder

4.1  Guerra civil con Castilla.

La poderosa coalición que había quebrantado al partido aragonés años antes, se empezó a dar cuenta del grave error que habían cometido, ya que habían entronizado a don Álvaro de Luna como gobernante absoluto de Castilla. La insaciable codicia del condestable incomodó a aquellos nobles que durante dos décadas habían sido la columna inquebrantable de la monarquía, me refiero al almirante de Castilla y el conde de Benavente.

Pedro Manrique, empezaría a intrigar en la corte para obtener el alejamiento de don Álvaro de Luna. Sus planes desde 1429 habían sido el crear una atmósfera antinavarra, que condujeron a la guerra con Aragón al año siguiente. Por lo tanto, se puede decir, que fue el choque entre Álvaro de Luna y Pedro Manrique lo que causó los nuevos enfrentamientos castellanos.

En 1437, tras el anuncio de  la boda del príncipe de Asturias (Enrique) con Blanca de Navarra, Juan II de Castilla, aconsejado por el condestable, detuvo al adelantado Manrique en León. Esto propició que los secuaces y familiares de este último se levantasen en armas, contando como aliados con los Pimentel y los Enríquez. Tras una serie de negociaciones, se obtuvo la libertad vigilada del adelantado durante dos años, en vez de la prisión total que había sido llevada antes acabo.

Tras este acto, el condestable, se intentaba ganar el favor de la monarquía aragonesa pero desconocía los acontecimientos que se avecinaban… en 1438, el adelantado de León se fugó de la fortaleza en la que se encontraba y se dirigió a Medina del Río, donde se encontró con muchos adeptos a su causa, entre ellos: el almirante don Alfonso, el conde de Ledesma, Pedro de Estuñiga; a los que se sumaron en 1439: el conde de Benavente, Pedro de Mendoza y el merino mayor de Asturias Pedro de quiñones y su hermano Suero.

La corte empezó a reunir sus huestes para poder sofocar dicha rebelión, pero en ese momento recibió un manifiesto de los sublevados, firmado por Pedro Enríquez y Alfonso Enríquez (20 febrero 1439), en él exigían la marcha del condestable del poder y el gobierno conjunto del rey y el príncipe de Asturias. A todo esto, la corte respondió justificando las acciones de don Álvaro de Luna[2], lo que no satisfago a sus rivales que como contraofensiva, se apoderaron de Valladolid en Marzo. Todo esto provocó que el bando real empezase a tomar posiciones, la guerra parecía inminente.

Mientras tanto, nuestro personaje, en 1439 volvía a Castilla tras los varapalos anteriores. Se dirigió a Cuellar donde se encontraba el grueso del bando real. Lo más probable es que Juan de Navarra siguiese todos estos acontecimientos con gran atención, ya que se le presentaba una fantástica oportunidad para recuperar el poderío perdido en Castilla. Pero el monarca no se precipitó, dejo que todo este asunto tomase forma, ya que en 1438 tuvo que convocar las cortes en Aragón debido a problemas con la frontera francesa.

Fue el propio Juan II quien reclamó la ayuda de los infantes de Aragón en este asunto, como prueba esta afirmación de Zurita “por orden del rey de Castilla entraron en su reyno para hazer guerra a los que se le habían revelado”:[3].Esto fue lo mejor que podía suceder, ya que parecía que ellos ya no tenían el menor interés en los conflictos castellanos y que simplemente acudían por petición real. Fue entonces cuando Juan de Navarra tomó una actitud arbitraria en el conflicto que acontecía.

El bloque real se trasladó a Olmedo, y dividió sus fuerzas en tres facciones: una dirigida por el rey y el príncipe de Asturias, otra por el condestable y el arzobispo de Toledo y la última por el conde de Haro. Mientras tanto, el rey de Navarra iba de un lado para otro intentando calmar los ánimos de los contendientes, pero esto pudo ser un gran fallo, ya que empezaba a realizar intrigas con ambos e intentaba sacar la mejor  parte para su beneficio. Según la crónica de Juan II, los infantes de Aragón se entrevistaron y llegaron a la conclusión de que Enrique formaría parte del bando rebelde, pero esto no se sabe con certeza.

Tras una serie de reuniones en Tudela, entre Juan de Navarra y ambos bandos, no se pudo llegar a un acuerdo, ya que sus opiniones y peticiones, sobre Álvaro de Luna, eran muy distintas. A principios de Mayo, el infante don Enrique se había unido oficialmente al bando de los sublevados. Tras varias maniobras de los sublevados contra el bando real, Juan de Navarra intentó mediar con su hermano (por ordenanza real), pero no obtuvo nada. El 26 de mayo, el infante y el almirante de Castilla desafiaron al condestable y al maestre de Alcántara.

Juan de Navarra, tras esto, trabajó para poder evitar el choque entre ambos bandos, ya que siempre fue hostil a toda acción belicosa que pudiese llegar a interferir en su política. Pero todo esto parecía imposible, ya que el bando sublevado empezaba a llamar a diferentes hombres a las armas. Sin embargo, antes de que sucediese un choque, se llegó a un acuerdo, como prefería Juan de Navarra.

La reunión se celebró en Tordesillas en junio,  y a ella acudieron: los reyes de Castilla y Navarra, el condestable, el conde de Castro, el infante don Enrique, el almirante de Castillas, el adelantado de León, el comendador  mayor de Castilla y el conde de Benavente. Pero no se pudo llegar a un acuerdo, siendo el mayor punto de conflicto la devolución de su patrimonio castellano a los infantes de Aragón.

Tras una serie de enfrentamientos, tanto bélicos, como en el plano político (entre el condestable y Juan de Navarra), se llegó a un acuerdo. Dicho acuerdo, que se firmó en Castroñudo o Villafranca ya que no se ponen de acuerdo las fuentes, apartaba al condestable de la corte durante seis meses, además de no inmiscuirse en los asuntos reales durante dicho tiempo, se disolverán los ejércitos de ambos bandos y se restituirá el patrimonio de los infantes de Aragón o se les indemnizará con una cantidad equivalente a dicho patrimonio.

Dicho acuerdo fue una solución temporal, ya que el rey Juan II no fue capaz de librarse del influjo del condestable, porque, pese a su destierro los consejos seguían llegándole. La otra consecuencia es que el pueblo castellano fue quien pagó  las consecuencias de estas disputas, por lo tanto, es posible que se creasen recelos contra los infantes de Aragón. Tras esto, Juan de Navarra y la Liga presentaron sus protestas al monarca, a las que hizo caso omiso, ya que seguía contando con el consejo de los fieles del condestable, en vez de con los de la Liga como esta exigía. Todo esto sorprendió  a Juan de Navarra, que vio como podía peligrar todo lo obtenido tras la última tregua, lo que provocó que el monarca se aproximase más a la Liga. En enero de 1440 firma un tratado con la reina María que le une al bando de su hermano y el resto de personalidades de la Liga vallisoletana. Querían apartar al rey, definitivamente, de las manos de don Álvaro.

La voluntad del rey no cedía ante la premisa de separación de los adeptos del condestable, lo que provocó que una hueste del monarca navarro se apoderase de Ávila poco antes de que cayera el alcázar y la ciudad de Segovia. En Madrigal, los embajadores del monarca castellano, recibieron una lista con los agravios de la Liga, en dicha lista se criticaba la actitud del monarca y sobre todo se enumeraba el mal gobierno del condestable y sus acciones en contra del bando rebelde. Además se le acusaba de homosexualidad. El texto acababa con el famoso párrafo “el dicho condestable tiene ligadas e atadas todas vuestras potencias corporales e animales por mágicas e deavolicas encantaciones”[4]. Por lo tanto, se pretendía que el rey recobrase la total libertad de acción o sino la guerra estaba casi asegurada.

Castilla en este momento se encontraba a favor de la Liga, así lo demuestra que muchas ciudades abrazaran al partido: Toledo, Segovia, Zamora, Salamanca, Valladolid, Ávila, Guadalajara, León, Palencia y Burgos. El 22 de marzo, el monarca aceptaba la expulsión, de los adeptos del monarca, de la corte. En abril se ratificó el acuerdo, y en mayo la corte entró en Valladolid, todo parecía que estaba zanjado, pero la incompatibilidad entre en condestable y la Liga era una realidad.

El príncipe de Asturias se casó con la princesa Blanca de Navarra el 15 de septiembre de 1440. El rey de Navarra encontró en el príncipe una gran pieza de apoyo en su lucha contra el condestable. Pero todo esta paz acontecida durante las celebraciones, por el enlace matrimonial, duraron poco, ya que el príncipe de Asturias quería obtener más poder del que tenía, a lo que hay que añadir ciertos problemas en la devolución de diversos territorios entre ambos bandos, tras lo acordado en Castroñudo hace ya bastante tiempo.  Hay que añadir que en 1440, se supone, que se realizó un conjura para asesinar el rey de Navarra y al Almirante de Castilla, el día de Navidad. La lucha que se avecinaba era inminente, por lo tanto, el bando de los infantes decidió golpear primero.

Iñigo López se hizo con Guadalajara a finales de 1440 o principios de 1441. En febrero, el infante don Enrique se hizo con la plaza de Toledo, conquista muy importante todo hay que decirlo. Todo esto fue aprovechado también por el monarca castellano, que abandonó las cortes de Valladolid y se dirigió a Ávila, y lo más importante, volvió a acatar órdenes del condestable, ya que en Ávila se reunieron con el rey los adeptos a Álvaro de Luna.

El bando del condestable envió un ultimátum a la Liga, o decidían guardar lo acordado hace tiempo o si no, esto supondría una ruptura y la guerra. Tras esto, el monarca marchó a Toledo para ordenar a su primo que abandonase dicho lugar, pero no obtuvo nada de este viaje y decidió volver a Ávila donde encontró la respuesta de la Liga; esta no aceptaba ningún trato de concordia, salvo que el condestable se marchase de Castilla. Además, a su vez,  se había renovado la alianza de la Liga en Arévalo, que vinculaba a la reina de Castilla, al rey de Navarra, al almirante de Castilla y al conde de Benavente. El príncipe de Asturias no figuraba entre los adeptos a la Liga pero mantenía contacto con dicho bando, aunque más como mediador.

Juan II de Castilla se opuso a negociar con el rey de Navarra, por lo que el intento de su hijo quedo totalmente fallido. Mientras tanto, la guerra comenzaba en la zona cercana al Tajo, allí el almirante de Castilla y el conde de Benavente fueron a atacar las posiciones del condestable y de arzobispo de Toledo. La suerte les sonrió en esta contienda, ya que Íñigo López de Mendoza se hizo con Alcalá de Henares y el infante don Enrique con Illescas, pero no pudieron desalojar de su inexpugnable fortaleza de Maqueda a don Álvaro de Luna, ni a don Juan de Luna del alcázar madrileño. En el norte, la Liga se hacía con diferentes plazas del condestable. Era ya 5 de Abril, y parecía la total ruptura de los hechos de Castilla.

Pero la Liga empezó a sufrir una serie de reverses, ya que el bando de condestable empezó a ganar diferentes batallas, como la de Torote o la de Arroyo. Esto provocó que de atacantes pasasen a ser atacados, y lo más importante, que el infante don Enrique pidiese ayuda a  su hermano para que acudiese en su auxilio con el bloque principal de fuerzas de la Liga, que se encontraba en Arévalo. Este marchó hacia la zona donde se producían los enfrentamientos, pero a su vez, el grueso de fuerzas del bando real partió desde Ávila el 12 de Mayo, y conquisto plazas importantes, para el rey de Navarra, como Medina del Campo o el Castillo de Mota y la villa de Olmedo. La lucha se trasladó entonces al Duero, el almirante de Castilla y los dos infantes de Aragón dejaron el asedio de la villa de Maqueda para trasladarse a Castilla la Vieja en busca de recuperar lo perdido, y de dirigir la acción contra la persona del rey de Castilla.

El príncipe de Asturias, la reina María y la reina de Portugal, doña Leonor, decidieron intervenir como intermediarios de ambos bandos. Mientras, en Santa María de las Dueñas se intentaba llegar a un punto que aceptasen ambos bandos, el rey de Navarra tenía otros planes, pretendía adueñarse de Medina, donde se encontraba el rey de Castilla y otras fuerzas del bando real, a base de dinero y contactos. Lo consiguió el 28 de junio, huyeron el maestre de Alcántara y el arzobispo de Toledo, pero el rey se quedó peleando, y como resultado, acabo en manos de la Liga, lo que suponía una gran victoria para el bando de los infantes y una posición inmejorable.

Durante dos años y medio, Juan de Navarra se convirtió en el árbitro de la política en Castilla, debido al asalto de Medina. Pudo dar al país la paz que necesitaba y realizar una política moderada en lo que a poder se refiere. Pero, en realidad, no supo resolver los problemas del reino, ni dar la paz, ni conseguir la política que en esos momentos tanto se necesitaba. Despreció lo popular, y siguió fiel a su política de aristocratismo feudalizante. Seguramente, se debió a esa personalidad que tantas veces le ha pasado malas jugadas, ya que debió de buscar la concordia con el rey de Castillas y llevarse a su bando, en su totalidad, a su yerno. Sin embargo, se dedicó a asegurar sus poderes con pactos, que seguían siendo mal vistos por muchos personajes de gran importancia en el reino, lo que mantuvo la llama de la guerra encendida. Esta frase expresa muy bien la política castellana de aquel tiempo “que Castilla mejor es para ganar de nuevo, que para conservar lo ganado; que muchas vezes los que ella fizo, ella mesma los desfaze[5]”.

Los intereses personales primaban en una época en que las alianzas se derrumbaban por fuertes que fuesen. Se puso al rey de Castilla en un régimen de libertad vigilada, ya que la figura del monarca pesaba en Castilla como institución mítica, y Juan de Navarra no podía permitirse el lujo de que una enfermedad se llevase al rey durante su estancia en una celda. El 9 de Julio el rey de Castilla dio su consentimiento a una sentencia, que representaba la ruina del bando del condestable. En ella se le alejaba de la corte y se le quitaban muchas de sus posesiones, además se configuraba un consejo real formado (cuatrimestralmente) por: tres grandes, dos prelados, dos caballeros y cuatro doctores, de los cuales dos eran permanentes y dos se renovaban cada semestre; entre otras cosas.

Según algunos autores, empezaron a surgir recelos entre los miembros de la Liga debido al trato del rey de Castilla con las diferentes personas; si es verdad que existieron, pronto se disiparon tras los acuerdos matrimoniales que unían indirectamente a varios de los miembros. El matrimonio más destacado es el de Juan de Navarra, con la hija del Almirante de Castilla, Juana Enríquez, ya que su mujer Blanca había muerto en Navarra en el mes de Abril.

Se convocarán las Cortes castellanas en el mes de octubre, celebrándose en enero de 1142. En dichas cortes se mostró el buen interés de los distintos integrantes de la Liga, destacando el espíritu parlamentario y el papel creciente de la burguesía urbana si es que se puede denominar así. Aun así, la situación en Toro fue algo inestable, ya que las cortes se trasladaron a Tordesillas en marzo y a Valladolid en abril.

En 1142, a finales, la corte junto con el rey de Castilla y el de Navarra, se dirigieron a la zona de Toledo, para acabar con unos altercados sucedidos en Talavera. Esto propicio que don Álvaro de Luna pudiese empezar a intrigar a placer, ya que se encontró con el rey de Castilla, que incluso fue el padrino de la hija del condestable, y con el rey de Navarra. Juan de Aragón, además, obtuvo la dignidad de maestre de Calatrava para su hijo bastardo Alfonso. Tras todo esto, muchos representantes de la Liga y del condestable se reunieron alrededor de la persona del príncipe de Asturias. Se cree que pudo haber oscuras intenciones por parte del heredero, aunque no se sabe con certeza si es cierto, y si fuese así, se desconoce si esos recelos eran contra el condestable o el rey de Navarra.

Tras esto, sucedía uno de los hechos más importantes de la vida de Juan de Navarra. El 9 de julio, estando el monarca de castilla en Rámaga, le pidió don Juan de Aragón, que convocase el consejo para que se celebrase el cambio previsto por el acuerdo de Medina. Se convocó dicho consejo y en él, el bando de la Liga,  consiguió convencer al príncipe de Asturias de que el condestable planeaba un golpe para arrestar a sus adversarios, entre los que figuraba el propio príncipe. Es posible que se le exhibieran pruebas falsas, ya que esto era costumbre en la política de la época. Al final, el joven príncipe aceptó el plan de la Liga.

Posteriormente se llamó a los consejeros reales y se arrestó a Pérez de Vivero y a Ferrán Yáñez, como consecución de dicho plan. La segunda parte se realizó de peor manera, ya que  don Enrique de Castilla y don Juan de Aragón junto con otros grandes se trasladaron a la residencia real para detener al doncel Juan Manuel Delando y al camarero Pedro Lujan. Todo esto molestó mucho al monarca castellano, que acabó como prisionero de la Liga de nuevo.

Sorprende en gran manera los actos llevados por Juan de Navarra, que no corresponden a la actitud precavida que siempre llevó en política. Es muy posible que don Álvaro de Luna intentara llevar a cabo un golpe contra su persona, pero esto es solo es una conjetura, ya que también pudo sentir recelo ante la actitud afectiva que mostraba el monarca castellano con Álvaro de Luna.

El 10 de julio, mientras la corte se trasladaba de Rámaga a Madrigal, el obispo de Ávila, Lope de Barrientos, convenció al príncipe de Asturias de que no era cierto todo lo que se le había dicho. Todo esto apunta a que el obispo formaba parte de los aliados de Álvaro de Luna.

Ese mismo día se acordó que el príncipe se entrevistaría con el condestable en Segovia y que el obispo sería mediador en dicha negociación. Pero antes de partir, el príncipe firmó un acuerdo con su suegro, por el cual se comprometía a luchar  para conseguir la destrucción del condestable. Comenzó entonces un juego, que practicaron la mayoría de los nobles castellanos antes de situarse en su definitivo bando.

Juan de Navarra se retiró a Tordesillas, confiado en sus posibilidades, sobre todo contando con el rey como rehén y con el apoyo del almirante de Castilla y del conde de Benavente, además del rechazo a la guerra que destaca en la política del aragonés. En Tordesillas, Juan de Navarra invitó a su yerno a corroborar lo pactado  anteriormente, dándole largas el príncipe al decirle que lo firmaría cuando se reuniesen todos los nobles, partidarios, en Arévalo. El príncipe se había decantado, claramente, por el bando del condestable, seguramente para asegurar la libertad de su padre, acabar con el influjo de los aragoneses en la política castellana y para recibir villa y plazas fuertes que siempre se le habían prometido y que nunca llego a recibir.

Continuó dando largas a la firma del acuerdo, negándose a ir a Olmedo, donde estaba el rey de Navarra o quejándose de distintas clausulas del tratado, todo ello para ganar tiempo para el condestable. En marzo de 1444 las acciones del príncipe de Asturias habían quebrantando el homogéneo bloque de la Liga, ya que habían abandonado dicho bando personajes como: el arzobispo Gutierre de Toledo o don Iñigo López de Mendoza.

Dispuesto todo esto, don Enrique de Castilla pasó a Ávila, con la intención de proclamar su intención de atacar al bando del rey de Navarra. Esta noticia llegó a Tordesillas, decidió entonces Juan enviar a Álvar García de Santa María para que negociase con el príncipe lo acordado en Santa María de Nieva, pero dicha misión fracasó, por lo tanto, la guerra se avecinaba.

El 29 de marzo el príncipe de Asturias escribe un manifiesto para alentar a la guerra a las zonas fronterizas con Navarra. Tras esto, el grueso de las fuerzas, de los partidarios reales, se concentrará en Burgos a principios de junio. Juan de Navarra también ordenó que sus fuerzas partiesen hacia Burgos y que el rey de Castilla fuese puesto en la fortaleza de Portillo en vigilancia del conde de Castro. Pero la intención de Juan era la de llegar a un acuerdo, no quería llegar a las manos, otra vez le faltaba decisión como tantas otras veces. Pero no se pudo llegar a ningún acuerdo, debido sobre todo al espíritu combativo de su yerno, lo que agotó la paciencia de Juan de Navarra.

Se marchó de Pampliega, rumbo a la fortaleza de Palencia, debido a la mala noticia acaecida… Juan II había huido de la fortaleza de Portillo, gracias a la ayuda de su esposa la reina María, que era una incondicional del bando de la Liga, su cambio de orientación pudo deberse a la vacilaciones que eran llevadas a cabo últimamente por el monarca Navarro que carecía impulsividad.

Conociendo la situación difícil en la que se encontraba, decidió el monarca retirarse a la frontera Navarra pero sin cruzarla, ya que decretó separar sus fuerzas para no precipitar todo en una sola batalla, y así, cada uno defender sus propios bienes. Juan, además, esperaba la intervención de su hermano Alfonso el Magnánimo, pero mientras tanto, el bando real se hacía con importantes plazas como Olmedo, Medina del Campo, Roa y Peñafiel.

Tras la intervención del rey de Aragón, se llegó a un acuerdo en septiembre, en el cual se daba una tregua de cinco meses, pero los bienes de los infantes de Aragón seguían confiscados, ya que cuando llegó el monarca aragonés dicho patrimonio había sido ya embargado, además, no se devolvía Cuellar. Por lo tanto, dicha tregua era totalmente perjudicial para don Juan de Navarra.

Decidió entonces Juan de Navarra recuperar por las armas lo que ya no podía conseguir por vía diplomática. Consiguió en Navarra dinero para poder sufragar los gastos de la contienda, mediante las cortes celebradas en Olite en diciembre de ese mismo año. Además contaba con las huestes de su hermano Enrique, pero Juan no quería jugarse todas sus opciones a una solo carta, para nada quería enfrentarse al grueso de las tropas reales en una batalla definitiva, por lo tanto, debía contar con la ayuda de su herma no Alfonso para poder salir victorioso, pero este, la verdad, no aporto nada, salvo palabrería.

En febrero de 1445, tras haber caducado ya la tregua, invadió Juan de Navarra el reino por la cuenca del Henares. Lanzó un ataque rápido que le valió la conquista de Alcalá la Vieja, Alcalá de Henares Torija y Santorcaz. Cuando se enteró de esto, el monarca, abandonó Medina del Campo y se dirigió a las tierras del Tajo. Una vez allí se entero de la fatal noticia, su mujer María y la Reina Leonor de Portugal habían fallecido.

Las tropas reales recuperaron Alcalá de Henares, y querían impedir que las tropas de ambos infantes se reuniesen, pero no pudieron evitarlo ya que se encontraron en el campamento de Santocarz. Desde este momento, don Enrique de Aragón tomo el mando en la contienda. El 24 de marzo, los dos hermanos llegaron a Olmedo, donde se encontraron con el almirante de Castilla, el conde de Benavente y otros partidarios. Don Juan seguía empecinado en intentar arreglar las cosas por la vía diplomática, por lo que volvió a abrir negociaciones con el rey castellano. Exigía lo mismo que en Castronuño, pero en abril de 1445 todo era distinto, el arreglo, en aquel momento, quedaba en manos de las armas y en sus respectivos jefes: el condestable y don Enrique de Aragón.

Se libró el 19 de mayo de 1445 la batalla definitiva en Olmedo, dicha contienda se decantó del bando realista, sobre todo, a raíz de la herida sufrida por don Enrique tras un lanzazo, lo que dejaba a la Liga sin su mejor general. Después de esto, y presos algunos de sus capitanes como el almirante de Castilla y su hermano, además del conde de Castro; decidieron ambos hermanos replegarse a la fortaleza de  Olmedo, partiendo el día siguiente a Aragón. Tras esto, la aventura Castellana había muerto

4.2 Guerra Civil en Navarra y el final de don Álvaro de Luna

Tras salir derrotado de Olmedo, crecía una vez más el cumulo de mala suerte que acompañó a Juan II durante muchos momentos de su vida, en unas hora había perdido el fruto de tantos años de acción en Castilla y para peor suerte, su hermano, don Enrique, murió el 15 de julio debido a la herida recibida en Olmedo. Además, había que añadir las muertes acaecidas, meses antes, de sus dos hermanas, lo que suponía la desaparición casi total del brillante clan familiar.

En junio o julio de ese año, Juan de Navarra envió a varios emisarios a Nápoles, para pedir consejo a su hermano, mientras tanto en Castilla, los vencedores se repartían el patrimonio de muchos de los vencidos. Juan estaba lleno de dudas, no sabía ni que hacer en esta situación, incluso su matrimonio con Juana Enríquez peligraba ya que estaba como rehén del conde de Benavente. Su hermano le pidió prudencia en sus actos, y le ratifico como lugarteniente de Valencia y Aragón y de Barcelona y Mallorca en caso de guerra con Castilla.

En 1446 la discordia seguía en Castilla, se habían formado dos bandos, uno entorno al condestable y otro al príncipe de Asturias, lo que demuestra que Juan no era el único que promovía enfrentamientos en Castilla como muchos historiadores intentan achacarle. El 14 de mayo de 1446 se llegó a un acuerdo entre Juan II y el príncipe de Asturias, por lo que el posible choque se esfumó.  Dicho acuerdo era un largo documento paralelo a la sentencia de Medina del Campo de 1441. Una vez devuelta la concordia, las tropas  castellanas intentaron dar el asalto a las últimas villas pertenecientes a los aragoneses, pero se resistieron dichos asaltos, lo que propició un acuerdo entre ambas partes. Dicha tregua duraba tres meses, además se confiaba las villas al monarca castellano, se dejaban las fortalezas de Atienza y Torija en manos de la reina de Aragón y se devolvía al rey de Navarra a su prometida, todo esto sucedía en agosto.

Tras esto, empezaron a surgir diferentes intrigas en la corte castellana, como era normal en la política de dicha zona desde hacía un tiempo. El almirante basculó hacia el condestable después de obtener una buena “bolsa”, mientras Juan de Navarra intentaba que su hermano fuese a la península para asestar el golpe a Castilla, pero este tenía sus propios intereses en la Península Itálica y volvió a darle largas, además de los mismos consejos. Malos tiempos se cernían alrededor de Juan.

4.2.1 Matrimonio con Juana Enríquez.

Después de tanto tiempo, se pudo llevar a cabo el segundo matrimonio de Juan de Navarra, matrimonio que parecía abocado a no celebrarse después de tantos problemas, ya que tuvieron que pedir permiso al papado debido a lazos sanguíneos de cuarta generación, se pospuso por los enfrentamientos en Castilla y al final fue rehén Juana tras dichos enfrentamientos. Celebrase el enlace entre el 7 de julio y el 3 de agosto de 1447, pero más que celebrarse en ambiente de festividad, se celebro en un ambiente de tensión, ya que muchas disputas seguían en el aire, además este matrimonio traerá problemas al monarca como se verá más adelante.

Empezaron una serie de enfrentamientos en la frontera castellana, acaudillados por Juan de Navarra, lo que propició que las tropas reales castellanas se preparasen para intervenir en el país vecino (Aragón), pero la sangre no llegó al río, por ahora, y se consiguió evitar una guerra entre ambos. Tras un acuerdo con Castilla, Aragón decidió reforzar las defensas en la frontera y después pasaron al contraataque. El 21 de enero de 1448, los navarros se adueñaron de la villa de Santa Cruz de Campezo, además, en Castilla Rodrigo Manrique empezó a acaudillar sus huestes debido a su descontento por no haber sido nombrado Maestre de Santiago. Pero pronto llegó a un acuerdo el condestable con sus enemigos, seguramente porque quería tomar aire, ya que tenía enemigos tanto en el exterior como en el interior, y necesitaba recuperar fuerzas para acabar con estos últimos. El 3 de marzo de 1448 se firmó la tregua que finalizaría cinco meses después y quedando comprendidas, en dicha tregua, las guarniciones de Atienza, Torija, Peña de Alcázar y Verdejo. El condestable, tras esto, realizó tratos con el marqués de Villena para repartirse el gobierno de Castilla, se formo entonces una especie de duunvirato. El 11 de mayo de 1448 en Záfraga, reunidos la mayoría de los magnates de Castilla, fueron detenidos los condes de Benavente y Alba,  seguramente por  tratar con Juan de Navarra. Se empezaba a generar un ambiente de descontento general alrededor de la persona del condestable, sobre todo por su actitud tiránica, poco a poco se empezaba a fraguar su final…

Muchos grandes de Castilla se dirigieron a Aragón a pedir a ayuda a nuestro personaje, debido al descontento general que había ante las últimas acciones del condestable y su actitud en general. Se acordó entonces formar una nueva Liga cuya cabeza sería Alfonso el Magnánimo. Se pusieron en contacto con dicho monarca que se encontraba en Toscana, y autorizo este que su hermano podía llevar a cabo una ofensiva general y diplomática en Castilla. Pero primero, se debía obtener una alianza con Portugal, además se buscaba la fragmentación del Reino castellano, ya que se ofrecían Murcia y Cuenca para pasar a estar bajo protección de la Corona aragonesa.

Por lo tanto, ante tal panorama no se renovó la paz que expiraba en septiembre de 1448. Tras esto, empezaron a sucederse varias escaramuzas en la frontera castellano-aragonesa. Las victorias se decantaron al bando aragonés debido a la inestabilidad política que había en Castilla (distensiones entre el condestable y el príncipe de Asturias). Dicha distensión se hizo más palpable cuando el príncipe libero de su cautiverio al conde de Benavente, el 18 de diciembre, huyendo este rápidamente a Portugal. Fue entonces cuando el príncipe basculó hacia el bando aragonés  proponiendo a Juan de Navarra la creación de una Liga contra el condestable y prometiendo la adhesión de Murcia al la Corona aragonesa.

Decidió entonces atacar Cuenca, para hacerse con ese territorio y asegurar así un ataque posterior a la zona de Murcia. Pero no pudo hacerse con el territorio castellano lo que frustró sus planes en el sur, además Toledo se había levantado en armas en enero de 1449, por lo que podía haber ayudado a la ciudad si hubiese tenido éxito en dicho acción sobre Cuenca. Se centró entonces el monarca en Navarra, a la que quiso convertir entonces en su centro ofensivo contra Castilla, pero se topó con la figura de su hijo, aunque esto lo explicaré más adelante.

Se intentó formar entonces una coalición para acabar definitivamente con el condestable, pero debido a la precariedad del proyecto y a la negación de las Cortes de Zaragoza a Juan de Navarra, dicho proyecto acabo en nada. Ante este panorama y la llegada del invierno, el príncipe de Asturias firmó una tregua con su padre y el condestable.

Se dirigió entonces Juan a Navarra, era uno de enero de 1450, y comenzaba para él una lucha que no iba a dejar indiferente a nadie.

4.2.2 Primera Lucha de Juan con su hijo el Príncipe de Viana.

Juan pospuso las sesiones de las Cortes aragonesas para abril de 1450 y viajó a Navarra debido a las distensiones que se empezaban a fraguar en dicho lugar. Navarra era una tierra difícil de llevar, arraigada en sus tradiciones y con dos grupos, claramente diferenciados, que pujaban por el poder. Dichos grupos estaban integrados por la gente de la Montaña y por la gente del Llano.

La gente de la montaña dedicada al pastoreo tenía una mentalidad tradicional, eran los cristianos más viejos que habían aguantado los envites de los musulmanes tiempo atrás; eran los cristianos viejos, los fundadores y por lo tanto, según ellos, tenían derecho a dominar sobre los llanos.  El Llano por el contrario, era la gente más rica del país, dedicada a la rica agricultura, exhibían sus riquezas y su cultura, influida por Aragón y Castilla. La política de Carlos el Noble, a principios de siglo, había conseguido acabar con las diferencias de ambos grupos, pero surgió el poderío de las casas de Beaumont y Agramont. Beaumonteses y agramonteses, por intereses y situación geográfica, respondían a la perfección a los dos grupos navarros explicados anteriormente. Las diferencias entre ambos grupos hallaron ocasión de desplegarse con motivo de las diferencias que se dieron entre Juan de Navarra y el príncipe de Viana, tras la muerte de la reina Blanca.

Desde 1440, Carlos había sido designado Príncipe de Viana, primogénito, heredero y gobernador general de Navarra, duque de Gandía. En 1441 muere su madre, Blanca, y según la tradición Navarra, y como bien muestra su titulo en aquel momento, él  era el heredero del reino. Ya había sucedido dos veces en la historia de Navarra, que la reina se casase con un extranjero y tras su muerte pasase a ser rey su hijo, siendo indemnizado  el marido. Sucedió, por ejemplo,  en tiempos de Juana de Champaña. Pero en el testamento de doña blanca existía un párrafo al que se apegaba Juan de Navarra “Y aunque dicho el  príncipe, nuestro muy caro y muy amado hijo, pueda, después de nuestra muerte, por causa de herencia y derecho reconocido, intitularse rey de Navarra y duque de Nemours, no obstante, por guardar el honor debido al señor rey su padre, le rogamos, con la mayor ternura que podemos, de no querer tomar esos títulos sin el consentimiento y la bendición del dicho señor padre[6]”.  Don Juan quiso continuar su reinado, sobre todo ante la derrota de Olmedo que le dejaba sin aspiraciones al gobierno castellano. Le quitaba a su hijo lo que le pertenecía ya que las leyes Navarras era muy claras al respecto, y ese párrafo carecía de poder. Otorgó eso sí, a su hijo Carlos, amplios poderes para el gobierno y la dirección del país. De hecho, desde 1441, el príncipe de Viana fue el verdadero señor de Navarra, aunque muchas resoluciones tuvieran que ir avaladas por su padre.

Un nuevo elemento de discordia se interpuso entre padre e hijo, fue el segundo matrimonio de Juan lo que llevó a muchos, a considerar, a Juan destituido de la herencia de doña Blanca. Hay que añadir, a todo este conflicto, las rencillas partidistas de Navarra, si bien, al principio de su gobierno el príncipe de Viana no dejo llevarse por ningún bando. Pero pronto se decantó por el bando de su principal consejero, el gran prior de San Juan de Jerusalén, Juan de Beaumont. Pronto, Carlos, empezó a conceder diferentes privilegios a dicha familia. Fue entonces cuando los agramonteses posaron su mirada en Juan de Navarra, siendo Pierres de Peralta, jefe de lanzas navarras, quien combatió en Olmedo con Juan, el que acometería dicha misión. De este modo las piezas empezaban a cobrar forma en el tablero de juego navarro.

El conflicto empezó a cobrar, aún más forma, cuando don Juan volvió a Navarra en 1450 y empezó a usar su autoridad real. Estaba dispuesto a colocar a gente de su confianza en los principales puestos de gobierno del país. Los grandes perjudicados, de esa política, fueron los beaumonteses, que fueron despojados de sus bienes y el prior, de Corella, que le había entregado el príncipe. Mientras, los afines al rey, recibían sus beneficios, entre ellos Pierres de Peralta.

Se ausento el rey del país, para acudir a Zaragoza a las Cortes, momento que aprovecho Juan II y el condestable para afincar sus tropas en la frontera mientras el príncipe de Viana abandonaba el país junto con otros señores afines a él. Es muy posible que hubiese habido negociaciones entre ambos bandos, pero no se tienen pruebas de ello. Aunque los choques militares no fueron de gran envergadura, la actitud de los beaumonteses favoreció a sus rivales. Tras esto, Juan de Navarra invitó a su hijo a la reconciliación que fue aceptada, era mayo de 1451. En agosto, las tropas castellanas de movilizaron, lanzando una ofensiva en tierras navarras. Marchó entonces Juan a Zaragoza para buscar refuerzos, quedando en el campo el príncipe de Viana, el cual negoció con los invasores, consiguió que el rey Juan II retirase sus huestes, pero, en realidad, realizó un tratado de alianza dirigido contra don Juan de Navarra. Todo lo que  sucedió durante este año era fruto de la astucia del condestable y el joven príncipe cayó en sus redes. Dicho tratado fue firmado con posterioridad a los actos, en diciembre de 1451.

Cuando su padre se enteró de dichas negociaciones enfureció, su hijo estaba dialogando con sus máximos enemigos, aquellos que le habían privado de todo en Castilla. Debido a esa ira, decidió nombrar a su mujer, Juana, gobernadora de Navarra, preparándose a su vez para la guerra que se avecinaba. En Aybar se enfrentaron las huestes de ambos bandos, hubo tentativas de negociación pero pronto se irían, debido a los partidos que se habían volcados con ambos bandos. El bando del rey, venció a los beaumonteses en octubre de 1451 quedando el príncipe de Viana y el conde de Lerín como prisioneros. A pesar de todo esto, los beaumonteses siguieron luchando, con más fuerza que antes. Uno y otro bando se reforzaba, los beaumonteses contaban con los partidarios de las montañas y algunos reductos de los llanos; mientras que Juan contaba con la mayoría del llano y algunos valles, lo que le permitió ponerse en contacto con su yerno Gastón IV de Foix, lugarteniente general del rey de Francia en Gascuña y Guyena.  Mientras tanto,  las banderías locales junto con las grandes contingencias políticas hallaban puerta abierta para devastar el país. A su vez, Carlos negociaba con su padre desde su cautiverio, el 24 de mayo de 1453 se estipulaban las condiciones de paz para Navarra, restituyéndose las pérdidas de la guerra para ambos, distribuyéndose equitativamente las rentas de Navarra, amnistía para los partidarios de don Carlos, pero quedando algunos como rehenes para asegurar la paz.

Pero la guerra tuvo sus consecuencias para el resto de reinos peninsulares, ya que muchas partidas de Navarra atacaban tanto la frontera de Castilla como la de Aragón. A su vez, el condestable intentaba vengar el cautiverio del príncipe de Viana. En el transcurso del año 1452 las huestes castellanas se hicieron con varias plazas como Villarroya y Villaluenga, seguidas de varios ataques de los beaumonteses a Aragón, apoyados por tropas del monarca castellano desde La Rioja. En esos momentos, Juan de Navarra vio como peligraba su autoridad. En medio de todo esta locura y cuando parecía que todo se decantaría en una batalla final, se produjo la caída de don Álvaro de Luna de manera estrepitosa, su poder era muy inestable por aquel entonces, y muchos deseaban su cabeza en bandeja de plata, como se suele decir. Él conocía el mal momento en que se encontraba, por lo que intento llevarse al rey de Aragón a su terreno, a su vez, el príncipe de Asturias hacía lo propio. Se produjo entonces un intercambio de ofertas de ambos hacia el monarca aragonés, pero este desconfiaba de la palabra de los nobles castellanos.

Al final no hizo falta que se decantase por algún bando, ya que el propio condestable se busco la ruina. Cometió el asesinato de Alonso Pérez de Vivero, lo que provocó la ira del monarca castellano que decidió eliminar a su valido[7]. El 5 de julio de 1453 sería degollado el condestable, y seguramente don Juan de Navarra respiró un poco más tranquilo, aunque su sueño castellano estaba ya totalmente muerto.

Pronto le llovieron las ofertas castellanas a Juan de Navarra, ante la crisis política en la que se cernía Castilla, pero él se limito a acabar con las hostilidades en las fronteras y a pedir consejo a su hermano ante tal situación. Este abogaba por la concordia, para intentar recuperar los bienes del partido aragonés o bien la equivalencia en tierras y vasallos. Además le indico que no pasara a Castilla hasta que se restituyese dicho patrimonio. Pero la realidad era otra, el ambiente de tensión era muy grande y el rey de Castilla no procesaba mucho afecto ante su primo el rey de Navarra. Hay que añadir que el príncipe de Asturias espoleaba al príncipe de Viana a revelarse contra su padre, ya que al igual que el rey castellano, había crecido en él un gran odio contra el monarca. El 9 de septiembre se dio en Ágreda una tregua por cuatro meses entre Castilla y Aragón por lo que los enfrentamientos se trasladaban a territorio navarro como se esperaba.

Carlos, príncipe de Viana, en los últimos meses había hecho grandes alardes de soberanía, que vulneraban la concordia de Zaragoza. Esta vez no se le podía reprochar nada a don Juan, había sido su hijo quien había roto la concordia, además el susodicho intento hacerse con la corona junto con el apoyo de su hermana. Desde octubre, los beaumonteses pusieron sitio a Montreal. Juan estaba cansado de la actitud de su hijo que además, no le devolvía los castillos de Pamplona y Olite, la Raga y Endavia.

Ante este panorama, sería la reina María de Aragón quien fuese la intermediaria de dicho conflicto. Juan de quería dirigir con sus huestes a cobrar venganza de Montreal, cuando la reina la menciono el acuerdo inminente entre Castilla y Aragón. Esto ponía contra las cuerdas a Juan de Navarra por lo que desistió en dicho ataque. Se firmó dicho acuerdo el 7 de Diciembre, donde se admitieron las paces perpetuas de 1436 y un sobreseimiento de la guerra entre padre e hijo durante un año, además  las conquistas de los castellano y aragoneses en Navarra pasarían a la reina María de Aragón, además Juan liberaría a los rehenes de su hijo y las posesiones que este último no había devuelto quedaban también en manos de doña María. El año de 1454 fue tranquilo, pero la concordia entre padre e hijo no llegó, y eso que Alfonso el Magnánimo abogaba por un entendimiento entre ambos.

Por la cabeza de don Juan solo rondaban las dos traiciones de su hijo. Aislado de sus apoyos, y Juan acabó por renunciar a su herencia castellana, debido al acuerdo entre los reinos de Aragón y Castilla, a cambio de una subvención anual, además, su hijo bastardo debía renunciar al maestrazgo de la Orden de Calatrava, aún se estipuló una humillación más para el orgulloso monarca navarro, ya que no podría entrar en Castilla sin el consentimiento del rey. Todo esto se firmó en Ágreda el 8 de septiembre de 1454 y en Almazán el 2 de octubre. Juan ratificó dicho acuerdo en 1455 en  Zaragoza. Por lo tanto, se daba ya el acuerdo definitivo entre todas las partes.

El 22 de Julio había muerto Juan II de Castilla, sucediéndole su hijo Enrique en el gobierno del reino. Este, intento resolver el conflicto entre Juan de Navarra y su hijo, amenazando incluso con atacar los reductos rebeldes a la autoridad del soberano. Se firmó la paz en Borja el 3 de Diciembre de 1454 una tregua de un año entre ambos, además el pacto añadía que se celebrarían reuniones para aclarar la discordia sobre la soberanía del reino.

Las negociaciones iniciadas el 13 de enero no fueron a buen puerto, el partido beamontés estaba impaciente, y decidió pasar al ataque. Asalto San Juan de Pie de Puerto el 27 de marzo, para más tarde celebrar una batalla entre agramonteses y beaumonteses en Torralba. Harto Juan de Navarra de todo, decidió acabar con esto, mando llamar a los condes de Foix a Barcelona. Se celebró en dicho lugar el 3 de diciembre de 1455 un acto por el cual Juan, desheredaba a su hijo Carlos y a su hija Blanca de los bienes maternos, y ponía como heredera a la esposa del conde. El no tenía dicho poder para privar a sus hijos de la herencia materna, pero aún así lo hizo. Todo este asunto ha provocado la crítica de muchos historiadores sobre este acto, al que califican de infame.

Los beaumonteses intentaron luchar contra todo esto, pero los agramonteses también lo hicieron con la ayuda de fuerzas del conde de Foix. Ante tales augurios, Carlos de Viana marcho a Nápoles para pedir auxilio a su tío, en mayo de 1456. Los beaumonteses siguieron luchando aún así, de hecho, proclamaron rey de Navarra a Carlos el 17 de marzo de 1457, pero era una causa perdida ya que el verdadero monarca renovó las confederaciones con Castilla, el 20 de mayo, además de varias negociaciones matrimoniales vinculantes. Carlos había perdido la guerra.

  1. 5.      Lugartenencia Catalana y muerte de Alfonso V

Alfonso el Magnánimo y Juan de Navarra siempre han mostrado ciertas discrepancias entorno a sus actuaciones políticas, la última de ellas había sucedido en el caso del príncipe de Viana,  también sucedieron en la política llevada a cabo por Juan como lugarteniente de Cataluña, lugar que ostentaba desde el 31 de mayo de 1454. Pero antes me gustaría explicar la complicada situación política que acontecía en Cataluña cuando Juan ocupo dicho lugar.

Las ciudades en Cataluña, en el siglo XV,  se dividen en dos grupos antagónicos: el de la biga,  del que forman parte los oligarcas y sus clientes y el de la busca, partido de los más humildes, sobre todo de los artesanos. Barcelona es el principal ejemplo de esta pugna llevada por ambos grupos.

Juan llegó al gobierno tras el fracaso de las lugartenencias de la reina doña María y de Galcerán de Requenses. El obispo de Elna, Joan Margarit, dio un discurso ante las Cortes catalanas reunidas en 1454, en dicho discurso elogio las virtudes del Principado, alegando que ninguna otra nación podría haber sido gobernada por una mujer de manera pacífica durante veintitrés años, pero lo cierto es que la reina dejo al Principado lleno de tensiones listas para estallar. Existía un gran problema con la emancipación remensa[8], que fue llevado en 1448 con la formación de sindicatos, autorizados por el monarca, pero se formo un frente único señorial en 1449 que se negaba a aceptar las peticiones de los remensas. La lugarteniente María intento poner concordia, por ello decreto en 1450 que la Corte, como tribunal de justicia, sería donde los señores podrían defenderse de los requerimientos de los remensas, pero se negaron.

Entonces llegaría Juan de Navarra, quien en 1455 suspendió la prestación de malos usos y servidumbres, hasta que lo señores acabasen con su terquedad al negarse a responder a la citación de la reina, además daba a los remensas la libertad que reclamaban en sus peticiones. No se sabe bien si esto fue obra del propio Juan o cumplió órdenes de su propio hermano. Lo que queda claro es que Juan, a ojos de los aristócratas, apareció como un adversario de sus intereses. El 14 de Enero de 1458 se promulgaba en Cataluña el texto de Alfonso, que revalidaba la Sentencia de 1455.

La alta burguesía también tuvo sus choques con el lugarteniente, ya que prestó apoyo a los elementos de la Busca, en su lucha de obtener participación en el gobierno de la ciudad de Barcelona. Legitimó la reforma introducida en el municipio de Barcelona, mediante una provisión que permitía la participación de la Busca en el gobierno. Esto sucedía en noviembre de 1455 y era la culminación de la reforma que intento llevar a cabo Requenses.

Juan se inclinó por las medidas llevadas a cabo por la Busca, como la prohibición de introducir tejidos extranjeros de lana en Cataluña, así como vestidos de ese género. La alta burguesía catalana pronto se dio cuenta que tenían un adversario en la persona de Juan.

Juan había practicado una política en contra de las oligarquías. También lo demostró en Gerona, donde implantó en marzo de 1457 el sistema insaculatorio, para acabar con las banderías que acosaban a la ciudad. Existía una cierta discrepancia en Cataluña ante la política de Juan, y eso fue palpable en las Cortes de 1454-1458, en la que muchos requerían la figura del monarca lo que dejo entrever las limitadas facultades que tenía Juan en algunos asuntos.

El 15 de julio de 1458, mientras se encontraba en Tudela, recibió la noticia de la muerte de su hermano. Le había llegado su hora a los sesenta años de edad, y habiendo perdido parte de ese ímpetu que le caracterizo en su juventud. Ahora era Juan II de Aragón.

5.1  Situación en el Mediterráneo.

Juan se encontró con que su hermano había creado un reino que se expandía por el Mediterráneo, se había convertido en una potencia mercantil, ya que los comerciantes catalanes encontraron en la política, pro-itálica del monarca, un medio para extender su influencia política y comercial. A veces, incluso le falto el apoyo de los catalanes para poder llevar a cabo sus empresas mediterráneas, en el plano bélico, que requerían bastantes recursos. Toda esta expansión fue posible gracias a la flota catalana, ya que la flota real aragonesa y la marina mercante catalana, fueron capaces de hacer frente a la flota genovesoprovenzal, la primera, y de nutrir con sus ininterrumpidos recursos a la reinos de la Corona, la segunda. Lo que denotaba la hegemonía que empezaba a cobrar la Corona en el Mediterráneo occidental.

Tras la guerra por la sucesión en el ducado de Milán (1450-1454) las potencias itálicas decidieron formar la Liga Itálica o Santissima Lega.  Esta se creó para acabar con las distintas crisis acaecidas en el territorio y dar a la península una época de paz. El peligro turco, que en 1453 se había hecho con Constantinopla, fue una de las cosas que aceleró el curso de creación de dicha liga. Además se intentaba alejar a Francia de las miras que siempre tuvo puestas en la península, sobre todo por la amistad que tenía con Génova y Florencia. Pero el Magnánimo no quiso aceptar todas las clausulas de la Liga ya que tenía ciertas pretensiones de hacerse con varias fortalezas de la Toscana,  lo que provocaría que poco a poco se viese aislado en Italia. Florencia rechazaría las clausulas de su pacto, y Génova acabaría en los brazos de Francia como protectorado. Además, despertó ciertos recelos en el duque de Milán y en el papa Calixto III Borja. Por lo tanto Juan se encontraría un poco desamparado en el Occidente  Mediterráneo.

Si fue buena la relación del monarca con Borgoña e Inglaterra, por lo que el camino andaba algo más despejado para la crisis Mediterránea que tendría que afrontar Juan II.

5.2  Diplomacia y política.

Lo primero que intentó buscar, Juan II, fue paz en la península Itálica con los distintos príncipes, para así poder centrarse en los distintos designios que quería llevar a cabo tanto en la Meseta como en los Pirineos, cosa que aún le perseguía.

Pero no siempre es posible lo que se quiere, aunque Juan hubiese renunciado a toda complicación en el Mediterráneo de buena gana, existían dos focos que no podía obviar: la sucesión en Nápoles; y la república de Génova que estaba sometida a Francia, principal enemigo de los aragoneses por la primacía en el Mediterráneo desde hace dos siglos. Su sobrino Ferrante I, hijo bastardo de Alfonso, tenía serias dificultades para ser aceptado en Nápoles como sucesor. Dichas dificultades no las promovió Juan II como han pretendido achacar en ciertas ocasiones algunos historiadores. El día que conoció Juan el testamento de su hermano, de hecho, envió una carta al papa Calixto III donde le invitaba a aceptar la herencia napolitana en la persona de Ferrante I y a que no dejase entrometerse a gente ajena a la Casa de Aragón.

El papado no opuso resistencia ante la sucesión de Ferrante I, los que si llevaron a cabo tal resistencia fueron los grandes aristócratas del sur de Nápoles. Dicho grupo, mientras se encontraba el monarca en el lecho de muerte, comenzaron a intrigar, eligieron a Carlos de Viana como baluarte, pero este no acepto. Tuvieron que aceptar el resultado de la asamblea de Capua, celebrada en julio de 1458, en la que fue jurado Ferrante I por parte de la aristocracia y de la burguesía del país. Este grupo integrado por: Juan Antonio Orsini, príncipe de Tarento, el más importante feudatario del país; el duque de Atri, el duque de Sessa y príncipe de Rosano y Antonio de Centeglia, siendo este último un noble de origen catalán, que guardaba un odio inextinguible a la Casa de Aragón.

Antonio de Centeglia, promovió el levantamiento de Calabria contra la autoridad de Ferrante I. El apoyo de Calixto III faltó a los sublevados ya que este Papa murió el 6 de agosto de 1458 y su sucesor Pío II fue muy favorable a Ferrante I. Dirigiese entonces este grupo a Juan II y ofrecieron le la corona de Nápoles, pero este no estaba por la labor. Mando poner la flota de Bernat Vilamarí a la disposición del rey de Nápoles, además comunico al nuevo pontífice su voluntad favorable a la sucesión de Ferrante. También, el 8 de octubre, envió un manifiesto a los príncipes donde explicaba que consideraba a su sobrino como un hijo.

El ducado de Milán quería hacerse con el territorio Genovés, y para ello quería contar con el apoyo de la flota aragonesa. Pero Juan II empezó a negociar una paz con Génova, lo que repercutía a  su sobrino  Ferrante I, además, al duque de Milán no le gustaba la política a dos bandas llevada por Juan II, por lo que quería una declaración formal de sus planes respecto a Génova, así que envió un embajador a Barcelona en diciembre de 1458. Este le comunicó que lo que hiciesen con Génova, lo respetaría como si fuese su sobrino o el mismo, pero a la vez, se germinaba una paz entre San Jorge y Aragón, lo que se convertía en una bomba en el Mediterráneo ya que Milán soñaba con hacerse con San Jorge. Por lo tanto, la política de pacificación del Mediterráneo que buscaba Juan II, al principio de su reinado, no parecía muy palpable.

Detrás de toda esta serie de conjuras se encontraba un objetivo primordial, el de buscar una alianza con Francia. Jugada de gran envergadura que aseguraría la posición del monarca en sus asuntos navarros y castellanos. Pero todo esto, solo podía conseguirse con una tregua con Génova y con la paz en el Mediterráneo, aunque todo eso supusiese la pérdida de grandes ventajas en  dicha zona.

El mediador entre Juan II y Carlos VII de Francia sería Gastón IV de Foix. Tras enviar a una embajada a Francia, quedo clara una cosa, la paz con dicho país solo se obtendría tras la de Aragón con Génova, además del respeto de Aragón hacia los aliados franceses, entre los que se encontraba Castilla. La embajada fue enviada en agosto de 1458 y la respuesta francesa llego en marzo de 1459 en forma de otra embajada. Juan II entonces aceleró los trámites en la tregua con Génova, en febrero de 1459 hubo un pre acuerdo entre ambos territorios, siendo ratificado dicho acuerdo en Valencia el 16 de Marzo. Esto abría las puertas de negociación con Francia. Se firmó entonces el acuerdo preliminar que había habido en junio de 1458, se supone,  por el cual se respetaban las alianzas de los respectivos países con otras potencias, Carlos VII daba permiso para reclutar tropas en Francia, a Juan II, además se decidía que ni Francia ni Portugal intervendrían en un choque entre Castilla y Aragón, pero quedaba en el aire que haría Francia si atacaba Castilla a Aragón para ayudar al príncipe de Viana en sus peripecias. Amancio Fernández Torregosa difiere sobre la existencia de este tratado, alegando que no se llegó a firmar debido a la posición de Aragón respecto a Castilla, cosa que  el rey de Francia no llegó a aceptar. Lo único que queda claro es que Juan II pecaba de espíritu continentalista, lo que hacía desmoronarse poco a poco la política aragonesa en el Mediterráneo.

Tras este clima de inestabilidad que se había creado en el Mediterráneo, surgieron dos asuntos de gran importancia: el primero seguía siendo el de la sucesión de Nápoles, que traía revuelta a la mayor parte de Italia; el segundo, el Congreso de Mantua convocado por Pío II para reunir a la cristiandad en pos de una cruzada contra los turcos. Los dos asuntos eran de gran importancia para la Corona aragonesa, su prestigio e importancia en el Mediterráneo y en la cristiandad quedaba en juego.

Pio II, con esa tendencia filoaragonesa que le caracterizó, mando que fuese coronado Ferrante I de Nápoles el 4 de febrero de 1459. El congreso de Mantua se llevó a cabo el 26 de septiembre de ese año, pero el papado no conto con el apoyo de potencias como el Imperio y Francia, ni con Venecia y Florencia. Aragón si apoyo dicha cruzada, sobre todo, por el sentimiento antimusulmán heredado por el monarca por parte paterna. Ante tal fracaso, Pio II publicó una bula el 14 de enero de 1460, por la cual, se debía contribuir extraordinariamente para la subvención de la cruzada, pero solo repercutía esta en los estados italianos, aunque afecto a Cerdeña y Sicilia en manos de la Corona Aragonesa y terminó extendiéndose a todo el territorio aragonés. En dicho congreso, el rey de Francia trasmitió su disgusto al papado por su solución ante el problema de la sucesión en Nápoles, alegando los derechos preferentes de los Anjou, además Carlos VII entregó al duque de Lorena 24 galeras para “luchar con los turcos” que en realidad estaban dirigidas para atacar Nápoles.

A mediados de octubre de 1459 las galeras llegaban a Nápoles, coincidiendo con varios levantamientos rebeldes en Campania, Apulia y Calabria. Todo esto provocó el despertar de Juan II y el abandono de su política de “paz” y de alianza profrancesa. Pero todo esto pillo de improviso al monarca aragonés, suerte que el duque de Milán envió un cuerpo de ejército en auxilio de Ferrante lo que salvó su vida y parte del reino. Juan II para ganar tiempo envió dos embajadas, una para contactar con los rebeldes y otra con Venecia y Florencia, pero ambas fracasaron. Suerte que la flota de 23 galeras del almirante Bernart de Vilamarí  estaba en aguas del Tirreno, dicha flota consiguió batir en retirada a la flota que ayudaba las operaciones terrestres en Nápoles, todo esto sucedió en el verano de ese año.

Ese suceso, provocó que la Corona de Aragón no participase en la gran cruzada catalanoaragonesa que pretendía realizar el papado contra los turcos. Juan II prefería contar con todas sus fuerzas para luchar contra Génova, y Francia indirectamente. Tras el golpe diplomático que se llevó Juan II con Francia, intentó renovar las alianzas que tenía su hermano antes de su muerte, es decir, Inglaterra, Borgoña y Portugal. Juan pretendía casar a su hijo Carlos con la hermana de Alfonso V de Portugal, Catalina; además pretendía acercar posturas con Eduardo VI de York recién vencedor de las disputas en Inglaterra; además la relación con Borgoña no era mala ya que el duque, Felipe el Bueno, quería otorgar al monarca aragonés con el Toisón de Oro, al igual que había hecho con su hermano Alfonso. Pero todas estas alianzas eran prematuras, solo el tiempo diría como evolucionaron cada una de ellas.

Su relación con Castilla parecía cordial en aquellos momentos, no había habido ningún conflicto entre ambas partes desde la llegada al poder de Juan II. En enero de 1460 el monarca se trasladó a Navarra con el fin de renovar las alianzas con su sobrino Enrique IV, ya que Carlos de Viana andaba por Mallorca y eso no tranquilizaba mucho al monarca aragonés, pero en Navarra hizo todo lo contrario, ya que acabo firmando en Tudela el 4 de abril de 1460 un pacto de alianza con una facción que soñaba con acaparar el poder en Castilla. Sobre todo, rondaba en la cabeza del monarca la recuperación de los bienes perdidos por los infantes de Aragón, pero justo cuando pensaba entrar en Castilla, los asuntos con su hijo don Carlos apagaron esa llama de repente.

6.Segunda lucha por el poder

6.1 Segundo conflicto con su hijo Carlos, Príncipe de Viana

Carlos, el Príncipe de Viana huyó de Navarra en 1456, después de intentar reivindicar sus derechos al ducado de Nemours ante la corte de Carlos VII sin éxito alguno, viajando finalmente a Italia a la corte de su tío Alfonso el Magnánimo que haría de intermediario para la reconciliación entre padre e hijo. Alfonso V murió en 1458, legando sus territorios peninsulares a Juan, siendo éste coronado rey en el castillo de Caltagirone, convirtiéndose en Juan II, rey de la Corona de Aragón a la edad de 61 años y casi ciego, en 1460 en las Cortes de Fraga renueva su juramento realizado un año antes. Seguidamente marcha a Cataluña donde se celebra la Concordia de Barcelona, al objeto de lograr la tan ansiada paz entre agramonteses y beamonteses. En un gesto de buena voluntad libera a Luis de Beaumont, que llevaba preso 9 años.

Mientras que Carlos, reconciliado con su padre, regresó a Navarra, donde nada más regresar, empieza las negociaciones para unirse en matrimonio con la hermana del rey de Castilla, Enrique el Impotente, Isabel de Castilla, pero contó con la oposición de Juan y su madrastra, Juana Enríquez, porque querían que Isabel se casara con su hijo, Fernando de siete años . La disputa llevó a la una gran tensión de nuevo, ordenando el rey Juan, el arresto de Carlos en Lleida el 2 de diciembre 1460. Carlos fue llevado a la cárcel en Aitona y posteriormente a Morella.

Estas acciones producen disturbios en el reino pidiendo la inmediata liberación de su hijo; en Cataluña nombran al Carlos como heredero al trono mientras que en Navarra los beamonteses consiguen que el ejército castellano penetre en el reino en ayuda de sus exigencias.

Juan II y Juana Enríquez se ven incluso obligados a trasladarse numerosas veces temiendo por su seguridad. Viendo el rumbo que tomaban los acontecimientos no le queda más remedio que mandar la liberación de su hijo Carlos, quien es recibido unos días más tarde con enorme entusiasmo en Barcelona.

Las Cortes catalanas se reunieron el 25 de febrero en 1461 y decretaron que Carlos iba a ser el legítimo rey de Navarra, el teniente de Cataluña y heredero de la Corona de Aragón.
Carlos, sin embargo, el 23 de septiembre de ese año, murió cerca de tres meses después de conseguir lo que se merecía. Su muerte se debió, tal vez, a la tuberculosis, pero hay rumores de que la muerte fue causada por un envenenamiento mandado por la reina.

6.2 Revolución catalana

Mientras tanto la reina había sido nombrada lugarteniente de Cataluña. Las Cortes se reunieron y notificar a Juan y a la Reina de no podrían poner los pies en Cataluña sin su permiso.
La reina, Juana, que ya estaba en Cataluña con su hijo Fernando se refugió en el castillo de Girona. A principios de 1.462 en el 24 de Febrero, los catalanes realistas, aprovechando una revuelta campesina (la Revuelta de los Payeses de Remensa, que se levantaron por el descontento surgido del incumplimiento de Juan II de las promesas que hizo al jurar su cargo) en febrero se reunieron con ellos comenzando una guerra civil.

El rey Juan, que tiene como aliado a Gastón IV de Foix y con los Tratados de Sauveterre y Bayona de mayo 1462, el rey de Francia Luis XI le ayuda con su ejército francés a cambio de 200.000 coronas y los condados de Rosellón y Cerdaña como garantes, mientras que las Cortes de la Generalitat organizó un ejército que fue a Gerona, donde estaba la reina Juana, sitiando la ciudad. Las defensas eran fuertes, teniendo sus seguidores mucha fuerza y ​​valentía permitiendo la intervención del Rey obligando a los catalanes a levantar el sitio.

6.3 Guerra Catalana

Mientras que el rey Juan organizó su ejército de aragoneses, catalanes y franceses para aplastar la revuelta, la Generalitat emitió un decreto que declara a Juan y a la reina, Juana, enemigos de Cataluña. Mientras tanto, para reemplazar a Juan II, se busco un nuevo soberano a que ofrecer la corona del reino de Aragón, buscando los aspirantes entre los descendientes de la corona de Aragón, vacante tras la muerte del rey Martín I de Aragón, en 1410.

La Generalitat ofreció por primera vez el trono en 1462 al rey de Castilla, Enrique que sólo mandaría algunas tropas que estarían lideradas por Juan de Beaumont ante esta acción Juan II enviaría a su esposa al reino de Castilla para conseguir el apoyo de algunos nobles para que se levantaran contra su rey además de que conseguiría el apoyo de Luis XI de Francia.

En 1463 se reúnen en Bayona representantes de Navarra, Castilla y Aragón, cuyas negociaciones culminarían con la Sentencia Arbitral de Bayona en la que Castilla se retira del escenario abandonando Navarra y Cataluña, por su parte, Aragón promete entregar Estella al reino de Castilla (cosa que al final no hizo) y no entrometerse más en los asuntos de Castilla. Aunque esto supusiera un éxito para Juan II, tuvo que entregar Rosellón y Cerdaña al reino de Francia al no poder pagar los ducados que le prestó Luis XI, pues las arcas estaban vacías debido a la contienda.

Ante tal escenario la Generalitat se fijaría en ese mismo año en el Condestable Pedro de Portugal (que era descendiente de Jaime II, conde de Urgell, uno de los pretendientes al trono en 1410, y por lo tanto un descendiente de Alfonso IV de Aragón) ofreciéndole la corona. A principios del año siguiente, el Condestable desembarcaría en la Ciudad Condal para ser proclamado Pedro IV de Cataluña llevando consigo un gran ejército.

Aunque la situación fue complicada en Cataluña, en Navarra pudo firmar el Tratado de Tarragona con Luis de Beaumont en el que le cedía la mano de una ilegítima hija suya, Leonor en 1464. Ese mismo año iría conquistando poco a poco ciudades catalanas, aunque estas victorias quedarían ensombrecidas por la muerte de la hija de Juan II, Blanca, la esposa del rey de Castilla.

Al año siguiente su hija Leonor se rebelaría contra su padre con el apoyo de los beaumonteses. En 1465 el ejército de Pedro IV sufriría una gran derrota en la batalla de Calaf a manos del infante Fernando que por aquél entonces contaba con 13 años ganando gran prestigio militar. Al año siguiente en 1466 Pedro IV moriría para sorpresa de todos debido a la tuberculosis.

Aunque en este momento pareciera que la guerra terminaría, pues la mayoría de los catalanes deseaban negociar, los más radicales escogieron a otro candidato, esta vez sería el francés Renato de Anjou (que era el mayor enemigo del hermano de Juan II, Alfonso V el Magnánimo). Éste enviaría a la península a su hijo, Juan de Lorena, con numerosas tropas y el apoyo del reino de Francia.

Los dos años siguientes estarían marcados por numerosas derrotas del ejército aragonés, aunque en 1468 le asestaría un duro golpe a Navarra al asesinar al principal consejero de Leonor (el obispo Nicolás de Chavarri) y destituirla de su título de Lugarteniente de Navarra para dárselo al hijo de ésta, Gastón (aunque 3 años después, éste moriría, viéndose obligado Juan II a darle de nuevo el título a Leonor a cambio de renunciar para siempre sus derechos sobre la corona aragonesa).

Ese mismo año, el infante Fernando sería coronado como rey de Sicilia y al año siguiente se firmarían las Capitulaciones Matrimoniales casándose poco después, el 19 de Octubre con Isabel de Castilla

6.4 Final de la Guerra Catalana

El año de 1470 sería un año clave se que tornaría la fortuna a favor de las tropas de Juan II. Con el dinero recibido de los impuestos de Aragón y Valencia pudo sufragar los costes para que un ejército pudiera combatir las tropas mercenarias estacionadas en Cataluña, se firmaría una alianza con el reino de Inglaterra y el ducado de Borgoña para aislar al reino de Francia y por último, Juan de Lorena fallecería en un combate contra las tropas aragonesas suponiendo un duro revés para Renato de Anjou. En 1471 se conquistaría la ciudad de Gerona.

El año de 1472 supondría el final de la guerra. Tras la batalla de Santa Coloma de Gramanet, en la que saldrían victoriosas las tropas aragonesas, empieza el avance hacia Barcelona, empezando un asedio que terminaría el 16 de Octubre con la rendición de la Ciudad Condal. Aunque ni la ciudad ni sus habitantes quedarían mal parados al recibir un generoso perdón sin intención de venganza alguna.

7. El final de Juan II

Una vez terminada la guerra, uno de sus deseos era recuperar los territorios perdidos de Cerdaña y Rosellón. En 1473 movilizaría sus tropas a estas tierras, en las que gozaba de gran popularidad y apoyo, pues los habitantes de ambas tierras no veían con buenos ojos el gobierno de los mandatarios franceses, de hecho, previamente, antes de movilizar las tropas, Juan II envió espías que crearían un complot con la nobleza con el resultado de que cuando llegó con sus tropas, castillos y ciudades abrieron sus puertas.

Sólo un puñado de castillos siguieron en manos del monarca francés. Sus tropas se acantonaron en la ciudad de Perpiñán donde era asediado por las tropas francesas. Debido a la gravedad del asunto su hijo Fernando llegó con un numeroso ejército reclutado en todas las zonas de la corona, cortando el asedio y reuniéndose con su padre. Se firmaría una tregua entre ambos bandos, pero el monarca no regresaría a la península pues su intención era reforzar las posesiones conquistadas.

La tregua se rompería ese mismo año, pero las tropas de Luis XI serían derrotadas de nuevo, viéndose obligado a aceptar el tratado de paz de Perpiñán, en la que se reconocía la soberanía aragonesa, sólo a cambio de que se pagara los 200.000 que no se pagaron por la ayuda recibida en 1462.

A año siguiente, Juan enviaría a dos emisarios a la corte de Luis XI para conseguir que o bien no se pagara la cantidad exigida (si esto ocurría, también se propondría el casamiento entre la nieta de Juan II, Isabel y el Delfín), o bien que ésta se minimizara. Pero estas negociaciones no llegaron a buen puerto, siendo arrestados los emisarios al observar cómo el monarca francés preparaba un ejército para invadir el Rosellón. Enterado Juan II de las intenciones de Luis XI marchó a Perpiñán para reforzar la zona antes el ataque del ejército francés.

Juan II cayó enfermo, dejándole en una posición muy peligrosa ante el avance del ejército francés. Su hijo Fernando hubo de socorrerle de nuevo, volviendo los dos a Barcelona. Mientras tanto, Luis XI tomaría de nuevo todo el Rosellón. Ese mismo año, Enrique IV de Castilla fallecía, por lo que Fernando se fue a Castilla para ser coronado rey de Castilla, recibiendo el apoyo de numerosos nobles.

Esto podría haber sido una gran ayuda para Aragón, pues las intenciones de Fernando era que una vez ceñida la corona castellana, declarar la guerra a Francia, pero esto no pudo ser, ya que en el año siguiente daría inicio la guerra civil en Castilla entre Fernando e Isabel y los partidarios de su sobrina Juana.

Esto supuso la pérdida del Rosellón a manos de Luis XI, ya que ni Borgoña ni Inglaterra ayudaron a la Corona de Aragón. Castilla y Francia intentarían acordar algún tipo de alianza, sin resultado alguno, por lo que Luis XI decidió aliarse con Portugal en contra de Aragón con intención de repartir el reino entre ambos países.

Los portugueses serían frenados por Fernando  en la batalla de la vega del Toro en 1476, pues esto sentó una base para la restauración de las alianzas internacionales contra Francia que se confirmaría con el ataque fallido de los franceses en Fuentebarría. En ese mismo año Juan II firmaría una estrecha alianza con Ferrante I de Nápoles.

Durante estos años se manifestó una nueva realidad en la política de la Corona de Aragón, era Fernando quien empezaba a llevar las riendas del estado, y no su padre ya un anciano. En los años siguientes se normalizarían las relaciones con el monarca francés, firmándose una alianza en San Juan de Luz en el 2 de Octubre de 1478. El último acto de Juan II en la diplomacia internacional fue adherirse a la Liga Itálica por la Santa Sede ese mismo, al ser rey de Sicilia.

Finalmente, el 19 de Enero de 1479 fallecería de vejez  el monarca en Barcelona a los 82 años de vejez siendo enterrado en el Monasterio de Poblet.

8. Conclusión

Tras este recorrido por la vida nuestro personaje se llega a una conclusión muy clara, se paso toda la vida peleando, que además no fue corta, tanto con extraños como con familiares, debido a esa ambición que le caracterizo hasta el lecho de muerte. Otra cosa que queda muy clara es que, ante todo, era castellano, ya que el fantasma de Castilla le persiguió hasta el fin de sus días. Llego a acariciar el poder en esas tierras pero la fortuna no le acompaño unos momentos, y en otros su falta de empuje y sus fallos diplomáticos lo condenaron.

Seguramente, a Juan II le sobraba terquedad, ya que no fue capaz de asimilar el papel secundario que le había tocado vivir en muchos aspectos de su vida. Siendo esa misma terquedad la que le llevó a enfrentarse a su propio hijo y no dar su brazo a torcer.

Mucha historiografía tiende a meterse de manera excesiva con este personaje, que pese a no ser un santo, no es culpable, en nuestra opinión, de todo lo que se le culpa. Esperamos haber podido mostrar lo mejor posible los diferentes aspectos y facetas de este personaje, ejemplo perfecto de la política del Siglo XV.

9. Apéndice

9.1 Eje cronológico.

1398-  junio nace  en Medina del Campo.

1412- primera visita a Aragón.

1414- coronación de su padre en Zaragoza y viaje a Nápoles.

1416- 2 de marzo,  muere su padre y el 21 de agosto vuelve a Castilla.

1418- 20 octubre, boda de María de Aragón con Juan II de Castilla.

1419- 7 marzo, se le proclama la mayoría de edad.

1420-  atraco de Tordesillas, 10 de junio, boda con Blanca de Navarra

1421- 29 mayo de, nace su hijo Carlos.

1437- anuncio de  boda entre Enrique príncipe de Asturias y Blanca de Navarra. Detención del Adelantado de León.

1438- fuga del adelantado de León del castillo de Fuentedueña. Juan de Navarra convoca las cortes en Aragón.

1439- formación de un bando sublevado contra el Condestable. Marzo, toma de Valladolid por dicho bando. Abril, Juan de Navarra vuelve a Castilla. Mayo, unión del infante don Enrique a los sublevados. Junio, reunión en Tordesillas de ambos bandos. Octubre, firma del acuerdo de Castroñudo.

1440- enero, firma de un tratado entre Juan de Navarra y la reina María (unión con la Liga). Mayo acuerdo entre el monarca y la Liga para deponer a los adeptos al condestable de la corte. Septiembre, boda entre el príncipe de Asturias y la princesa Blanca de Navarra.

1141- toma de Toledo por parte de don Enrique, comienzan las distensiones. La liga renueva su alianza contra el condestable. 5 abril, se rompe totalmente con los hechos de Castilla, debido a las conquistas y ataques de la Liga.3 de abril, muere Blanca de Navarra, esposa de Juan de Aragón. 28 junio 1441, la Liga toma Medina y al rey de Castilla como rehén. 9 de Julio, se firma la sentencia de Medina que suponía la ruina del bando del condestable.

1142- cortes de Castilla celebradas en Toro, en marzo en Tordesillas y en abril en Valladolid.

1143- Julio 1143, la Liga secuestra al monarca castellano de nuevo.

1144-  se reanuda le Guerra en Castilla. Junio huye Juan II de su cautiverio. Julio-agosto conquistas, de manos del bando real, de importantes plazas pertenecientes a Juan de Navarra. Septiembre, tregua por cinco meses entre ambos bandos. Diciembre cortes navarras en Olite.

1145- muere la reina Leonor de Portugal y la reina María de Castilla. 19 de mayo, batalla decisiva de Olmedo, la Liga pierde todas sus opciones. 15 de Julio, muere el infante de Aragón don Enrique.

1446- mayo, acuerdo entre el condestable y el príncipe de Asturias tras varias disputas que auguraban malos tiempos en castilla de nuevo.

1447- julio, matrimonio entre Juan de Navarra y Juana Enríquez.

1448- mayo, el condestable detiene a varios nobles en Záfraga, comienza a caldearse el ambiente de nuevo en Castilla. Cortes reunidas en Valladolid a finales del año. Septiembre, comienzan los enfrentamientos entre Castilla y Aragón.

1149- febrero, derrota del bando aragonés en Cuenca, duro revés para sus intereses. Septiembre, Cortes celebradas en Zaragoza, se niegan a dar apoyar los designios de Juan de Navarra. A finales de año tregua entre el rey de Castilla, el condestable y el príncipe de Asturias.

1450 -Juan vuelve a navarra y ejerce su poder como rey, empiezan los conflictos en la zona.

1451 -mayo, paz entre Juan y su hijo, el príncipe de Viana, tras ciertos disturbios acaudillados por los beaumonteses. Octubre, Carlos cae prisionero del bando de su padre, tras varios choques entre ambos grupos. Diciembre, acuerdo contra don Juan, entre el príncipe de Viana y Juan II de Castilla. Castilla retira sus ataques contra Navarra.

1453 -mayo, paz en Navarra, padre e hijo llegan a un acuerdo. 5 de julio, ejecución de don Álvaro de Luna. Octubre, beaumonteses asedian Montreal. Diciembre paz entre Aragón y Castilla que afecta a los conflictos navarros.

1454  -31 de mayo, Juan ocupa la lugartenencia de Cataluña.  22 de julio, muere Juan II de Castilla, le sucede su hijo Enrique, conocido como Enrique IV. Septiembre-octubre acuerdo de Ágreda-Almazán, paz definitiva entre el reino de Aragón y el de Castilla, duro mazazo a Juan de Navarra. 3 de diciembre, se firma acuerdo en Borja donde se estipula la tregua de un año entre el príncipe de Viana y Juan II.

1455 – 27 de marzo, batalla de Torralba entre beaumonteses y agramonteses. 3 de diciembre Juan deshereda a sus hijos de sus derechos navarros al trono, hace herederos a los condes de Foix. Octubre, Sentencia Interlocutoria por la cual se prohíben los abusos a los remensas en Cataluña. Noviembre, provisión que permite a la Buscar intervenir en el gobierno de Barcelona.

1456 -mayo, Carlos viaja a Nápoles para pedir ayuda a su tío.

1457 -marzo, los beaumonteses proclaman rey de Navarra a Carlos. 20 de mayo se renueva la confederación entre Enrique IV de Castilla y Juan de Aragón. Juan introduce el Sistema Insaculatorio para acabar con las Banderías en Gerona.

1458 -enero, revalida de la Sentencia  de 1455 sobre las libertades de los remensas. 27 de junio, muere Alfonso el Magnánimo en Nápoles. Cortes celebradas en Cataluña, celebradas desde 1454 acaban en este año. Juan se convierte en el monarca de la Corona Aragonesa, pasando a ser Juan I de Aragón. 6 de agosto, muere Calixto III, le sucede  Pío II.

1459 – 4 de febrero de 1459, Ferrante I como rey de Nápoles por designio del papado. Marzo tregua de Aragón con Génova. 26 de septiembre, Congreso de Mantua convocado por el papado. Octubre, galeras de Génova atacan Nápoles.

1460 -expulsadas las galeras Genovesas de Nápoles. 4 de abril, Juan II firma un tratado en Tudela con una facción que quiere hacerse con el poder en Castilla.

1461: Revueltas en todo el reino pidiendo la liberación de Carlos. Finalmente es liberado, entrando de manera triunfal en Barcelona, aunque a finales de año moriría tuberculoso.

1462: Estalla la Guerra Civil Catalana (1462-1472). Juan II consigue imponerse a las tropas catalana al conseguir el apoyo de Francia por un elevado precio, 200.000 ducados siendo Rosellón y Cerdaña garantes. Los catalanes eligen a Enrique IV como su rey.

1463: Tratado de paz entre castellanos y aragoneses, aunque debido al impago de los 200.000 ducados, se cede Rosellón y Cerdaña a Francia. Los catalanes eligen al Condestable Pedro de Portugal como su rey.

1464: Pedro de Portugal llega a Barcelona siendo coronado rey como Pedro IV. Los siguientes meses será derrotado sucesivamente por las tropas aragonesas.

1465: Rebelión en Navarra liderada por su hija Leonor que consigue el apoyo de los beamonteses. Pedro IV sufre una gran derrota en Calaf a manos del Fernando.

1466: Pedro IV fallece de tuberculosis, haciendo que la Generalitat elija a Renato de Anjou como su rey, su hijo, Juan de Lorena, entra en la península con un gran ejército provocando numerosas derrotas al ejército aragonés.

1468: Fallece la esposa de Juan II, Juana Enríquez. Juan II destituye a Leonor como Lugarteniente de Navarra cuyo título pasa al hijo de ésta, Gastón.

1469: Matrimonio entre Isabel de Castilla  y Fernando de Aragón.

1470: Las tropas aragonesas empiezan a ganar terreno gracias al fallecimiento de Juan de Lorena en combate.

1471: Conquista de Gerona. Leonor vuelve a ser designada Lugarteniente de Navarra al fallecer su hijo Gastón, a cambio de perder todo derecho sucesorio sobre la Corona de Aragón.

1472: Fin de la Guerra Civil Catalana al conquistar Juan II la ciudad de Barcelona.

1473: Juan II ocupa las tierras de Cerdaña y Rosellón. Luis XI tratará de recuperarlas siendo derrotado y obligado a firmal el tratado de paz de Perpiñán.

1474: Luis XI rompería el tratado de paz de Perpiñán invadiendo de nuevo Rosellón. Enrique IV de Castilla fallece, siendo coronado como rey de Castilla Fernando.

1475: Castilla se ve imposibilitada de ayudar a Aragón en su guerra contra Francia al estallar una guerra civil en el reino que duraría 5 años entre los partidarios de Isabel y Fernando y los partidarios de Juana de Castilla. Los portugueses se alían con Francia complicando la situación tanto de Castilla como de Aragón.

1476: Fernando derrota a los portugueses y frena a los franceses. Fin da la guerra con Francia, cuyas relaciones se formalizarían en los años siguientes. Juan II firma una alianza con Ferrante I de Nápoles.

1478: Juan II se adhiere a la Liga Itálica por la Santa Sede al ser rey de Sicilia.

1479: Fallece el monarca el 19 de Enero en Barcelona.


[1] Sucesos narrados en el libro de: Vicens Vives, Jaume Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución en la España del S. XV. 2003, Navarra

[2]  Es muy posible que el memorial en respuesta fuese escrito por el propio condestable de Castilla, eso afirman las fuentes que hemos consultado.

[3]  Vicens Vives, Jaume, “Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución en la España del siglo XV” Pamplona, Urgoiti editores, 2003. P 96.

[4] Vicens Vives, Jaume, “Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución en la España del siglo XV” Pamplona, Urgoiti editores, 2003. P 103.

[5] Vicens Vives, Jaume, “Juan II de Aragón (1398-1479): monarquía y revolución en la España del siglo XV” Pamplona, Urgoiti editores, 2003. P 113.

[6] Desdevises, Georges, “Don Carlos de Aragón, Príncipe de Viana”, Pamplona, Fondo de publicaciones del Gobierno de Navarra, 2000. P 128.

[7] Tuvo mucho que ver en este asunto la influencia de la reina Isabel, que terminó por convencer al monarca de que acabar con el condestable era lo correcto.

[8] Los Payeses de  remensa eran los campesinos del principado, que se encontraban en una situación de bastante opresión por parte de la nobleza. Los remensas  compraban su libertad pagando la redimentia, es decir, un rescate. Pero dicho rescate se había ido agravando se manera desorbitada desde el siglo XV, por lo que pocos podían pagarla. Sus protestas exigían unas mejoras de las condiciones como había sucedido siglos atrás.

 

10. Bibliografía

-Trabajos Principales:

-BELEN GUER CEBRIÁ, Ernest; La Corona de Aragón en la monarquía hispánica: Del apogeo del s. XV a la crisis del s. XVIII. Ed. Península, Barcelona, 2001.

-Congreso de la Historia de la Corona de Aragón; Relaciones de la Corona de Aragón con los estados cristianos peninsulares: s. XIII-XV. Actas del XV Congreso de Historia de la Corona de Aragón, Tomo II. Diputación general de Aragón, Zaragoza, 1997.

– DESDEVISES DU DÉZERT, Georges; Don Carlos de Aragón, Príncipe de Viana: estudio sobre la España del Norte en el siglo XV, Pamplona, Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, D.L. 1999.

-FRANCISO OLMOS, José María de; Juan II de Aragón y el nacimiento del príncipe Juan. Consejos políticos a Fernando el Católico. Servicio de publicaciones de la Complutense, Madrid, 1995.

-RUBIO CALATAYUD, Adela; Historia de la Corona de Aragón. Ed. Delsan, Zaragoza, 2008.

-VICENS VIVES, Jaime; Juan II de Aragón: (1398-1479): Monarquía y revolución en la España del s. XV. Ed. Orgoiti, Pamplona, 2003

-Trabajos Secundarios

SÁNCHEZ ARAGONÉS, Luisa María; Las Cortes de la Corona de Aragón durante el reinado de Juan II (1458-1479): Monarquía, ciudades y relaciones entre el poder y los súbditos. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2004.

-SARASA, Esteban y SERRRANO, Elíseo; La Corona de Aragón y el Mediterráneo: S. XV-XVI. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1997.

-VICENS VIVES, Jaime; Juan II de Aragón: (1398-1479): Monarquía y revolución en la España del s. XV. Ed. Orgoiti, Pamplona, 2003.

Artículos:

-CANTERA MONTENEGRO, Enrique; “Aragón y su rey Juan II”, Los Reinos Hispánicos ante la Edad Moderna, 1, (1995), pp. 247-304.

– CASTILLO CÁCERES, Fernando; “la Batalla de Olmedo, modelo de enfrentamiento caballeresco”, En la España Medieval, 32, (2009), pp. 139-166.

-LÓPEZ SERRANO, Aniceto; “En torno a los problemas y confusión jurídica en la posesión del Señorío de Villena (s. XI y XVI) “, Miscelánea Medieval Murciana, 21-22, (1997-1998), pp. 171-214.

-MEDIERON VELASCO, María Isabel; “Carlos D’Evreux, príncipe de Viana”, Revista de Arqueología, 293, (2005), pp. 48-57.

-RAUFUST CHICO, Miguel; “¿Negociar la entrada del rey?: La entrada real de Juan II en Barcelona”, Anuario de Estudios Medievales, 36, (2006), pp. 295-333.

-SÁNCHEZ ARAGONÉS, Luisa María; “Las Cortes de la Corona de Aragón durante el reinado de Juan II (1458-1479): monarquía, ciudades y relaciones entre el poder y los súbditos”, Institución Fernando el Católico, (2004).

-Documentales:

-URGELL HERNÁNDEZ, Ricard; El reino de Mallorca en la época de Juan II: la guerra civil catalana y su repercusión financiera Servei de Publicacions i Intercanvi Científic de la Universitat de les Illes Balears, Palma, 1999.

-Páginas web:

-www.Dialnet.uniroja.es

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http://www.biografiasyvidas.com

http://asv.vatican.va/home_es.htm

http://www.monografias.com/

http://www.jstor.org/

Las reducciones jesuíticas guaraníes.

Introducción.

Los guaraníes son un grupo de indígenas procedentes de Sudamérica, que se organizaban en tribus, antes de la llegada de los españoles. Tras dicha llegada, se creará la experiencia conocida como “Estado”  jesuita de los Guaraníes, concretamente comenzará en 1609, pero los jesuitas ya se encontraban en Brasil desde 1549, en Perú desde 1568 y en México desde 1572. En 1605, el Superior General de la Compañía de Jesús, decreta la creación de la Provincia del Paraguay, nombrando como primer Provincial a Diego Torres Bollo, quién entrará en funciones dos años después, siendo el verdadero promotor del sistema de Reducciones guaraníes.

Se denomina Reducciones, “a los pueblos de indios, que viviendo a su antigua usanza en montes, sierras y valles, en escondidos arroyos, en tres, cuatro o seis casas solas, separados a legua, dos, tres y más unos de otros, los redujo la diligencia de los Padres a las poblaciones grandes y a vida política y humana.”[1]

El 29 de Diciembre de 1609, a 250 km de Asunción, se forma la primera Reducción, que recibirá el nombre de San Ignacio. Esta reducción junto con las siguientes que se fueron creando, estaban exentas de la institución de la encomienda, para así atraer a un mayor número de nómadas a dichas reducciones. En 1627 ya existían 14 reducciones.

Topografía y arquitectura de las reducciones.

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En las primeras décadas del año 1700, el “Estado” jesuita comprendía treinta poblados diseminados en cuatro áreas contiguas, con una extensión cercana a los 100 mil kilómetros cuadrados. Las reducciones estaban en territorio paraguayo, argentino y brasileño según las disposiciones geográficas actuales.  Destacaban, San Ignacio Guazú en territorio paraguayo,  Candelaria en territorio Argentino, Yapeyú que era una especie de capital comercial, San Ignacio Miní y Corpus entre otras.

La población de las reducciones varió con el tiempo, pero se cree que su máxima fue de 150.000 habitantes y su mínima de 80.000, habiendo en cada poblado entre 1500 y 7000 habitantes. Solía haber tres misioneros en cada reducción,  uno de ellos hacía las funciones de párroco, y en la práctica de jefe indígena.

Las Reducciones se realizaban lejos de los centros urbanos españoles. Su ubicación era elegida por los misioneros, tomando en cuenta varios factores: topografía, fuentes de agua cercanas, tierras cultivables y comunicaciones adecuadas. Además los indígenas debían de estar a gusto con la zona elegida. Después se realizaba la planificación del trazado urbanístico que tenía un esquema fijo: una gran plaza central (100m x 130m) que era el corazón de cada zona, en ella se erigía una cruz imponente. En la plaza se centraba la vida social de los pobladores, ya que alrededor de esta se encontraban la iglesia, la escuela, el cementerio y las viviendas de los misioneros. En los lados restantes se situaban las casas de los guaraníes que se disponían en varias filas en paralelo, partiendo desde el centro hacia la periferia. El esquema urbanístico de los poblados comprendía también un sistema de servicios públicos que se componía de: molino y horno de panificación, cocinas populares, graneros y depósitos de alimentos, fundiciones de metales, además de cisternas y fuentes públicas, ya que se prestaba mucha atención a la higiene de los poblados. La red de caminos comunicaba las diferentes Reducciones entre sí.

La arquitectura de los edificios varió con el tiempo, destacando tres fases: una primera que va desde 1609 hasta 1640, de la cual no nos ha llegado ningún rastro material, pero se sabe que fueron edificios un tanto precarios, se usaban troncos, tierra apisonada y barro para su construcción; en la segunda etapa las reducciones empezaron a tomar un aspecto urbanístico más definido, ya que se hicieron construcciones permanentes. Las maderas tratadas sustituyeron a los troncos apenas desbrozados, los techos se hicieron de tejas y las paredes pasaron a ser de ladrillos y piedra.

Las iglesias, como consecuencia, se hicieron más grandes (aumenta el número de fieles) y se empezaron a decorar.

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La tercera etapa se da en los años de transición, entre el 1600 y el 1700. Se introduce un estilo barroco de matriz europea, perdiendo así los edificios parte de su originalidad, pero ganando monumentalidad. Uno de los problemas que encontraron los jesuitas es el de la distribución de las viviendas, ya que los guaraníes, antes de las Reducciones, vivían en grandes cabañas donde se concentraban varias familias y se supone que en dichas cabañas reinaba la promiscuidad. Poco a poco indujeron a los guaraníes a vivir en viviendas unifamiliares, para así evitar la poligamia entre otras cosas.

Economía de la Reducciones.

El sistema económico puesto en práctica completo la fisonomía de las Reducciones, dándole rasgos de una “Federación de ciudades”.  Cada Reducción constituía una unidad económica independiente, pero los intercambios y la solidaridad entre las distintas zonas ofrecían la imagen de una verdadera economía nacional, administrada desde un centro: la Reducción de Candelaria como ya dije antes, donde residía el Superior de la misión.

El régimen de propiedad de la tierra era mixto: existía la propiedad individual privada o amabaé (lo que corresponde al hombre), y la propiedad colectiva o tupambaé (lo que corresponde a Dios), esta última era la base económica de las Reducciones. Cada jefe de familia recibía  un lote de tierras detrás de su casa, que si era bien explotado, podía abastecer el consumo de los suyos. En la época de arar y sembrar, las familias, residían en el lugar de trabajo, en una choza construida para dicho fin. Las herramientas de trabajo eran de propiedad familiar, mientras que los animales de tiro y transporte pertenecían a la colectividad.

Los guaraníes, sin embargo, tenían dificultades para familiarizarse con el trabajo sistemático de la tierra, ya que antes de ser reducidos a la vida sedentaria, vivían de actividades como la recolección, la caza y la pesca. Por esto, muchas veces no eran capaces de producir lo suficiente, en sus chacras, para mantener a sus familias y menos aún para mantener a la Reducción. El trabajo colectivo, sin embargo, correspondía mejor a la tradición y mentalidad guaraní, y por otro lado, era más fácil de vigilar y más productivo. El tupambaé, concernía a la agricultura extensiva, la cría de ganado, la industria y el comercio. En cada zona, las tierras comunitarias eran cultivadas rotativamente por un cierto número de habitantes elegidos de acuerdo con sus capacidades, pero los lunes y sábados, eran cultivadas por casi toda la población que tuviese entre 18 y 50 años.

Los cultivos más extendidos eran el maíz, la mandioca, la batata, la caña de azúcar y distintas verduras. Uno de los productos más destacados y a los que las Reducciones debían gran parte de su prosperidad, era la yerba mate. Dicha hierba no se cultivaba, sino que se recogía en una zona al norte de Asunción, tras su recogida se exportaba gran parte y otra se dedicaba al consumo. Estas expediciones eran peligrosas ya que estaban expuestos a emboscadas de portugueses y de otros grupos indígenas.

Después de muchos experimentos, fueron capaces de producir esta hierba en las distintas Reducciones. Aparte de los productos mencionados anteriormente, se cultivaba algodón, base de la industria textil de las Reducciones. Un tercio de todo lo producido era enviado al rey español.

La ganadería también era una actividad colectiva con la que se beneficiaba toda la comunidad. Se usaban bueyes para el trabajo agrícola, y vacas para la producción de leche y el consumo bienal de carne que había en la Reducciones.  Se criaban también ovejas, cuya lana era la segunda materia prima de su industria textil, y caballos usados para el transporte y para defenderse en tiempos de guerra.

Existía una zona de talleres, que contaba con carpintería, fundición, hilandería, horno de ladrillos y cerámica. Además de la industria propiamente dicha, existían manufacturas de tipo artesanal, especializadas en manufacturas como sombreros, instrumentos de música e incluso armas de fuego. En el interior del “Estado”, no existía circulación de moneda propiamente dicha, los intercambios se hacían a base de trueque.

Vida cotidiana y cultura.

Los reyes de España, como parte del proceso de evangelización, ordenaron que «hubiese escuelas de doctrina y de leer y escribir en todos los lugares de indios». Este decreto real, al que se le prestó por lo general en América un acatamiento sólo nominal, fue cumplido con rigor por los misioneros jesuitas, dedicándole la atención necesaria que permitió fundaciones de escuelas y centros de formación de distintos niveles.

En todas las reducciones funcionaron escuelas de primera enseñanza, donde los varones de seis a doce años aprendían a leer, escribir y hacer operaciones matemáticas elementales. Las niñas de la misma edad tenían escuelas separadas donde aprendían a leer, escribir, hilar y cocinar.

El castellano se enseñaba para lograr la unidad lingüística en todas las posiciones españolas. Los jesuitas hablaban correctamente el guaraní, utilizando la lengua como el mejor medio para llegar a los naturales. Los hijos de los caciques incluso llegaron a aprender algo de latín.

Se publicaron libros en guaraní sobre gramática,, manuales de oraciones y hasta un diccionario. La música y el canto ocuparon un lugar destacado en el proceso de aprendizaje. Cada pueblo contó con un coro y orquesta musical. Desde la misma escuela se promovió la participación de los niños y los jóvenes, mientras que los adultos se organizaron, en la mayoría de los casos, desde la iglesia.

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Los guaraníes, además, le dedicaron tiempo y esfuerzo a la danza. Los danzarines ensayaban desde los 6 años, incorporando incluso melodramas los días domingos y feriados. En las festividades las principales diversiones justamente consistían en representaciones, música, canto y danza.

Las reducciones contaron con la primera imprenta fundada por los padres Juan Bautista Neuman y José Serrano, quienes armaron una prensa, fundieron los tipos necesarios y publicaron los primeros libros. Las impresiones se hicieron en Loreto, San Javier y Santa María la Mayor.

El primer libro publicado fue el Martirologio Romano en el año 1700; más adelante el Flos Sactorum del padre Rivadeneira en edición guaraní, y De la diferencia entre lo temporal y lo eterno del padre Juan Eusebio Nieremberg. Fue muy rica y variada la producción bibliográfica, conservándose todavía la mayoría.

Modelo político.

La política guaraní obedecía a su propia lógica, la cual fomentaba la unificación de las tekuas o aldeas (de hasta 300.000 habitantes) en volátiles alianzas que perseguían como fin último no sólo el control de los recursos del ecosistema selva sino también la búsqueda de la Tierra Sin Mal. Tanto la figura de los karaí o profetas pan-guaraníes (no adscriptos a una tekua en particular sino a la «nación» en general) como la búsqueda de la tierra sin mal, fueron dos rasgos de la cultura guaraní que los jesuitas supieron aprovechar. Ellos también eran como los karaí (con los que compitieron durante los primeros años) portadores de una nueva: el «Camino al Paraíso» era compatible con el Aguyé o camino de la perfección guaraní con destino a la Tierra Sin Mal. Y una forma de lograrlo era la unificación bajo la protección de las leyes de la corona de las que los jesuitas eran garantes. Los guaraníes también supieron aprovechar este hecho frente a la creciente expansión del frente colonial hispano-portugués.

De allí que los líderes políticos de muchas tekuas aceptaran levantar símbolos de protección divina y jurídica (las iglesias) y aliarse en definitiva con lo que la Compañía de Jesús representaba. Otros líderes por el contrario se mantuvieron en guerra y continuaron el ciclo de enfrentamientos con sus propios connacionales; recordemos que para un guaraní, no hay nada mejor que (comerse a) otro guaraní. Porque sólo los guaraníes son capaces de acumular energía para llegar a la Tierra sin mal.

Si por un momento abandonamos la concepción de la política guaraní, y nos centramos en el modo en que los europeos visualizaban la organización de las misiones, veremos cómo el sistema político imperante mantenía a las reducciones estrictamente subordinadas al monarca español, quien ejercía su autoridad en América por medio de las Reales Audiencias de Lima y Buenos Aires. Por ello los jesuitas recurrían permanentemente al rey, solicitando autorizaciones o pedidos varios, favores y hasta privilegios. En algunos casos las solicitudes se dirigían a las Audiencias y a los Gobernadores.

Como gobierno local, en cada reducción funcionaba un Cabildo precedido por el corregidor, que era además la autoridad principal del pueblo, conocido entre los guaraníes como parokaitara, «el que dispone lo que se debe hacer». Era confirmada su elección por el gobernador y generalmente el elegido era uno de los caciques del pueblo y solía ser a perpetuidad.

Otras autoridades eran los alcaldes de primer voto y segundo voto (también llamados ivírayucu, «el primero entre los que llevan vara»). Ellos velaban por las buenas costumbres, castigaban a los holgazanes y vagabundos y vigilaban a los que no cumplían sus deberes. Esta autoridad se ejercía dentro del pueblo, junto con cuatro alcaldes de barrio, fuera de él había entre seis y ocho comisarios para los cuarteles. Una veedora vigilaba a las mujeres, cuatro celadores a los niños y cuatro inspectoras a las niñas.

Además del corregidor y los alcaldes, el Cabildo estaba integrado por un teniente de corregidor, un alguacil, cuatro regidores, un alguacil mayor, un alférez real, un escribano y un mayordomo, del cual dependían los contadores, los fiscales y los almaceneros. Los integrantes del Cabildo eran electos cada 1 de enero por los que dejaban el cargo en una asamblea general y puestos a consideración de los sacerdotes y luego a confirmación del gobernador. Los regidores se encargaban de inspeccionar el aseo y la limpieza en los lugares públicos y privados, controlando también la concurrencia de los niños a la escuela y el catecismo.

El alguacil era quien se debía encargar de ejecutar las órdenes del Cabildo y de la justicia.

Organización religiosa

El régimen vigente era el de patronazgo real, ejercido por el gobernador en nombre del rey, el cual tenía facultades para conferir beneficios eclesiásticos y designar sacerdotes. El mecanismo utilizado para la designación establecía que el obispo debía presentar una terna de nombres entre los cuales el gobernador elegía.

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Los curas tenían el gobierno de las reducciones, siendo verdaderos administradores de los bienes de los pobladores, con facultades de intervención directa no sólo en la actividad espiritual, sino también temporal, económica, cultural, social y militar.

En el orden estrictamente espiritual, los misioneros se preocuparon especialmente de la enseñanza del catecismo. Los jóvenes que habían superado la edad escolar y se encontraban trabajando en cualquier actividad, por las tardes, al escuchar el sonido de la campana, debían dirigirse a la iglesia. El acto religioso más importante era la misa, al que los fieles concurrían acompañados de toda la familia, particularmente los días preceptuados.

Las iglesias fueron el corazón de los pueblos. Eran construcciones imponentes frente a la plaza. Todas las calles del trazado urbano terminaban en ella.

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La Provincia Jesuítica del Paraguay tenía un Padre Provincial residente en la ciudad de Córdoba, designado por el General de la Compañía de Jesús, con sede en Roma. Al general o prepósito de la orden, los sacerdotes jesuitas le debían total obediencia, después del papa. El provincial redactaba anualmente las «Cartas Anuas de la Provincia» que remitía a Roma con los principales sucesos ocurridos ese año. El Provincial tenía bajo su dependencia directa a los procuradores de Buenos Aires, Santa Fe y Asunción, además de un secretario y de los consultores. Cada grupo de misiones tenía un padre superior subordinado al provincial, las misiones del Paraná y del Uruguay tuvieron cada una un superior hasta principios del siglo XVIII, (el superior del Guayrá desapareció al trasladarse su misión) desde entonces las treinta reducciones quedaron bajo un sólo superior residente en Nuestra Señora de la Candelaria, estableciéndose un padre Vice-Superior para las reducciones del Paraná y otro para las del Uruguay, que además regían su propia reducción, contando cada uno con un consultor ordinario y otro extraordinario además de un admonitor.

En cada reducción había dos sacerdotes (en las más pobladas había tres), uno a cargo de lo espiritual y religioso (el cura del pueblo) y otro (el Compañero) que estaba a cargo de las cosas temporales como el trabajo y la instrucción.

Valoración personal.

Resulta interesante el poder conocer una forma distinta de organización a la que se daba normalmente en los territorios coloniales españoles. Es un claro ejemplo de cómo a los conquistadores les resultaba más complicado el someter una zona menos burocratizada, por así decirlo.

Y como último, les dejo esta pequeña delicia para los oídos.

Bibliografía.

–          ABOU, Sélim; “La” república” jesuítica de los Guaraníes (1609-1768) y su herencia, Buenos Aires, Ediciones Unesco, 1996.

–          ARMANI, Alberto; “Ciudad de Dios y Ciudad del Sol” El “Estado” jesuita de los Guaraníes (1609-1768), México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1982.

–          CARBONELL DE MASY, Rafael; Estrategias de desarrollo rural en los pueblos guaraníes (1609-1767), Instituto de Estudios Fiscales, (1992).

–          MAEDER, Ernesto; Asimetría demográfica entre las reducciones franciscanas y jesuíticas de guaraníes, Revista Complutense de Historia de América, nº 21, (1995). pp. 71-84.

–          MORENO MANGLANO, Carlos; Las reducciones guaraníes de los jesuitas: Aspectos sociales de los treinta pueblos, Revista de las facultades de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales, nº 26, (1992). pp. 59-102.

–          PALACIOS, Silvio y ZOFFOLI, Ena; Gloria y tragedia de las misiones guaraníes, Historia de las Reducciones Jesuíticas durante los siglos XVII y XVIII en el Rio de la Plata. Bilbao; Ed. Mensajero, 1991.


[1] ABOU, Sélim; “La” república” jesuítica de los Guaraníes (1609-1768) y su herencia, Buenos Aires, Ediciones Unesco, 1996. Pp 65.

La familia de Felipe V.

Muy buenas, estrenaré este blog hablando de uno de los cuadros que más me gustan del siglo XVIII. Siempre me gustó este cuadro, la primera vez que lo ví fue en mis libros de historia en el instituto. Años después tuve la oprtunidad de verlo directamente en el Museo del Prado, me quedé absorto viéndolo, tal era la majestad y belleza que mostraba al espectador. Siempre me obsesionó y por ello dedicaré esta entrada a este magnífico cuadro.

El pintor.

Primero empezaré hablando del pintor. Louis-Michel van Loo (1707 -1771) fue un pintor francés. Viniendo de la dinastía van Loo, establecida en Francia en el siglo XVII, estudió con su padre, el pintor Jean-Baptiste van Loo, en Turín y Roma, y ganó un premio en la Academia Real de Pintura y de Escultura en París en 1725. Con su tío, el pintor Charles-André van Loo, se fue a Roma en 1727-1732. En 1733 vuelve a París, siendo admitido en la Academia convirtiéndose en 1735 en profesor adjunto, especializado en retratos. De esta época se ve la influencia de Rigaud en su obra. En 1736, cuando fallece Jean Ranc, Rigaud propone a Van Loo a los reyes españoles como retratista oficial de la corte, que le sustituye así en el cargo y llega en 1737 a Madrid, donde retrata a los miembros de la familia real. Como es propio del retrato de aparato, en especial en el de estética francesa, dispone a sus modelos en salas decoradas por columnas, cortinajes y otros símbolos de distinción, que gustaron también a los comitentes borbónicos de Madrid se convirtió en pintor de la corte de Felipe V en Madrid, donde fue un miembro fundador de la Academia de las Bellas Artes de San Fernando en 1752. Regresó a París en 1753, y pintó numerosos retratos de Luis XV de Francia. En 1765 sucedió a Charles-André, director de la escuela especial de la academia francesa conocida como la École Royale des Élèves Protégés. En 1766 hizo el retrato del estadista portugués Sebastião de Melo, Marqués de Pombal.

Entre sus hermanos fueron los pintores François van Loo (1708-1732) y Charles Amédée-Philippe van Loo (1719-1795).

Quien es quien en la obra.

Este cuadro representa a la familia del soberano de España por aquel entonces, Felipe V de Borbón (1683-1746), primer soberano de la dinastía de los Borbones venida desde Francia al desaparecer la dinastía de los Austrias al fallecer su último representante, Carlos II (1661-1700).

Van Loo realizó este cuadro en 1743 tres años del fallecimiento del monarca.

Los personajes del cuadro son los siguientes:

-1: Mariana Victoria de Borbón (1718-1781), sería la reina consorte de Portugal al casarse con José I de Portugal con el que tuvo cuatro hijos.

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-2: El Príncipe de Asturias Fernando (1713-1759), que llegaría a reinar como Fernando VI a la muerte de su padre, con su esposa Bárbara de Braganza[1](1711-1758).

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-3: Felipe V con su esposa Isabel de Farnesio (1692-1766).

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-4: El infante Luis (1727-1785). Arzobispo de Toledo, Primado de España y finalmente XIII Conde de Chinchón.

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5: Infante Felipe (1720-1765) e Luisa Isabel de Borbón (1727-1759). Gracias a la política de su madre de poner a sus hijos en los estados italianos, llegaría a reinar en Parma como Felipe I junto con su esposa, hija de Luis XV, conocida por tener una hermana gemela, Ana Enriqueta[2].

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-6: La infanta María Teresa de Borbón (1726-1746), que se casó con el delfín de Francia, Luis, hijo de Luis XV, convirtiéndose así en Delfina de Francia. Falleció a edad temprana, tres días después de dar a luz.

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-7: La infanta María Antonia Fernanda (1729-1785), que contrajo matrimonio con Víctor Amadeo III de Cerdeña convirtiéndose en reina consorte de Cerdeña. Tuvieron doce hijos.

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-8: El infante Carlos (1716-1788) y María Amalia de Sajonia (1724-1760). Fue rey de Nápoles hasta 1759, año en el que murió su hermanastro Fernando VI sin descendencia. Tuvo que renunciar a la corona de Nápoles debido a los tratados internacionales imposibilitaban que las coronas de Nápoles y España recayeran bajo una misma persona. Al llegar a España, reinaría bajo el nombre de Carlos III

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El cuadro fue realizado a partir de varios retratos de la familia real, ya que en el momento de su ejecución, la mayoría no estaba presente en la corte, sino más bien en Italia y Portugal.

Además de este cuadro, Van Loo pintó otros cuadros similares con los miembros de la familia real por separado, en la que se repite la misma simbología (sobre todo con Isabel de Farnesio que siempre aparecerá con la corona al lado).

La disposición del cuadro era totalmente intencionada, por petición expresa de la reina, Isabel de Farnesio.  A la izquierda del rey se ve al príncipe Fernando con su esposa, tanto el príncipe, como su esposa, no expresan la belleza y la jovialidad que tiene el resto de los miembros de la familia real, esto se debe a que el príncipe Fernando no era hijo de la reina, era su hijastro, el príncipe Fernando era hijo de María Luisa Gabriela de Saboya (1688-1714), la primera esposa del rey. Era de sobra conocida la indiferencia que sentía Isabel de Farnesio con sus hijastros.

Luego, la reina quería dejar claro al espectador la fecundidad de la pareja regia, mientras del primer matrimonio del rey sólo se observa al príncipe Fernando con su esposa (que nunca llegaron a tener descendencia), del segundo matrimonio se ve a 6 hijos e hijas casados (menos el infante Luis), e incluso con descendencia (las dos niñas que están jugando con un perro), todo el peso del cuadro está dirigido a la parte derecha del cuadro que es donde están la mayoría de los hijos de la reina.

El mensaje más importante que quería transmitir este cuadro es quién lleva las riendas del estado. No es Felipe V quien sostiene la corona, es la reina quien la tiene al lado de su brazo, colocado sobre un cojín (una postura verdaderamente insólita), amén de que quien da la perspectiva es la figura de la reina y no el rey. Y frente a la expresión distraída de Felipe V, a la reina se la observa llena de vitalidad y frescura, y una mirada que transmite seguridad en sí misma. Esto se debe a dos motivos:

-Uno era el estado tanto físico como mental del rey. Desde joven, mostró el rey tendencias a la melancolía y a la depresión, esto sumado a una apatía de la que nos han llegado numerosos testimonios. El fallecimiento de su primera esposa, la lejanía de su añorada Versalles y el tiempo agravaron estos síntomas. Aunque se enamorara profundamente de su nueva esposa, eso no mejoró su estado. Se quedaba encerrado en sus aposentos todo el día, hasta el punto de recibir a sus ministros en ella.

Transformó el día en noche y la noche en día, desayunando durante la noche y cenando durante el día. Fueron constantes sus crisis nerviosas, en 1724 dejó el gobierno y abdicó en su hijo Luis (1707-1724), príncipe de Asturias, siendo coronado como Luis I, aunque su temprano fallecimiento obligó a su padre a reinar de nuevo. En 1727 padeció una crisis severa que lo dejó sumido en un mutismo absoluto y le alejó casi definitivamente de toda cuestión de gobierno. La reina probó varios métodos para mitigar tan lamentable estado. Uno de ellos fue trasladar la corte a Andalucía, aunque no sirvió de nada. La solución la encontró de la música, en 1737 contrató al célebre castrati Farinelli (Carlo Broschi, 1705-1782), que abandonó su fulgurante carrera internacional para venir a Madrid a cantar sólo para la corte española. Durante los siguientes años, hasta el fallecimiento del rey, le cantaba las mismas cinco arias. Y aunque el rey no se recuperara del todo, sí se observó una mejoría, al empezar a afeitarse, lavarse, acudir con cierta frecuencia a las reuniones de los ministros, y demás actividades. Esto supuso una de las bases para el posterior desarrollo de la musicoterapia.

-El segundo era la personalidad de la propia reina, de fuerte carácter, ambiciosa y autoritaria. Debido al progresivo empeoramiento de su marido el rey, la figura de la reina se fue convirtiendo más y más es una pieza clave para la política española. Al ser una mujer sumamente ambiciosa, quiso recuperar los territorios italianos que la corona española perdió tras la guerra de Sucesión, colocando en diversos estados italianos a sus hijos, cosa que conseguiría de manera exitosa.

El pintor se muestra interesado en la calidad y riqueza de las telas y por los detalles de bordados, joyas, zapatos y vestidos, demostrando su habilidad inspirada en la escuela flamenca. Van Loo  enseña en este cuadro la suntuosidad palaciega, con sus materiales nobles como el mármol, las telas preciosas, los metales nobles y las joyas. Esta gran obra marca la culminación del retrato colectivo, que bebe de las aportaciones previas de las pinturas de Rigaud, Troy, Vivien, Largillierre o Mignard.-El segundo era la personalidad de la propia reina, de fuerte carácter, ambiciosa y autoritaria. Debido al progresivo empeoramiento de su marido el rey, la figura de la reina se fue convirtiendo más y más es una pieza clave para la política española. Al ser una mujer sumamente ambiciosa, quiso recuperar los territorios italianos que la corona española perdió tras la guerra de Sucesión, colocando en diversos estados italianos a sus hijos, cosa que conseguiría de manera exitosa.

La familia de Felipe V es la glorificación de la dinastía reinante, y, sobre todo, el retrato psicológico de los miembros de esta dinastía que, escuchando un concierto, se dan a sí mismos como espectáculo, ya que se busca la representación de la majestad regia con los atributos que le pertenecen, el sentido de la gloriosa continuidad dinástica y la pompa que rodea su poderío, expresada con suntuosa fastuosidad.

-Contexto político y artístico de la obra

Para entender el origen de este estilo de retratos habría que remontarse casi 100 años antes, a la rebelión de La Fronda que ocurrió en Francia entre 1648 y 1653. Fue una revuelta entre un gran grupo de nobles contra Ana de Austria, madre de Luis XIV, que gobernaba el país como regente tras el fallecimiento de su esposo, el rey Luis XIII, con la ayuda del cardenal Manzarino. La reina tuvo que huir varias veces con su hijo y el cardenal, se dice que Luis XIV tuvo que dormir más de una vez en un suelo cubierto de paja, y que la reina tuvo incluso que vender varias de sus joyas para dar de comer a sus hijos. El resultado fue una enorme desconfianza del rey a toda la nobleza.

Pero alguien como Luis XIV no se quedaría de brazos cruzados. Haría que esa nobleza levantisca sucumbiera ante él. Y se puede decir que lo consiguió, la imagen que tiene todo el mundo de la corte de Versalles no es de una corte altiva sino aduladora, que intrigaban entre ellos para ganarse el favor del rey.

Luis XIV puso en marcha toda una maquinaria de propaganda que le convertiría en el Rey Sol que deslumbraría sobre toda Francia y sobre toda Europa.

Expandió el reino de Francia al este y al norte, las colonias en América, África y Asia se multiplicaron, gracias su gestión económica los ingresos se triplicaron.

El símbolo de su majestad y poderío sería el palacio de Versalles, iniciado en 1661 y terminado en 1682.

A continuación reproduciré un fragmento de la novela “La traición de Versalles” en el que la protagonista nos relata la vivencia de su padre, el conde de Saint-Albert, la fiesta que celebró Luis XIV en Versalles, titulada Placeres de la isla en cantada:

“De todas las fiestas que se celebraron en Versalles, mi padre guardaba la de los Placeres de la isla encantada su más bello recuerdo. Me describió su desarrollo y su ambiente hasta en los más mínimos detalles. Además, el libro de Ballard en que se narraba el evento se convirtió en uno de mis favoritos.

[…] Los Placeres de la isla encantada fueron un éxito. El 5 de mayo, la corte llegó a Versalles. El 7, un miércoles, las trompetas y los timbales inauguraron los festejo. François de Beauvillier, amigo del rey y primer gentilhombre de la Cámara al que recientemente habían nombrado duque de Saint-Aignan, se presentó, disfrazado de guerrero, a lomo de un sobrio caballo blanco. El rey llegó después. Ése era el orden previsto. Así se apreció más la belleza de su montura ornada de oro, piedras preciosas y plata. Tras él, desfilaron los duques de Guisa, de Foix, de Coislin y de Noailles, luego los condes de Armagnac y de Lude, y por fin los marqueses de Villequier, de Soyecourt, de Humières y de la Vallière, el hermano de la amante del rey.

En esa parada, La Rochefoucauld respondía sólo al título de príncipe. Todavía no era duque, aunque ya tenía el mismo porte gallardo que el hijo de Condé, que cerraba la marcha. Y así dio comienzo la fiesta. Esos señores penetraron en la isla encantada, invitando a los demás a que se unieran con ellos. Entraron en un recinto invisible cuyo centro lo constituía la isla

Los festejos se inspiraban en el Orlando Furioso de Ariosto. El rey y los componentes de su séquito representaban cada uno a un personaje creado por el narrador. Luis XIV era Rogelio. Le flanqueaban Guido el Salvaje, Ogier el Danés y Aquilante el Negro. La fabulosa historia relataba las hazañas y aventuras de unos valientes caballeros que se hallaban encerrados en el palacio de Alcina, situado en el corazón de una inexpugnable isla. Su cautividad, sin embargo, no tenía sólo aspectos negativos. Para retenerlos, la hábil maga y dueña del territorio recurría a sus delicias, que no eran otros que el amor y la belleza. Y lo hacía con tal arte que aquella cárcel se parecía más a una isla encantada que a la Bastilla.

Para romper el encantamiento y reconquistar la libertad, había que apoderarse de un anillo. Ésa era la misión de los caballeros. Pero ¿por qué no aprovechar antes los placeres que tenían al alcance? El tema de la isla encantada acababa de nacer. Cabía preguntarse, no obstante, si se trataba del argumento de una fiesta pasajera o si iba a ser la perpetua plasmación de Versalles; si los pabellones de madera y los ornamentos iban a desmontarse o si permanecerían allí para siempre.

El espectáculo se desarrolló por entero en los jardines. Aun cuando se presentaba algo efímero, ¿quién podía asegurar que los cortesanos presentes, primeros de una larga lista, iban a despedirse realmente de ese espejismo? ¿Cuántos se adueñarían del anillo que podía liberarlos de los sortilegios y encantos imaginados por el Rey Sol? De manera imperceptible, el filtro actuaba y la maquinaria funcionaba a la perfección mientras en escena había un único y gran actor. Aquella noche, bastaba con aceptar ser un simple espectador.

-Sucumbir- murmuró mi padre.

Para demostrar cuán agradable era habitar en la isla encantada, se recurrió a hábiles artífices. Sain-Aignan, Molière, Périgny, Lully, Vigarani y Benserade pusieron su genio a disposición del rey, ayudados por un ejército de actores, bailarines, músicos y artesanos venidos del París. La fiesta exigía grandes medios. Los protagonistas dispusieron de ellos con creces. Lo expuesto a continuación es prueba de ello.

Una vez concluido el desfile de los gentilhombres, apareció un inmenso carro. Era el de Apolo, que viajaba en la cúspide, rodeado de los Siglos de Oro, de Plata, de Bronce y de Hierro. Pitón, Dafne, Jacinto y Atlas seguían su estela, acompañados de pajes y comediantes que figuraban las doce horas del día y los doce signos del zodiaco. El tiempo, los dioses y los semidioses, la belleza y la potencia, la fuerza y el esplendor tenían pues igualmente cabida en la isla encantada. ¿Qué les quedaba a los mortales, olvidados y abandonados en el mundo ordinario? En aquel que había inventado el rey, todo se detenía y se asentaba. Incluso el día, puesto que la noche llegó. ¿Sería ya el final de una quimera? La respuesta surgió después de una colación. Iba a dar comienzo la competición del Anillo.

Ese ejercicio de destreza, comparable a los torneos caballerescos, mantenía un estrecho vínculo con el tema de los festejos. El anillo representaba la reconquista de la libertad. El rey estuvo excelente. El anillo acabó en las manos del propietario de las llaves de aquel reino.

Lully y sus treinta y cuatro músicos se presentaron entonces con la misión de hacer vibrar el corazón de los asistentes. Durante el concierto, doscientas antorchas sostenidas por sendas manos alumbraron el escenario. Fuera, en la penumbra, se preparaba la cena. Cuando estuvo lista, llegaron cuarenta y ocho criados, cada uno de los cuales cargaba en la cabeza un vasto lebrillo con los dones de la Primavera, el Verano, el Otoño y el Invierno. Las estaciones también se habían congregado allí para permanecer en comunión con aquel indivisible reino. Después, la abundancia fue servida a la luz de una multitud de candelabros de veinticuatro velas. El rey se mostró alegre, afable y accesible a todos. Los asistentes le dieron las gracias por aquellos momentos de placer. Creían que lo esencial ya había tenido lugar. En realidad ése no fue más que el primer día.

Al día siguiente, los festejos no se reanudaron hasta la noche. Las sombras intensificaron la magia y los invitados se mecieron en su impulso. Acunados como en un sueño, se dejaron conducir hacia un escenario rodeado de empalizadas. Se levanto una gran tela cuando se inició el espectáculo, resultó difícil distinguir dónde comenzaba la realidad y dónde acababa la ficción. Molière y Lully fueron los principales artistas de estos encantamientos. Entre los billetes se intercambiaron intermedios teatrales cantados y bailados, acompañados de clavecines, coro y treinta violines. Mientras los artistas disfrazados de pastores bailaban y cantaban, los tramoyistas levantaron las tablas de la tarima y, del suelo, surgió entonces un gran árbol cargado de dieciséis faunos, la mitad tocando la flauta, la otra mitad tocando el violín, en diálogo con los músicos de la orquesta que permanecían en tierra. Los pastores y faunos se unieron a continuación para representar el cuadro final. Ballard tenía razón al ponderar “que nunca hasta entonces se había visto un espectáculo de danza más hermoso”.

Durante la cena que le sucedió y que se celebró bajo un inmenso toldo destinado a proteger las antorchas de las ráfagas de viento, los comensales comenzaron a tararear el estribillo de la última creación de Molière: “Nada hay que no se rinda a los dulces encantos del amor…”

¿Los encantos de la isla encantada? Éstos eran cada vez más efectivos. Antes de acostarse, sus habitantes rememoraron lo vivido y trataron de imaginar lo que les esperaba. ¿Vivir algo mejor? Imposible. Y, sin embargo, ése fue precisamente el caso.

El encantamiento se fue tornando embrujo, el mismo del que se vale alguien para capturar y domesticar a una presa.

-Delante de la grandeza del rey, todos los presentes capitularon- reconoció mi padre.

De este modo, la trampa se cerró en la isla del rey Luis XIV. Había sido fácil recalar en ella. No sería, empero, tan sencillo distanciarse, sobre todo porque la morada de Alcina, ese lugar inexpugnable, resultaba cada vez más fascinante, atractiva…cautivadora

En el curso de la tercera noche, comprendieron que el espectáculo había sido concebido como una especie de trayecto iniciático. Poco a poco, se desplazaba y volvía a aproximarse a una superficie de agua que nada tenía que envidiar al lago en medio del que se había erigido el castillo de Alcina. Había llegado la hora de liberar a los caballeros que la maga tenía prisioneros. Advertida de los preparativos de un inminente asalto, Alcina, enfurecida, había multiplicado los obstáculos. Mientras los espectadores se acercaban a su fortaleza, brotó de las olas una roca de gran tamaño. Era una nueva isla custodiada por animales de Alcina. Cuando apenas habían tenido tiempo de hacerse una idea de ese peligro, por un efecto digno de magia, se materializaron dos islas más en los flancos de la primera. De este modo, se cerraba el paso a los atacantes y se les imposibilitaba el acceso. No había modo de tomar la isla. Entonces, Alcina se presentó en persona ante la multitud a lomos de un formidable monstruo marino, rodeada de ninfas montadas en ballenas.

Al momento, las isla se cubrieron de músicos y una claridad inmensa puso fin a la noche. Los relámpagos incendiaron el escenario ahogando a los espectadores en un nimbo que transformó sus siluetas en misteriosas sombras.  El cielo, la tierra y el agua, sometidos por una forja más furibunda que la de Vulcano, se fundieron en un solo elemento. Todo se había reducido a un fuego cegador. Alcina se hallaba en la cumbre de su gloria y poder. Nada ni nadie podía oponerse a ella. Eligió ese momento para acercarse -rendirse- y declamar unos versos de alabanza al rey, señor incontestable de la isla encantada. Acto seguido, dio comienzo el ballet del palacio de Alcina.

Antes de la llegada de los caballeros, se sucedieron cuatro gigantes, seis monstruos, ocho moros, cada uno armado con dos antorchas, y otros demonios saltarines. Seis cuadros en total preludiaban el triunfo de los caballeros. Su jefe, Rogelio, cuyo papel había representado el primer día el rey, se apoderó del anillo, símbolo de la potencia de Alcina. Ésta había sido derrotada. En adelante, sólo el rey tenía entre sus manos, el destino de los caballeros. La evocación de su victoria se celebró con unos fuegos de artificio pletóricos de insospechadas maravillas y milagros. Los cohetes salían del agua para iluminar el contorno del lago, brotaban de todas partes e incendiaban el cielo estallando a una altura jamás igualada. Aquel prodigioso espectáculo quedó grabado en los espíritus de todos. Y ése era su objetivo.

La obra se había desarrollado en tres días y tres actos- El último marcaba el advenimiento de un rey cuyo poder parecía caber por entero en el anillo que le había arrebatado a Alcina.

-Y cuyo cierre podía accionar tan sólo él- concluyó mi padre.

[…] No podía haber placeres superiores a los de la isla encantada. […] La vida en Versalles concebida por Luis XIV superaba lo que cualquiera hubiera podido imaginar en sus más descabellados sueños. ¿Y qué había que hacer para conservar el derecho de seguir asociado a ella?

-No cuestionar nada. Renunciar a ejercer la crítica. Deshonrarse, en suma…

[…] La isla encantada tenía, en efecto, un precio […] El rey había fijado a su antojo sus reglas. Para contentarlo, había que respetarlas. […] Versalles tenía pues su reverso. Para disfrutar de sus placeres, la corte se debía plegar a unos usos cuyo peso y valor definía únicamente el soberado, puesto que, desde que una noche de mayo, la maga Alcina se las había confiado, sólo él poseía las llaves que daban acceso al trono.”

Con este magnífico texto, que se basó en los relatos de Ballard, queda expuesta de manera harto clara la grandeza del Rey Sol. Luis XIV fue el rey absolutista por excelencia y todas las artes debían reflejar su gloria por todos los medios. Las óperas de Lully fueron las más bellas y majestuosas de su época. Molière divertía al rey con sus comedias, mientras las tragedias Corneille y Racine eran aplaudidas por toda la corte. Los jardines de Le Nôtre son conocidos por todo el mundo. La joya de Le Vau, Versalles, sería imitada por todas las cortes europeas, desde Aranjuez al sur de Madrid hasta el palacio de Catalina en San Petersburgo pasando por el palacio de Sanssouci de Federico II el Grande en Postdam, Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704), destacado clérigo francés que recibió el apoyo y aprecio del soberano pronunció estas palabras : “Que la majestad y la gloriosa dignidad del palacio hagan resplandecer ante los ojos de todos el gran brillo de la potencia real, de suerte que su luz, como la de un relámpago, brille en todas partes”, esto deja meridianamente claro lo que quería que reflejara su persona y Versalles. La decoración del palacio recayó en manos de Le Brum reflejando el fasto y el prestigio político de Luis XIV.

Todo tenía que estar bajo los rayos del Rey Sol, incluida la Iglesia. Con La declaración del Clero Francés, expuesta en 1682 se imponía el galicanismo en el estado, reforzando la autoridad del rey y posteriormente en 1685 revocó el Edicto de Nantes, obligando a la población protestante a convertirse o a exiliarse, esto vino de la idea de “un rey, un estado, una iglesia”.

El arte, como expuse antes, no se libró de los deseos del monarca, y menos todavía la pintura.  El retrato del rey se convierte en un asunto de estado, el retrato ha de expresar la majestuosidad del rey para producir una reacción de acatamiento y sumisión a la figura del rey. Se busca la representación de la majestad regia con los atributos que le pertenecen y la pompa que rodea su poderío, expresada con suntuosa fastuosidad.

Entender esto, es capital para entender los profundos cambios que vio el arte cortesano español con la llegada de Felipe V. No hay que olvidar que en primer Borbón español era nieto de Luis XIV, criándose en Versalles, siendo testigo de todo lo que he expuesto ahora.

Y sería este sentido de la grandeza del soberano lo que chocaría directamente con el estilo de los Habsburgo en Madrid, caracterizado por la serenidad y la sobriedad. Esto se mostró más claro aún comparando a ambos reyes, Carlos II y Felipe V. Carlos II fue una persona débil, enfermiza y con discapacidades mentales toda su vida debido a la política matrimonial de los Habsburgo. La corte y el pueblo de Madrid estaban acostumbrados a este ambiente. Todo esto cambiaría con la venida de un nuevo y joven monarca, que aún no desarrolló las depresiones que tanto le afectarían en el futuro. Era un rey joven con mucha vitalidad, se le llamó el Animoso debido a la energía con la que luchó en la guerra de Sucesión.

Pero el joven monarca no estuvo satisfecho con el panorama que se encontró en Madrid, ni él, ni los que vinieron con él desde Francia. Los pintores de cámara no satisfacían las exigencias de un joven rey criado en la corte del Rey Sol.

La esposa del rey, María Luisa de Saboya escribiría en 1712 una carta dirigida una amiga en Versalles “Si tuviéramos en España algunos pintores buenos, yo no hubiera esperado vuestra petición para enviaros nuestros retratos; pero, en verdad, los que nos han hecho hasta ahora son todos tan malos que no he podido. Mi madre me hace, desde hace mucho tiempo, la misma petición, y yo le he respondido que esperaba poder enviárselo pronto, porque luego que tengamos un tiempo más tranquilo, que lo tendremos pronto, si Dios quiere, haremos venir a un pintor de Francia”.

Y efectivamente así sucedió. A los tres años de esta misiva, vino el pintor Michel Ange Houasse (1680-1730), y en 1723 vendría Jean Ranc (1674-1735), discípulo de Rigaud. Ambos pintarían a la familia real como ellos querían y reflejarían aquello que Luis XIV mostró a su nieto, el fasto y el poder del rey y de su dinastía.

Quien llegaría a plasmar estos ideales mejor que nadie en España sería el siguiente pintor venido de Francia, Louis-Michel Van Loo, que vendría por recomendación de Rigaud.

Con Felipe V, el arte, concebido a la manera de su abuelo el Rey Sol, llegaría a España, dejándonos espléndidas obras. En arquitectura tenemos los palacios de La Granja de San Ildefonso, el de Aranjuez y el Palacio Real, los tres con obvias influencias de Versalles. Los jardines de la Granja de San Ildefonso de Carlier nos recuerdan a los de Versalles. La música, abandonaría el estilo español, más arcaico, por una más internacional que combinaría la alegría de las melodías italianas con la riqueza de la orquestación francesa, y se pondría a disposición del estado, como el Festejo Armónico de Giacomo Facco, toda una obra adulatoria a la figura del monarca. La nobleza española abandonaría los sobrios trajes negros que se llevaban con los Habsburgo, y empezarían a vestir a la moda francesa, cuyos pasos dictaminaba Versalles a toda Europa.

El cuadro de La familia de Felipe V sería el máximo ejemplo en el ámbito del retrato de todos estos cambios venidos con la nueva dinastía, cuyo fundador, el rey Felipe V, fue nada más y nada menos que nieto del Rey Sol, el gran monarca que deslumbró a Europa desde su trono en Versalles y del que Voltaire se refirió a su reinado como “una época eternamente memorable”.

-Obras consultadas:

-BOTTINEAU, Yves. El arte cortesano en la España de Felipe V: (1700-1746), Madrid: Fundación Universitaria Española, 1986.

-LAFUENTE FERRARI, Enrique. Breve historia de la pintura española, Madrid: Tecnos, 1953.

-MORÁN TURINA, José Miguel. La imagen del rey: Felipe V y el arte, Madrid: Editorial Nerea, 1990.

-RIOU, Jean-Michel. La traición de Versalles. Barcelona: Ediciones B. 2008

-SÁNCHEZ CANTÓN, Francisco Javier. Los retratos del los reyes de España, Barcelona: Omega, 1948.


[1]Gracias a la venida de la princesa portuguesa se desarrolló una importante escuela del clavecín en España pues se trajo de la corte portuguesa al eminente Domenico Scarlatti (1685-1757).

 

 

 

 

 

[2] Ana Enriqueta fue una experta intérprete de la viola de Gamba, su maestro fue Jean-Baptiste Forqueray (1699-17812) hijo del célebre Antoine Forqueray (1671-1745), famoso por rivalidad con Marin Marais (1656-1728), que tuvo inmersa a la sociedad parisina que decían que Forqueray interpretaba como un demonio por su rapidez y virtuosismo, a diferencia de Marin Marais, que lo hacía como un ángel, por la dulzura y elegancia de sus obras.